inalizados los campeonatos del mundo de ciclismo celebrados en Flandes, a la temporada le quedan dos grandes citas, la habitual del Giro de Lombardía, que se adentra ya en el otoño, y la propina que tenemos este domingo con la disputa una Paris-Roubaix fuera de sus fechas primaverales, donde fue suspendida por el impacto que tenía la pandemia en aquellas fechas en el norte de Francia. Pase lo que pase en estas dos carreras, los campeonatos son el broche de oro del año ciclista, y no podían haber tenido un mejor escenario que el de las tierras flamencas. En un trazado diseñado sobre las colinas que ascienden las clásicas belgas, y con 268 kilómetros, fue una carrera muy dura, en la que se impuso el más fuerte, que ese día se llamaba Julien Alaphilippe. En los últimos 60 kilómetros atacó sin desmayo, hasta tres veces, y no con demarrajes cortos, cara a la galería, sino con gran determinación, a pesar de que era cazado. Hasta que a 18 kilómetros de meta, en la cota de Saint Antoine, abrió un hueco insalvable, paralizando a sus adversarios con su demostración de potencia.

Si hay algún antiguo corredor a quien se parece Alaphilippe es a Claudio Chiapucci, aunque el francés tiene más clase. Es capaz de improvisar, como hacía Chiapucci, de ganar de distintas maneras, escapándose de lejos, de cerca, en un grupito, atacando cuando se le espera y, a pesar de eso irse, o cuando parece una locura. Chiapucci venció en la etapa reina de la Vuelta al País Vasco, que subía los puertos de Agiña, y Aritxulegui. Claudio se escapó a muchos kilómetros de la meta, subió ambos puertos en solitario y venció en Ibardin. Cuando los periodistas le preguntaron el porqué de esa aventura, les contestó: "soy un inventor de tácticas". Como Alaphilippe. Y tiene mucho mérito el francés, porque habla de su pundonor, de su preparación, después de que muchos le daban ya por muerto este año, diciendo que ya no era el mismo.

Junto a Alaphilippe, el otro corredor destacado en el mundial en ruta fue el joven belga Remco Evenepoel. Después de haber estado en fuga en distintos grupos de avanzadilla desde que faltaban 170 kilómetros, cuando fueron cazados por la quincena de favoritos a sesenta de meta, se puso a tirar en cabeza, para favorecer a su compañero Van Aerts. Cuando Evenepoel tomó el mando, el grupo destacado llevaba 20 segundos al siguiente, donde marchaba Pogacar, y cuando abandonó el timón, la distancia había aumentado hasta los dos minutos, tirando solamente él. Quizá en la generosidad de su trabajo influyeron las declaraciones de Eddy Merckx, que días antes había criticado al muchacho diciendo que corría solo para sí mismo. Y Evenepoel quiso demostrar, enrabietado, al antiguo campeón, que no era así. Estas declaraciones de Merckx fueron poco elegantes. Igual que lo fueron cuando Cavendish igualó su record de victorias de etapa en el Tour de este año. El astro belga menospreció el éxito del británico, diciendo que sus victorias no eran solo a sprint y que eran más valiosas. También había hecho lo mismo anteriormente con Evenepoel, cuestionando su gran clase. El jovencito se quejaba de que en las vísperas de las grandes citas siempre le criticaba Merckx, y que eso, a él que lo admiraba, le dolía mucho. Hay campeones que no saben gestionar el relevo, la aparición en escena de las nuevas generaciones con tanto talento como el de ellos. Y se quejan, como cascarrabias, como lo ha hecho siempre Bahamontes, ante cualquier éxito de otro escalador, diciendo que él era mejor, que en su tiempo las carreteras eran peores, que las bicis pesaban más, etc. Es su divismo, la incapacidad para dejar las primeras filas del espectáculo.

Un asunto que resultó decisivo en la prueba fue la prohibición de usar pinganillos, los aparatitos que llevan habitualmente los corredores en el oído y que les conectan por radio con su director. La inexistencia de esa conexión hizo que se favoreciera la creatividad de los propios corredores, su iniciativa, donde resultaron invencibles la fuerza más la valentía de Alaphilippe, y donde fracasó estrepitosamente el equipo belga, que lo hizo todo correctamente, con el trabajo del Evenepoel, salvo conocer que su líder Van Aerts, a quien sacrificaban toda la estrategia, no se encontraba bien. Si hubiera habido esa comunicación, podría haber transmitido que no tenía las mejores piernas, y quizá la táctica hubiera sido otra, quizá la de atacar con Evenepoel, y no fundirlo al servicio del capitán.

El filósofo Savater, gran aficionado a las carreras de caballos, decía que éstas eran una metáfora de la vida. Y lo mismo ocurre con las carreras ciclistas. Tomando el ejemplo del mundial, vimos allí dos concepciones del mundo, aquella basada en el seguimiento del plan, de la estrategia, a machamartillo, como hizo el equipo belga; o la que reivindica la espontaneidad en la acción concreta, midiendo en ella las energías, las propias y las del adversario, inventando sobre esta misma relación de fuerzas. Algo que vale para la vida. Recuerdo algún viejo debate sobre las acciones políticas, sociales, en el que me gustaba reivindicar la figura de Rosa Luxemburgo, que siempre, como Alaphilippe, reclamaba esa autonomía del movimiento para inventarse sobre la propia acción. Eso sí, con los objetivos claros.

A rueda

Si hay algún antiguo corredor a quien se parece Alaphilippe es a Chiapucci, aunque el francés tiene más clase. Es capaz ganar de distintas maneras, de improvisar