donostia - Sobre la terraza abierta al cielo del Etna, que acoge un observatorio al cosmos y la primera frontera vertical del Giro, despertó un volcánico Mitchelton, que entró en erupción con un doblete solemne, formidable, provocado el incendio por Esteban Chaves y Simon Yates. “Decidimos que yo ganaba la etapa y el se ponía la maglia rosa. Eso es increíble. Todo es como un sueño, pero vamos a pisar la tierra, estoy emocionado y seguiremos soñando”, expuso Esteban Chaves, primero en encender el volcán. El colombiano llevaba todo el día dando lumbre con la antorcha y prendió la gloria. La compartió con Simon, que le iluminó con algo tan locuaz como pase usted primero. “No estaba planificado de esta manera. Chaves estaba delante y eso significaba que podíamos estar tranquilos, a la expectativa, no había necesidad de hacer nada, por lo que pude ahorrar fuerzas. Al final vi la ocasión, lo intenté y todo salió a la perfección”, dijo Simon Yates, el nuevo líder de la carrera italiana. En una montaña negra, el inglés se pintó de rosa. No existe mejor color.

La imagen del dúo remitió a aquellas fotografías en las que Wiggins y Froome especulaban sobre quién debía ganar. En el Etna no hubo discusión sobre el reparto. Todo fue de colores. El mundo en plastidecor del Mitchelton. Chaves, que fue segundo en el Giro de 2016, lo celebró santiguándose y Yates prefirió elevar los brazos pensando en Roma, la corona de la carrera. En el Etna afianzó su candidatura. En su día, Simon Yates renunció a fichar por el Sky. Eligió ser cabeza de ratón. No tenia intención de hacer los recados a Froome, el rey león de la armada británica. Aquella renuncia la festejó en el volcán, donde se fundió Rohan Dennis, al que le ardió el cuerpo en su agonía a través de una montaña sin compasión, que dispara con silenciador. No a Chaves y Yates, que llegaron en sidecar, incandescentes ambos, dragones en tierra de fuego.

Ambos despertaron al Etna, el volcán que descansa entre fumarolas, respirando en silencio hasta que cualquier día se despierte de mal humor, con la cabeza humeante. El menudo Chaves, hijo de una escapada, abrasó con su sonrisa a sus compañeros de fuga cuando la montaña se puso seria y se hizo más alta. Simon, el despunte de los jerarcas, chamuscó a la alta aristocracia con el reprís de una moto que solo deja el humo tras picar rueda. Así compartió plano con Chaves en el Etna, más arropado por la nueva vertiente, con un abrigo de vegetación protegiéndole los márgenes en una subida en la que hubo ríos de lava. En un puerto eterno, decorado con piedras negras, tiznado por las entrañas de la corteza terrestre, Froome se hizo terrenal. Sufrió, pero soportó la tortura con el encaje de los campeones. El británico masticó una onza de optimismo en la cumbre.

“Fue una etapa dura y una gran prueba para todos los hombres de la general, donde se ha visto dónde estaba cada uno. Personalmente, estoy contento de haber superado el reto sin ningún problema importante y haber estado con los principales corredores de la general. Siento que cada día me encuentro mejor y espero llegar a la tercera semana lo más fuerte posible”, argumentó el británico. Dumoulin, cómodo, mirando el fuego bajo, no pudo quemar al británico, que se agarró con velcro en los vaivenes del grupo de favoritos, donde flotaban Pinot, tercero en meta, Pozzovivo, Bennett o Aru. “Intenté animar la carrera, pero no era mi mejor día”, analizó Dumoulin. Pello Bilbao se mostró otra vez solvente, rodeando a los mejores. La montaña pareció enjuiciar con severidad a Miguel Ángel López, un Ícaro al que se le derritieron las alas cuando quiso ser Superman, y a Fabio Aru, con el gesto torcido. Ambos, empero, se suturaron a tiempo y cerraron la herida.

a fuego La aproximación a la cumbre fue una persecución a fuego. Chispas para una fogata. Se empastó un grupo de casi una treintena de corredores a un viaje lunar a meta, con dorsales de enorme filo Chaves, Ulissi, Sergio Henao, De La Cruz, Gesink, Oomen o Hermans. Eso sobresaltó al BMC, que lijó para salvaguardar a Rohan Dennis, el hombre de rosa hasta que en el Etna decoloró. Se quedó en blanco. Astana, que no logró insertar a ningún soldado de infantería, aplicó después un ritmo marcial para boicotear una escapada que alcanzó el portal del volcán con aire suficiente para ventilar la etapa. Astana disponía de sus hombres, uno tras otro, como las matriuskas, para colocar un bozal a los escapados. Hubo ataques y contraataques hasta que la sonrisa de Chaves sonó con la algarabía de una carcajada atronadora.

El colombiano se impulsó en la zona más dura de la ascensión al cráter. No volvió a girar el cuello. En el grupo de favoritos, con Froome, Dumoulin, Yates, Pinot y Miguel Ángel López, entre otros, se imponían las miradas de las timbas de póquer, esas que tratan de adivinar la mano del rival para adelantarse a su jugada. Nadie lo veía claro en la bola de cristal. A Dennis se le nubló la vista, ciego por el esfuerzo. Froome se quedó sin lazarillos, así que se zambulló en la pantalla del potenciómetro. Dumoulin y su perfil escultórico se dejaron ver. El holandés amagó, torció la vista y vio a Froome desencolarse. Fue un instante porque el británico supo gestionar la ascensión, más larga que abrupta.

Al movimiento de Dumoulin respondió el inquieto Pozzovivo y el fogoso Pinot. Yates permanecía sereno, templado. El colombiano seguía encendido en el Etna. Simon Yates atizó la hoguera de las vanidades. “No estaba muy seguro a la hora de atacar. Miré al otro lado de la carretera y todos se miraban entre sí y hubo un pequeño hueco. Aproveché la oportunidad”. Alcanzó a Chaves y se prendieron los fuegos artificiales del Mitchelton. Una veintena de segundos más tarde, el resto de favoritos fumó la pipa de la paz en el volcán, donde Chaves y Yates entraron en erupción.