l Tour parece sentenciado para Roglic, tras la disputa de la etapa reina. En esa lucha cuerpo a cuerpo entre Pogacar y él, librada en el terrible col de la Loze, salió vencedor. Y no creo que en la contrarreloj de La Planche des Belles Filles pueda perder ese minuto de diferencia, porque Roglic es muy fuerte en esa especialidad. Además, a pesar de resaltar la clase de Pogacar, siempre le veo al límite de su esfuerzo, lo que me ofrece dudas sobre su futuro estelar. Ha mostrado cualidades enormes, victorias variadas, más el podio de la Vuelta del año pasado, que a sus 22 años parecerían señalar a un próximo gran campeón, un nuevo Froome, Indurain, Hinault. Pero tengo dudas por la agonía que percibo en sus triunfos. Esa resistencia que mostró ayer al no derrumbarse tras perder al rueda de Roglic, es una característica idónea para un gran corredor, pero a las figuras se les ve una facilidad que no observo en su pedaleo.

Para hoy queda una subida extrema, por un camino forestal sin asfaltar, el Plateau de Glières. Un monte de guerrilleros, que podría motivar a los ciclistas más combativos si conocen la historia. Ya lo comenté en el artículo inicial del Tour, en esa montaña más de doscientos republicanos españoles se dejaron la vida, luchando contra los nazis por la libertad, por la libertad de Francia, y por la suya. Con la aspiración de que tras la derrota alemana, los Aliados fueran solidarios con su combate antifascista, y les ayudaran a echar a Franco. No ocurrió así, la guerra fría abortó la solidaridad con la República, y su sacrificio fue aún más generoso. Su entrega fue sólo por la libertad de los demás, lo que la hace aún más sublime. Lo dieron todo guiados por sus principios, sin esperar promesas firmadas. ¿Sabrá Pogacar algo de todo esto? ¿Habrá escuchado algo, en su Eslovenia natal, sobre aquellos otros partisanos, similares a los que liberaron su patria? Si lo sabe, ése es el lugar para realizar la hazaña, porque incluso los campeones necesitan la inspiración. E invito a mirar la televisión, como un homenaje particular, para ver el monumento en recuerdo a esos guerrilleros que hay en la cumbre.

Haciendo un repaso de la carrera en los Alpes, destaco la igualdad, el control, la lucha por los segundos. Y de las montañas, la más bella fue la llegada en el Grand Colombier. Era la primera meta del Tour en su cima, que fue inaugurada en 1978 por una llegada del Tour del Porvenir, con victoria del soviético Soukhoroutchenkov, Souko. El mejor exponente de aquella generación sputnik, de ciclistas del Este, de la que los eslovenos Roglic y Pogacar son herederos. Sin embargo, hay un abismo entre ambos ciclismos. En aquel, Souko vencía por minutos, en éste se lucha por segundos. En aquel ciclismo el mundo estaba dividido en dos, que impidió el enfrentamiento entre Souko e Hinault que la opinión pública solicitaba. El Tour invitó a la selección soviética, ofreciéndole un millón de dólares, para que lo corriera con Souko. No ocurrió, era el año 1980, y se interpusieron la intervención soviética en Afganistán y el boicot occidental a la Olimpiada de Moscú.

Estos días salgo a pedalear estimulado por el Tour. Ayer, instintivamente, me calcé unas viejas zapatillas negras, que tenía arrinconadas. Rodaba, las miraba, y me sentía bien. Veía imágenes del pelotón, al que vuelven las zapatillas negras, y recordé la reflexión de un filósofo, Gyorgy Lukaks, uno de los últimos en atreverse con un Tratado de Estética. Decía: "Usted va a una tienda y se compra una corbata; si ahora se imagina el proceso necesario para que usted y esa corbata se encuentren en el mercado, es posible que surja como resultado un cuadro movido y muy complicado, y yo creo que tales procesos no deben ser excluidos de la comprensión de la realidad". Y bien, ¿qué se escondía detrás de mi satisfacción pedaleando con las zapatillas negras? Un estar en la onda, inconsciente, que filtraba de la moda, de sus códigos, también en el ciclismo. Los códigos de grupo funcionan mucho en el deporte y más en el ciclismo. Desde chaval, cuando corría, llevábamos las piernas depiladas, que hoy es una tendencia, pero que entonces era un atributo exclusivo de los ciclistas. No sabíamos muy bien para qué, por los masajes, por las caídas, pero sobre todo porque era el código, todos las llevábamos, no llevarlas significaba estar fuera. Lo mismo con las zapatillas; eran negras, se aligeraron, se adaptaron a los pedales automáticos, y perdieron la obligación del negro. Pero ha vuelto ese color, y, ahora me doy cuenta de que me sentía bien porque me sentía uno como ellos. Comprender esto no debe ser excluido de la reflexión, como decía el filósofo. Y al sentirme bien como ciclista, me acordé del deseo con el que quise de niño unas zapatillas de ciclista, negras de cuero con agujeritos, en un escaparate de Jaca. Lo miraba cada día de aquellas vacaciones, y como no las conseguí, buscarlas de nuevo fue lo primero que hice en el verano siguiente. Esperé todo un año anhelante. En ese deseo de ciclismo, estoy seguro que se instaló una pasión profunda por este deporte. Ese deseo que también encierra la corbata de Lukaks.

A rueda

Para hoy queda una subida extrema por un camino forestal sin asfaltar en el Plateau de Glières, una montaña de guerrilleros