"¿Sirve de algo una cosa tan estrafalaria y absurda como dar la vuelta a Italia en bicicleta? Por supuesto que sí: es una de las últimas provincias de la fantasía”, dejó escrito Dino Buzzati, uno de los grandes cronistas y novelistas italianos que desgranó los recovecos el Giro. El ciclismo es un refugio para los románticos y los soñadores. Solo así se puede entender que Stojnic y Konychev, compañeros de equipo, se lanzaran a recolectar esperanza en una jornada larga, de 216 kilómetros, sin una ganancia cristalina a efectos contables. Estaban sentenciados. El brillo del botín dorado de la gloria ungió la piel de Michael Matthews, que cerró el círculo virtuoso con su triunfo al esprint en Melfi. Suma diez victorias en las tres grandes. No son muchos los que pueden presumir de ello. El australiano logró su 40º éxito. Su tercera victoria en el Giro después de ocho años de secano. Un logro que no es menor, precisamente. Salió a la luz.

El australiano derrotó a Mads Pedersen y Kaden Groves tras un final repleto de curvas y riesgo. Ideal para MotoGP. Se sintió cómodo el aussie, procedente de una tierra que venera a campeones de gran cilindrada. Doohan, Stoner, Gardner… Bling-bling Matthews compitió en motos durante diez años antes de acomodarse al sillín de una bicicleta. Le quedó impreso el sello de la velocidad y el apodo del brillo (Bling-bling) porque le gusta el fulgor de las joyas. Resistente en una llegada con un repecho antes de la bajada y numerosas curvas, puro Giro, el australiano abrió gas y noqueó a Pedersen, algo tufado por el esfuerzo anterior. El danés perdió el esprint cuando se descascarilló en los valicos. Eso le vació el punto de energía extra que exige un esprint.

El Giro nunca lo pone fácil. Es una carrera de supervivencia. Cada día, una aventura. Por eso, Evenepoel, Roglic y el resto de favoritos se pellizcaron en Melfi. Siguen intactos, pero el líder se hizo con tres segundos más de renta sobre el resto tras llevarse una bonificación. Roglic, que peleó con él por esa ventaja, se retrasó un segundo con Evenepoel. Cada onza, cada miga, la disputan con fiereza Roglic y el líder. Siempre hambrientos ambos. Mordiéndose. “Si los segundos están ahí se pueden coger, no debemos tener miedo de agarrarlos. Un segundo más en Primoz y tres en el resto es bueno, especialmente después de un día bastante fácil y un final agitado. Coger unos segundos siempre es bueno”, dijo el líder. Afortunadamente, el ciclismo no funciona siempre como la economía ni el parqué bursátil. Todavía quedan flecos de romanticismo e imposibles. También hay espacio para honrar al padre. Alexander Konychev es hijo de Dimitri, un ciclista que amasó un buen puñado de victorias. Sumó cuatro victorias de etapa en el Tour y otras tantas en el Giro, además de una en la Vuelta hasta conformar un palmarés de 34 laureles. Entre ellos, fue campeón en ruta de la URSS y también de Rusia, una vez disgregada la Unión Soviética. Konychev es la historia de Rusia. Dimitri hubiera sido un candidato a levantar los brazos en Melfi. No es el caso de su hijo, nacido en Italia, que posee el pedigrí del padre, pero no su pericia ganadora. No conoce lo que es la victoria en el profesionalismo. Deberá esperar.

Por eso, se lío la manta en la cabeza junto a Stojnic para recorrer la trama de un día con lluvia. Probablemente no era el mejor plan, pero posiblemente era el único. El dúo del Corratec, uno de los equipos invitados del Giro, se ganó el metraje y el protagonismo. Un anuncio a pedales mientras en el pelotón solo ponían atención a la última parte de la etapa, en la que el llano dejó de serlo. El Valico dei Laghi di Monticchio anunció un redoble de tensión después de una jornada en la hamaca con chubasquero. El pelotón, que era un sonata con acordeón con el fuelle abierto de punta a punta de la carretera, cambió de fisonomía. Se convirtió en una punta de flecha.

En el Giro, un clásico de las emboscadas, conviene manejar la capacidad de mutación de las legiones romanas. Lo ancho y amplio era estrecho, un desfiladero. Ahí se agotaron Konychev y Stojnic, entre penachos de carretera vieja y nuevos parches. Alterado el pulso, Evenepoel no perdió detalle. Nunca se sabe qué esconde el Giro mientras silba con disimulo. El resto de favoritos tampoco hizo concesiones en una subida de tercera categoría que asfixió a más de un velocista. Pinot y Buitrago pelearon por los puntos de la montaña.

Pelea por la bonificación

Antes de asomarse la Valico la Croce, Kuss, el sherpa de Roglic, se peleó con el cambio. La calma no existe. Adelgazó el grupo. A dieta subiendo. Pedersen sufría. El Trek rapeló con varios de sus hombres para remolcarle. La subida era un problema para los velocistas, el descenso, una advertencia para todos. Los porteadores de Evenepoel apelaron a la prudencia como método sobre una asfalto burlón, seco en uno tramos, mojado en otros. Mal asunto en una paraje verde, frondoso. Nadie quería sobresaltos entre los jerarcas, que piensan a futuro. Almeida se apuró por una caída en sus narices. El portugués, acoplado a McNulty, pudo recomponer la figura. Roglic se situó a un palmo del líder. Marcaje al milímetro.

Duelo en la intimidad. Pelearon por una bonificación. Se impuso Evenepoel, que rascó tres segundos por dos del esloveno. Ese el nivel de competitividad de ambos. Lo quieren todo y lo desean ya. Después del vis a vis entre los dos principales candidatos a tomar Roma, en el revirado callejero de Melfi, el Giro invocaba al esprint en un final con piel de serpiente. En ese escenario, el Trek de Pedersen y el Jayco de Matthews buscaron no patinar. Tumbaron la bici aquí y allá hasta que aceleraron en la recta en la que el fulgor de Matthews cegó a Pedersen, que llegaba con la reserva encendida. El australiano encontró la luz. El brillo de Matthews ilumina el Giro.