a carrera Milán-San Remo es una de las más antiguas, a lo que debe el título honorífico con el que la denominan, la Classicissima; y, con su recorrido de 305 kilómetros, mantiene en alto algunas de las características de aquel viejo ciclismo de los orígenes, las largas distancias maratonianas. Viendo a los corredores serpentear entre las colinas y las pequeñas calas de la costa de Liguria, recuerdo lo diferente que es la percepción que se tiene cuando uno atraviesa en coche, por la autopista, esa región. Una sucesión continua de largos puentes sobre los pequeños valles y túneles perforando las colinas. Una obra enorme de ingeniería y hormigón, que sorprende por su brutalismo, y que debió asombrar incluso en los tiempos de su construcción, cuando la sensibilidad ambientalista no estaba tan a flor de piel. Cuando la recorrí me extrañó, e incluso, a bordo de mi viejo coche, me dio miedo de que se me estropease sobre uno de aquellos puentes sin arcén, que caían sobre los pueblos costeros con enormes columnas. Sólo años después, cuando en Italia se desveló el escándalo de la corrupción y la mafia, con el caso Manos limpias, se supo que gran parte de esas obras mastodónticas estaban pensadas para pagar a las empresas en beneficios, que necesitaban para ello emplear más obra y hormigón, y para recompensar por los encargos a los políticos corruptos con su porcentaje de obra. Vamos, como ahora mismo.

La carrera se disputó bajo un calor sofocante y pegajoso, al que los italianos llaman ferragosto. El desenlace fue trepidante y justo. Con Alaphilippe a punto de repetir la victoria de 2019. Atacó con fuerza en la subida al Poggio, coronó con unos segundos, pero le cazó Wout Van Aert en el descenso, que le derrotó al sprint. Los últimos kilómetros fueron electrizantes, con el pelotón pisándoles los talones.

La Milán-San Remo más espectacular la firmó Fausto Coppi en 1946, tras la II Guerra Mundial. Coppi, alistado forzoso en el ejército italiano, fue capturado por los ingleses que, pese a sus ideas progresistas, lo encerraron en un campo de prisioneros, en Túnez, hasta 1945. El gran campeón estaba ansioso por limpiar su historial y demostrar el daño que había producido la contienda en su trayectoria ciclista, y quiso demostrarlo con una gran exhibición en la primera gran prueba que se celebraba tras la guerra. A los veinticinco kilómetros de la salida se escapó con un grupito, en la subida al Turchino Coppi se quedó solo, y cabalgó así los 147 kilómetros que restaban hasta la meta. En San Remo sacó 14 minutos al segundo, y más de 18 a Bartali, que llegó cuarto.

Hablamos de gestas, y no puedo dejar de pensar en el escritor Italo Calvino, natural de San Remo. Ya hablé una vez de su obra El sendero de los nidos de araña, una de las que mejor retratan a la Resistencia italiana. Cuando Calvino relata el ambiente en el que se publicó la novela, cuenta cómo fue mal considerada por un sector de la cultura de izquierdas. Le reprochaban que no hubiera creado al héroe positivo, que diera imágenes normativas y pedagógicas de conducta, de militancia revolucionaria. Sin embargo, Calvino había hecho algo más necesario, escribe una historia de partisanos en la que nadie es héroe, nadie tiene una conciencia de clase clara y formada. Porque dice: ¿Qué nos importa el que ya es héroe, el que ya tiene conciencia? Lo que hay que representar es el proceso para llegar a tenerla.

Coppi, Merckx con su récord de siete victorias, Alaphilippe, Van Aert, son los héroes de la Milán-San Remo. En ellos hay un bagaje de dedicación, esfuerzo, entrenamiento, y detrás un equipo, los domésticos, que les permiten estar a punto, alimentados, protegidos, para el momento de representar sus hazañas. Estos domésticos son decisivos, tienen los quilates que ningún diamante solo podrá alcanzar, como, en otro libro memorable de Calvino, Las ciudades invisibles, le dirá Marco Polo al gran Kan, que se queja de que le hable de las pequeñeces del pueblo, de ciudades míseras, ante la grandeza de su imperio. Esos quilates son el dolor, el sacrificio, el trabajo, lo que el emperador no ve.

En este confinamiento caí en la tentación de ver la serie La casa de papel. Tenía un doble interés, verla, y escuchar cómo cantaban la canción Bella ciao. Había oído que muchos jóvenes creían que era una composición hecha para la serie. La imagen es delirante, el grupo de atracadores se sienten la Resistencia y cuando alcanzan su objetivo en la Casa de la Moneda, cantan a coro la canción, con la letra en italiano, completa. Demasiada licencia artística. Esto indica la importancia de la memoria histórica, para conocer las cosas como realmente fueron. Para que no se vacíen de contenido. Una canción como Bella ciao, que cantaban los partisanos italianos, como el propio Calvino, en las montañas de San Remo, de Liguria, que han cantado en Italia en los primeros tiempos del coronavirus desde los balcones, que cantaban en su alegría por transformar el mundo las organizaciones comunistas, obreras, estudiantiles, antifascistas, que cantaba Joan Báez contra Franco, no puede quedar trivializada por una serie televisiva, como el No nos moverán ante el barco de Chanquete.

A rueda

La 'Classicissima', con su recorrido de 305 kilómetros, mantiene en alto algunas de las características de aquel viejo ciclismo de los orígenes

La carrera se disputó bajo un calor sofocante y pegajoso, al que los italianos llaman 'ferragosto'. El desenlace fue trepidante y justo