omain Bardet fue un vencedor ilustre para una etapa extraña, desaprovechada para plantar batalla a Roglic, el verdadero jefe de la Vuelta. Los montes de Toledo, en sus estribaciones hacia Extremadura, con dos puertos de entidad y un continuo suma y sigue de repechos, ofrecían un escenario idóneo. Pero primó la vigilancia entre los capitanes, reservando sus fuerzas para la montaña de Asturias. Sólo se produjo el ataque de Supermán López en los últimos dos kilómetros de la subida a Villuercas, que quedó reducido a cinco segundos en meta tras el esprint del esloveno. El noruego Eiking aguantó el maillot de líder, pero se descolgó, mostrando su debilidad, anunciando que lo cederá inexorablemente. Por delante, en la escapada consentida que acumuló hasta doce minutos de ventaja, emergieron dos ciclistas, el ganador Bardet y el australiano Jay Vine, quien, tras sufrir una brutal caída, logró regresar a la cabeza. Este corredor ha llegado a ser profesional de una manera inédita, contratado por el equipo Alpecin tras vencer en un campeonato de ciclismo virtual, sobre rodillo, patrocinado por la plataforma Zwift Academy.

De nuevo la Vuelta, con la meta en el pico Viluercas, utilizó el acceso a una antigua base militar abandonada en lo alto de una montaña para proponer un puerto inédito y así contribuir a su recuperación civil. Es el mismo proceso que comenté, el pasado domingo, con la meta en el alto de Velefique. La relevancia ciclista, con el descubrimiento de nuevos puertos montañosos con pendientes difíciles, es indudable, y es algo que se encuentra siempre en el acceso a estas bases, por la propia naturaleza del hecho militar, del dominio que buscaban los fuertes modernos sobre el territorio para la vigilancia y como baluartes de defensa. Una posición similar a la de los antiguos castillos. Pero, más allá de estos hallazgos para el ciclismo, se trata, sobre todo, de procesos sociales. En los ejércitos actuales, con los nuevos métodos de observación y digitalización, esa presencia dominante sobre el lugar, de difícil acceso, carece de sentido, de importancia y, al ser muy costosos los gastos de mantenimiento de una guarnición aislada en la montaña, las instalaciones son abandonadas. Es el caso de la cima de Villuercas, que albergaba una base militar, un centro de transmisiones construido como consecuencia de los acuerdos alcanzados entre el régimen de Franco y los EEUU de Eisenhower en 1953, con el fin de prestar un servicio a los americanos en los tiempos de la Guerra Fría, y que legitimaron a la dictadura franquista.

Todos conocemos situaciones parecidas, cercanas, de bases o fuertes militares desalojados en Elizondo, Guadalupe en Hondarribia, Txoritokieta y San Marcos en Errenteria, aunque este último fuerte ya ha sido reutilizado como parque. El abandono deja unos extraños lugares de ruina, con garitas, barracones sucios, de los que se han apropiado la vegetación, los insectos, los reptiles, las arañas... Son lugares de frontera, excluidos durante años del control ciudadano, democrático, y que por esa razón han llegado a ese deterioro.

Mi última lectura del verano, la que me acompaña a la playa, con la que apago la luz cada noche, habla de esto. Es un precioso libro, difícil de clasificar, entre ensayo, poesía y literatura de viajes. Se titula Frontera, es de la poeta búlgara Kapka Kassabova, y se adentra en un lugar fronterizo, la Strandja, entre Grecia, Bulgaria y Turquía. Un lugar de numerosos conflictos y migraciones, de un lado al otro, según los vaivenes de la historia. Ahora, contra los que es impermeable esa frontera, a quienes se impide el paso a Europa, es a los migrantes y refugiados de la guerra de Siria. A los que quizá pronto se sumen los de Afganistán. La Strandja búlgara es un territorio montañoso, poco habitado y lleno de viejos edificios, barracones militares, inaccesibles en su tiempo, y ahora abandonados, ruinosos, según nos cuenta la autora, y que me ha recordado a los nuestros. Parece que estas instalaciones y procesos no cambian en ningún lugar del mundo. Me he reído mucho cuando Kassabova cuenta cómo, en un lugar adonde no va casi nadie, en un pueblo remoto en el bosque, se encontró con un grupo de ciclistas vascos, lo que confirma ese amor en nuestro pueblo por este deporte. “Somos vascos, eh, no digas otra cosa”, precisaron cuando supieron que ella estaba preparando un libro. Le pareció tan extraña aquella presencia del pelotón de vascos, que no pudo evitar preguntarles porqué habían ido allí. “Venimos aquí porque es salvaje. Y lo salvaje se está muriendo. En cuanto desaparezca, ya no volverá”, le respondió el que se convirtió en portavoz. “Y en bicicleta te mantienes en contacto con tu entorno. Lo hueles, lo tocas”. “He oído decir que el País Vasco también es bonito”, les contestó ella. “No es cuestión de belleza, ¿sabes? Las raíces van más allá”, zanjó el ciclista-.

Es difícil resumir mejor lo que produce la bici y cómo esos viajeros vasco, querían absorber un mundo de sensaciones salvajes, una de las últimas selvas de Europa, antes de su desaparición, que intuían al comprender el signo de los tiempos.

Aunque este asunto de las fronteras es dialéctico, la reapropiación civil, para todos, de esos espacios vedados, de frontera, como el pico Villuercas de esta etapa, es algo, sin duda, democrático, progresista; pero la accesibilidad abierta provoca también la desaparición de los mitos, del misterio.

A rueda

Jay Vine ha llegado a ser profesional de una manera inédita, contratado por el equipo Alpecin tras vencer en un campeonato de ciclismo virtual, sobre rodillo