oncluido el Giro, toca hacer balance de lo visto. Y la primera idea es que el desenlace ha sido justo. Egan Bernal se ha mostrado como el corredor más regular durante toda la prueba. Supo arañar tiempo en los Apeninos y los Abruzzos, cuando otros estaban descuidados o se reservaban para los grandes puertos alpinos y dolomíticos del final, que siempre asustan. Y cuando éstos llegaron, el colombiano tenía un confortable colchón de tiempo sobre sus principales rivales, que le permitió mantenerse, a pesar de pasar algunos momentos de debilidad. Las grandes montañas en los últimos tres días de carrera, como suele ser habitual en el Giro, pueden provocar dos efectos, o un descalabro monumental si alguno está al límite de sus fuerzas, o que no cambie gran cosa porque todos llevan la energía justa, tras casi tres semanas de desgaste. Y esto último fue lo ocurrido. Yates, Almeida, Caruso, le quitaron tiempo a Bernal, pero insuficiente para desbancarle.

Capítulo aparte es el de las caídas. Aquí se deshicieron las esperanzas de Mikel Landa y de Evenepoel. El alavés, tocado por el infortunio, se rompió la clavícula, y creo que es la cuarta rotura que sufre en ese hueso. De nuevo nos dejó con el sueño a medias. Parecía que era su Giro, se mostraba en un momento dulce de forma, faltaban adversarios como Roglic o Pogacar, y Bernal no se mostraba intratable. Una oportunidad perdida. El caso del belga es distinto. Ya se había descolgado de la disputa por la general. Seguramente las altas expectativas depositadas en él, tras su impresionante palmarés en las categorías inferiores, hicieron infravalorar lo que suponía volver a correr por primera vez tras diez meses de parón después de romperse la pelvis. Primera carrera, lo que significaba que le faltaba ritmo de competición, y tuvo mucho mérito al permanecer entre los primeros hasta la tercera semana. Aquí su cuerpo dijo que aún no estaba preparado para tales empresas. Incluso podía haber disputado la contrarreloj final de Milán, para poner un timbre de honor a un debut espectacular, pero se cayó. Una caída muy fea, aunque por fortuna sin gravedad ni roturas.

Hasta el Tour quedan dos pruebas clásicas que sirven para prepararlo: la Vuelta a Suiza, y el Criterium del Dauphiné; aunque los dos principales candidatos al Tour, Pogacar y Roglic, no van a disputar ninguna de las dos. No quieren mostrar sus cartas. El Dauphiné se disputa estos días por la región de los Alpes, en la zona de Grenoble, donde se ascienden algunos puertos que luego se encontrarán en el Tour. Suele acompañar el buen tiempo, en el que se exaltan los paisajes verdes y floridos, henchidos de primavera, con las montañas como recién nacidas de entre las nieves derretidas. Lance Armstrong dijo que era la carrera más bonita después del Tour. Esta prueba antes se llamaba Le Dauphiné Liberé, y a mí me gusta más ese nombre, con el verbo añadido de la Resistencia. Yo soy de los que creo que no sólo importa la cosa, sino también el nombre de la cosa, porque cambiando el nombre estamos cambiando el significado. El nombre contiene la historia, las leyendas, el origen, y nos indica como una señal rápida, en un fogonazo, aquel eterno dilema: "de dónde venimos y adónde vamos". Los nombres actúan como un oráculo, que nos indica quiénes somos. Por eso, esa cuestión no es baladí. Le Dauphiné Liberé es otra de las pruebas, como el Tour, el Giro, la Vuelta, promovidas originariamente por un periódico, el diario fundado en Grenoble con esa cabecera, tras la liberación de la región de los ocupantes nazis.

Si pienso en el tránsito entre el Giro y el Tour, el corredor que me acude a la mente es Martano. Un ciclista italiano que se hizo célebre en el Tour de 1933, y, sobre él, una vieja historia que me contaron y que me marcó enormemente. Me marcó tanto que convirtió en mi primera novela. La historia en sí tiene muchas aristas, y una derivó en un escollo insalvable: la imposibilidad de documentar fehacientemente aquello que me contaron, que sobrevivió decenas de años de boca en boca, en la memoria oral. Un veterano del pasado me contó que Martano se había significado por sus ideas antifascistas en los tiempos de Mussolini, y que por eso fue excluido de la selección nacional para el Tour. Pero que como el Tour ofrecía la posibilidad de disputarse, además de por selecciones nacionales, por libre, sin equipo, en la modalidad llamada de touriste-routier, Martano lo corrió de esta manera. Y me contó que estaba teniendo una actuación muy destacada, superando al líder de la selección italiana, Learco Guerra. Y que Mussolini dio la orden de impedir, de cualquier manera, que Martano derrotara a Guerra. La historia era prometedora, y yo me imaginé un sinfín de aventuras, de maldades, de proezas de Martano. Pero no pude probarlas. Entonces le cambié el nombre, le bauticé con uno parecido y así pude dar rienda suelta a lo que mi imaginación había creado mientras investigaba. Lo que construí no era real, pero era verosímil. No contaba lo que realmente sucedió, pero sí aquello que podía haber sucedido. Y no era una fantasía porque estaba dentro del "espíritu de la época". A mi héroe ciclista le llamé Martana.

A rueda

El desenlace del Giro de Italia ha sido justo; Egan Bernal se ha mostrado como el corredor más regular y sus rivales no han hecho lo suficiente para desbancarle