l Tour nos ha rozado, con su paso por el col de la Hourcère, o como se llama en el euskera de la zona, Murkhuillako Lepoa, en cuya cumbre está la estación de esquí de Issarbe. Un puerto inédito, de extraordinaria exigencia, con 11,1 kilómetros de longitud y una pendiente media del 8,8 %, una dureza constante que se ve incrementada por tres kilómetros por encima del 10%. Era el preámbulo del temible Marie Blanque, muy conocido porque la marcha cicloturista Quebrantahuesos lo incluye en su recorrido. Recuerdo que en el Tour de 1992, el que salió de Donostia, el pelotón se despidió de nuestras carreteras con la etapa Donostia-Pau, que incluía el paso por el Marie Blanque. El único contacto con estas montañas. Los periodistas le preguntaron a Hinault, asesor de la prueba, por qué, estando tan cerca, en esa edición no había Pirineos. Hinault les contestó: “¿Ustedes no conocen al Marie Blanque, verdad?” Y la etapa resultó decisiva, en el puerto se escaparon Indurain, Bugno, Chiapucci, y Mottet, que distanciaron al resto de candidatos. Y la etapa la ganó un vasco, Murguialday.

Ayer, en Marie Blanque, se destacaron cuatro gallos como aquel 1992, Landa, Pogacar, Roglic y Bernal. Aunque se observa mucho miedo entre ellos, un juego de equilibrios, sin mostrar aún todas las cartas. En la meta no se hizo justicia poética para el suizo Hirschi, que anduvo escapado toda la etapa, y fue cazado a 2 km de meta. Con él, Pogacar, Evenepoel, Van Aerts, Van der Poel, estamos ante una nueva generación muy brillante.

El paso del Tour por el Pirineo me acerca a la infancia, a mis primeros recuerdos ciclistas. En aquel tiempo se veraneaba, y las vacaciones que ahora terminan, duraban varios meses. Eran lentas, dejaban poso, cobraban un valor biográfico. Decisivas en la formación personal. Era el tiempo de los amigos de verano, el descubrimiento amoroso, las primeras tertulias existenciales. Todo era reposado, profundo. Yo lo vivía en un camping cerca de Jaca, donde las familias instalaban campamentos, en los que las mujeres se quedaban con los pequeños, y los padres iban a trabajar, volviendo los fines de semana, hasta que podían disfrutar de sus dos, tres semanas de vacaciones. Era el capitalismo en desarrollo, con menos derechos que ahora, en una sociedad machista, donde a las mujeres les quedaba el cuidado de la prole, la casa. Al camping no llegaba la prensa, ni existían los teléfonos móviles. Mis padres iban los fines de semana, y para mí, que estaba allí con mis tíos, era el momento más esperado y deseado, porque me traían los recortes del periódico con las crónicas de las etapas disputadas del Tour. Y además, el tebeo Pulgarcito, que ese verano incluía cada semana un capítulo de la historieta dibujada La vida fabulosa de Eddy Merckx. Eso me inoculó el virus del ciclismo. Después, por las rampas de tierra del camping, con mi pequeña bicicleta, era imbatible, e imaginaba todas las glorias de un corredor. Y en cuanto mis padres llegaron para disfrutar sus vacaciones, no les dejé en paz hasta que me llevaron en coche a conocer los puertos míticos, el Aubisque, el Tourmalet. Ese es mi ciclismo, trufado de amigos, leyendas, deporte, lecturas, y soñado en las noches iluminadas por la Vía Láctea, invisible en nuestros cielos, y que allí también descubrí.

Estos días se ha confirmado la noticia de la renuncia de Suiza a organizar los campeonatos del mundo de ciclismo 2020, por causa del COVID. Inmediatamente la UCI ha buscado una alternativa, y la ha encontrado en Italia, en Imola. Allí se disputó el mundial de 1968, que ganó Vittorio Adorni. Ese día yo estaba de campo con mis padres, en Oianleku, Artikutza, y, mientras corría por un mar de helechos, se me metió un tábano en el oído. Corrimos al Cuarto Socorro de Donostia. Los enfermeros que me atendían veían en la televisión la carrera que ganaba Adorni. Ahora, gracias a esta convocatoria que me hace revisitar la historia, descubro un brillo nuevo, que ese día era el 1 de septiembre.

Algo parecido me ocurrió cuando consultaba en los archivos de la policía franquista la ficha de mi padre. Recordaba que estuvimos en un Aberri Eguna prohibido. Yo era un niño y se me quedó grabada a fuego una escena. Los manifestantes corrían por la plaza del Castillo de Iruña, perseguidos por la policía, cuando a mi lado uno de ellos zancadilleó a otro y al llegar dos polis les dijo: “Dadle fuerte a este”, mientas se abalanzaban sobre él y le golpeaban con las porras. Era un infiltrado. Ese recuerdo lo pude fechar en el archivo:

“Usabiaga Jáuregui, Marcelo.

Asistió a la manifestación separatista vasca del llamado aberri-eguna celebrado en Pamplona el día 26-3-1967”.

En ambos casos, Adorni y el Aberri Eguna, esa confirmación científica de un recuerdo, comporta una gran satisfacción, la de no estar solo, la de estar en la historia, la de sentirse con los otros, de participar, de no ser indiferente. Y estoy convencido que en aquel país del Pirineo, donde las fronteras solo las marcan las montañas, en aquellos periódicos, en el Pulgarcito, con la fuerza con la que se arraigan los sueños en la infancia, fue donde se orientó mi manera de ver el ciclismo y la vida.

A rueda

Pogacar, vencedor ayer, Evenepoel, Van Aerts, Van der Poel... estamos ante una nueva generación de ciclistas muy brillante