Bérgamo es conocida como la Ciudad de los Mil. Así se la definió por el gran número de voluntarios bergamascos que participaron en la expedición dirigida por Giuseppe Garibaldi para construir lo que se conoce como Italia, que era un mosaico de reinos. La Expedición de los Mil (también llamada expedición de los camisas rojas) es un conocido capítulo del Risorgimento italiano. Sucedió en 1860.

El contingente convocó a 1.089 hombres que, bajo el mando de Garibaldi, lograron importantes conquistas para la creación del Reino de Italia, que después devino en república. El Giro, que cose el país, es la herencia de Garibaldi, de su lucha.

Las costuras del ciclismo sirven para subrayar la idea de la unión, aunque a los patricios de la carrera les falta la valentía y el arrojo de aquellos combatientes. Temerosos, presos del miedo por el miedo de la última semana, desprecian un recorrido que les llama a la batalla. Solo las fugas honran al Giro.

Los aventureros que querían izar la bandera de la gloria en Bérgamo no eran mil, aunque eran numerosos. Entre ellos se descubrió Brandon McNulty, que festejó el logro tras someter a Ben Healy y Marco Frigo en otra día en la que la fuga cantó bingo. En realidad es una inversión segura la escapada. La menos azarosa de un Giro secuestrado por la cautela, el miedo y el cálculo.

Es la serenata de un Giro que alcanza su segunda jornada de descanso con los nobles viendo la vida pasar mientras la competición la disputan los secundarios. En ese ecosistema, Bruno Armirail sostuvo la maglia rosa, aunque se dejó una treintena de segundos respecto a Thomas, Primoz Roglic y Joao Almeida, que se agitaron mínimamente entre el suelo viejo de la Ciudad Alta, entre sus puertas.

Las de una carrera cerrada por la muralla de la indolencia de los favoritos, que se mecen a la espera de las grandes montañas de la tercera semana, esas que tanto intimidan. Por ahí se deberá airear un Giro atrapado en el tedio. Huele a cerrado.

La fuga, el camino al éxito

La fuga es un buen negocio. La mejor inversión en el Giro incluso en una jornada novedosa, por eso del sol y con 4.000 metros de desnivel, donde se sumaban las ascensiones al Valico di Valcava Selvino, Miragolo San Salvatore y Roncola Alta. Ballerini, Velasco, Pasqualon, Bidard, Healy, Bonifazio, Huys, Berwick, Frigo, Einer Rubio, Rojas, Mollema y McNulty agarraron el petate con el beneplácito de Armirail, que estrenaba la maglia rosa tras el préstamo de Thomas.

El salvoconducto del francés era en realidad el visto bueno de los mejores del Giro, que sólo se les ha visto medirse en el reloj, y en I Cappuccini, cuando Evenepoel aún competía y Roglic le testó. Desde entonces, borrado el campeón del mundo por el covid, derribado Tao Geoghegan por una dura caída, la nada salvo el mal tiempo y el entusiasmo de los expedicionarios.

Se rompe la paz

Healy, McNulty, Frigo y Einer Rubio tomaron vuelo en Roncola Alta, una batea de rampas que desgranó al colombiano, enfrió a Frigo y destempló a McNulty cuando el irlandés se espumó, burbujeante. Healy, con la cabeza girada, torcido, escaso de estilo, pero el motor estupendo, pura potencia, se explayó.

El irlandés que se lució en la clásicas de las Ardenas, segundo en la Amstel y cuarto en Lieja, vencedor con un movimiento similar en Fossombrone, se agigantó en Roncola Alta.

La montaña perfecta para un ciclista que no parece serlo por su aspecto, el casco descolocado, la barba hirsuta y las greñas asomando. Un verso libre.

Un tipo carismático. McNulty, que padeció en las rampas, aprovechó la inercia del descenso para soldarse a Healy. El norteamericano no derrochó ni un gramo de fuerza. La hormiga contra la cigarra. Por detrás, Frigo trataba de rearmarse. Einer Rubio quedó descartado.

Healy, el más derrochón

En los salones de la nobleza, un día más de renuncia y de espera de la última semana. Antes, este lunes, aguarda el día de descanso. La expectativa de la hamaca y las piernas en barbecho como estilo de vida rigen el entramado de los mejores. Armirail rueda encantado como jefe del Giro tras la designación de Thomas.

Los aristócratas arrancaron con apatía y desgana otra hoja al calendario de la Corsa rosa, la carrera que se sobrevive más que se compite. La emoción era el duelo de O.K. Corral entre Healy y McNulty, que no se fiaban. Pedaleaban frenando, de reojo. Miradas bizcas. Desconfianza. En ese interludio, Frigo recuperó el aliento y se posó en la chepa del dúo.

Lo que parecía un asunto de dos, se convirtió en un trío. El italiano llegó y negó cualquier colaboración. Se inició el cortejo y el revuelo por la victoria. Entre las rampas de la Ciudad Alta, en el empedrado, Healy se encabritó. McNulty le rastreó de inmediato. Sabía del peligró del irlandés, que ya conocía la senda del triunfo. Frigo, padeció. Se deshilachó.

Apenas un amago

En el descenso, Healy y McNulty racanearon. Frigo no se entregó. Entró y arrancó. Se activó el esprint cerrado entre los tres. Healy remontó al italiano, pero después de ser el más generoso, de comerse el viento, cedió frente a McNulty, que lo reservó todo para descorcharse de felicidad en Bérgamo, donde los mejores solo amagaron en la subida a la Ciudad Alta.

Por la noche, la Torre Cívica, el Campanone, como la conocen sus vecinos, hará sonar la campanas a las 22.00 horas. El sonido apela a la memoria, a una tradición medieval del aviso del cierre de las cuatro puertas de la Ciudad Alta. Un recordatorio de la pena que recorre el Giro, camuflado en la intrascendencia.

A la Corsa rosa le acompaña el réquiem de los favoritos. Es su banda sonora tras dos semanas de inanidad. A la carrera le esperan las grandes montañas del Giro, que bien haría en recuperar el espíritu de la Expedición de los Mil entre los aristócratas para salvar una carrera que sólo avivan las fugas. Son los aventureros los que dan sentido al Giro. Las campanas de Bérgamo festejaran a los combatientes. McNulty honra a Garibaldi.