uando a Tom Dumoulin le llegó el pasado verano la oferta del Jumbo, no se lo pensó dos veces. Aceptó como loco. Sin condiciones. Aún sabiendo que en las grandes vueltas no iba a ser el líder, aún sabiendo que en el Tour sería el primer espada de Primoz Roglic. Dumoulin abandonó el Sunweb, el equipo con el compartió ocho años de vida, con el prestigio que otorga ser campeón del Giro; y se marchó a un gigante que le pidió sacrificio y trabajo para que otro se llevara el amarillo y la gloria. Lejos de irritarse, el neerlandés recibió su rol en el nuevo equipo con entusiasmo. El Jumbo tenía la ambición de derrocar al Ineos, ganador de siete de las últimas ocho rondas galas, y Dumoulin se propuso ser el mejor lugarteniente para que el nuevo coloso del ciclismo lograra su primer Tour. “Estaba preparado para cambiar de aires y ahora estoy muy feliz. Creo que tenemos una buena oportunidad para ganar el Tour, estoy en muy buena forma y espero poder seguir ayudando al equipo para conseguir seguir así hasta París”, explicó el neerlandés.

Así, Dumoulin aceptó con naturalidad correr para otro, eso que Geraint Thomas se negó a hacer con Egan Bernal -y el Ineos finalmente tuvo que reclutar a Richard Carapaz-; y con su aportación ayudó a convertir al Jumbo en la máquina perfecta. En un mecanismo sincrónico que en 15 etapas todavía no ha encontrado rival que le tosa. De hecho, ayer el equipo neerlandés se quitó de encima a su máximo adversario, al otro aspirante al amarillo. El Ineos no lo vio venir y, cuando lo hizo, ya tenía a su líder en plena pájara, lejos del pelotón y pidiendo auxilio con la mirada. Bernal entró en la meta del Colombier muy lejos del Jumbo y, a 8’25’’ en la general, simbolizó el fin del dominio de su equipo en la ronda gala. Porque ayer hubo un cambio de guardia y al frente del nuevo ejército de la Grande Bouclé se colocó el Jumbo. Cierto es que el equipo de Roglic venía dando avisos de que este Tour iba a ser suyo por calidad, actitud e imposición; pero ayer un gran trabajo coral echó por tierra las ilusiones de un Ineos que aún tenía sueños de remontada.

Y es que el Jumbo metió a cinco corredores en el grupo cabecero, cuando ya se enfilaba el tormentoso Colombier. Toda una muestra de poderío. Así que entre todos los compañeros le hicieron a Roglic el camino mucho más llano. Más liviano. “La verdad es que tener más corredores que pueden ayudar en cabeza de carrera te libera un poco de la presión. Pero eso es lo bueno de formar parte de un equipo tan grande. Cada uno hace mejor al otro”, reconoció Dumoulin. Cierto es que la labor grupal del Jumbo eliminó a Bernal y su temible Ineos de la ecuación; pero fue la brega del ciclista neerlandés, del campeón del Giro, la que más destacó. Porque cuando las piernas ya flojeaban y la pared más se inclinaba, Dumoulin se puso el mono de trabajo y comenzó a tirar como el que más. Se transformó en gregario de lujo y dejó al Jumbo con el Tour en el bolsillo.

Dumoulin terminó la etapa exhausto y exultante. Primero porque había ayudado a Roglic a ser todavía más líder y, segundo, porque su esfuerzo se vio recompensando con las pájaras de Bernal, Guillaume Martin (Cofidis) y compañía, que le abrieron las puertas del top ten de la general. De esta forma, el Jumbo escenifica su poderío colocando a sus dos mejores hombres entre los más destacados. De esta forma, Dumoulin demostró ser el mejor lugarteniente, aunque el neerlandés no oculta que sueña con llevar algún día el amarillo: “Soy un especialista en contrarreloj pero he demostrado que puedo hace más cosas. Ser líder del Tour para mí sería coger el mundo con las manos, la coronación de mi carrera”.