l domingo se disputó el campeonato mundial de fondo en carretera en una fecha inusual, por esta distorsión general que ha ocasionado la pandemia, lejos de poner el broche final a la temporada, como suele ser habitual. Se disputó tan cerquita del reciente finalizado Tour, que, viendo la prueba, parecía uno de los muchos critériums que suceden al Tour en muchas ciudades francesas, donde toman parte los que han brillado en la carrera. Son pruebas en las que la condición física alcanzada en el Tour permite el lucimiento, la velocidad, casi sin quererlo. Y llenan las arcas de los corredores. No quiero decir que fuera un campeonato deslucido, al contrario, pero todos los protagonistas, salvo el danés Fulgsang, eran los mismos de la grande boucle. El valiente Pogacar, Dumoulin, Roglic, y todo el podio, con Alaphilippe, Van Aert y el combativo del Tour, Hirschi. También nuestro Landa, que atacó varias veces, agarrado en la curva del manillar como los grandes escaladores, como Gaul o Pantani, pero sin demasiada fuerza ni convicción. El resultado, con el triunfo de Alaphilippe, hizo justicia poética, dándole al francés lo que otras veces se le había arrebatado, como en la Milán San Remo de este año. Atacó igual, en el último kilómetro de la subida, en el Poggio en San Remo, en Galliterna el domingo. Con un ataque similar al de la subida a Murgil, en Igueldo, que le permitió vencer en la Clásica de Donostia hace dos años. En San Remo fue cazado en la bajada, el domingo no, y su valentía obtuvo un merecido premio, el premio al ciclismo ofensivo, indomable, que no se doblega, que ataca incluso cuando no le asisten las fuerzas, porque cree en sí mismo y busca sin desmayo su oportunidad. Redoblando esa sensación de justicia deportiva, el homenaje de Alaphilippe a su padre fallecido en junio, contagió la solidaridad.

El maillot es una prenda característica del ciclismo, distinta a la de otros deportes. Por un lado, debido a su diseño, pegado al cuerpo y con tejidos resbaladizos, para mejorar la aerodinámica, tan importante en el ciclismo. Y por otro, debido a que su color distingue al líder de la carrera, amarillo en el Tour, rosa en el Giro, rojo en la Vuelta, azul en la Euskal Bizikleta vasca, y así en todas las pruebas por etapas. Y lo mismo ocurre, desde 1927, con el campeón del mundo, que es distinguido con el llamado maillot arcoíris, que deberá llevar puesto durante todo el año, hasta el siguiente campeonato, en el que será desbancado, o lo renovará. Es, tras el amarillo del Tour, el maillot más preciado. Llamado arcoíris, aunque sus colores no coinciden realmente con los de éste. Consta de cinco franjas sobre un fondo blanco, de colores iguales a los anillos de la bandera olímpica, que instauró para las olimpiadas modernas Pierre de Couvertin. Los seis colores, azul, rojo, negro, amarillo y verde, que incluyen el blanco de la bandera, representan los de todos los países que compitieron en aquellos juegos. Con ellos combinados se pueden formar los colores de todas sus banderas. Ese símbolo concreto de algunas enseñas, al ampliarse los países participantes en el movimiento olímpico y en el ciclismo, pasó a ser una idea abstracta, universal, que engloba a todos, la idea de un mundo igualitario y unido en el deporte.

El mundial que se celebró en Ímola, una ciudad de la región de la Emilia Romagna, nos permitió ver las bellas colinas picoteadas de cipreses. Era especialmente hermosa la brusca ascensión de la colina Galliterna, como una serpiente de asfalto que sesteaba con la cabeza en la cima. También la ciudad, con los revocos oscuros marrones, rojizos, añejos, viejos; que me trasladaron a la película Novecento, rodada en esa misma región, de donde era natural Bertolucci. Una película magistral que nos cuenta un siglo entero de lucha de clases en Italia, en una región donde las fuerzas antagónicas fueron más precisas, nítidas. El antifascismo en una región donde el partido comunista fue más poderoso, y, al mismo tiempo, la cuna y sede de emblemas de la industria italiana, como la Ferrari. Con la democracia convivieron durante años dos modelos, un tejido cooperativista similar al de Mondragón, estimulado por el partido comunista como ejemplo, pero también mostrando su impotencia para ir más allá; y un capitalismo del lujo, como el de la marca de automóviles de Enzo Ferrari, que da precisamente el nombre al circuito donde finalizó la carrera. En Italia circuló el rumor de un incidente que nunca fue demostrado. Enzo Ferrari había colaborado con los fascistas y los nazis poniendo a su servicio la fábrica, y la dirección partisana, en plena guerra mundial, dictó su eliminación. Por suerte, el jefe partisano de la zona se negó a obedecer la orden, habló con el patrón Enzo Ferrari, y consiguió, además, que a partir de entonces colaborara y ayudara a los partisanos comunistas. El cineasta Ettore Scola, sobre las ruinas de la inmolación que se practicó el partido comunista italiano, lo dijo en boca de un personaje en otra película: "Estamos cansados, ya no tenemos ganas de luchar por lo que creemos". A veces nos pasa eso, y hay que evitarlo, insistiendo, como hace siempre, e hizo en Ímola, Julien Alaphilippe.

A rueda

El maillot que portará ahora Alaphilippe es una prenda característica del ciclismo desde 1927, la más preciada después del amarillo del Tour de Francia