Síguenos en redes sociales:

La vida en rosa

un 14 de junio de hace 25 años miguel indurain ganaba su primer giro y se convertía en mito

La vida en rosaFoto: Javier Bergasa

resulta curioso entrar en el archivo, buscar en el estante más remoto un tomo de hace 25 años, abrirlo por mediados de junio y observar, con la ventaja que solo otorga el paso del tiempo, cómo han concluido historias que por aquel entonces estaban a medio escribir.

“No puedo saber hasta dónde podré llegar ni dónde pueden estar mis límites”, confesaba Miguel Indurain hace un cuarto de siglo desde Milán, aún ataviado con la maglia rosa que le destacaba como vencedor de la ronda italiana.

Se trataba de su primer Giro -el primero también en la historia del ciclismo español- y si a eso le unes el maillot amarillo del Tour del 91, todo hacía indicar que se empezaba a fraguar una hegemonía, que una gran sombra de dominio se cernía sobre el ciclismo mundial.

Ese augurio no estaba basado tanto en las victorias, sino en cómo se producían. En aquel Giro, el navarro le sacó 5 minutos y 12 segundos a Claudio Chiappucci, segundo clasificado y 7 minutos y 16 segundos a Franco Chioccioli, tercero. Ambos corredores, si no lo adivinan por los apellidos, eran italianos. Un triunfo tan solvente en el cronómetro como en las sensaciones; Indurain se vistió de rosa en la segunda etapa y ya no soltó la maglia, es decir, 20 jornadas soportando el peso del liderato.

Situación que el de Villava, claramente superior a sus rivales, asumió con la naturalidad que le caracterizaba. “Ha sido más cómodo que lo que esperaba, aunque el equipo se ha dado una paliza”, manifestó Miguel con posterioridad. Una declaración que para alguien no dado a explayarse como él era bastante reveladora.

En el Mundo Deportivo del 15 de junio de aquel año le calificaban de “Superman”, en el ABC titulaban en portada con “Indurain gana para España el primer Giro de Italia”. Sin embargo, La Vanguardia fue más allá en su reflexión: “Indurain gana el Giro con tranquila autoridad”.

Tranquilidad y autoridad, dos términos que parecen casi antónimos pero que en el caso del ciclista de Villava se conjugaban a la perfección. Daba sensación de autoridad hasta posando en el podio, mucho más alto y corpulento que Chiappucci y Chioccioli.

la santa alianza Siempre se había dicho que para los ciclistas españoles el Giro era una prueba complicada y además los italianos defendían con uñas y dientes su territorio. La edición de 1992 no fue una excepción: de los cinco primeros clasificados, tres eran ciclistas locales -Chiappucci, Chioccioli y Giovannetti-, y entre los cinco siguientes había dos corredores transalpinos más: Vona y Conti.

Días antes del inicio de la Corsa Rosa, los medios italianos avisaban de que la principal amenaza para que la maglia no permaneciera en Italia era Miguel Indurain. Trataban al navarro como uno de los nombres destacados, pero, no sabemos si por chovinismo o no, apostaban finalmente por un triunfo nacional.

Eso dio pie a que se hablara de una especie de pacto entre italianos para hacer frente al navarro, acuerdo que finalmente quedó en agua de borrajas: “He oído hablar de esto, pero no lo he visto. Cada equipo tiene sus intereses”, explicó Indurain. Más contundente fue Chiappucci, que negó la existencia de semejante alianza. “Resulta que todos proponen atacar a Indurain y a la hora de la verdad siempre me quedo solo”, declaró con evidente enfado.

No obstante, el de Banesto no dio opción alguna. Se vistió de rosa en la segunda etapa, con final en Arezzo, un pintoresco municipio de la Toscana. Al día siguiente, el navarro reafirmó su liderato imponiéndose en una contrarreloj de 38 kilómetros que desembocaba en Sansepolcro. En la decimotercera etapa la carrera llegaba a las temibles Dolomitas y los italianos atacaron una y otra vez, pero Miguel sofocó todas las acometidas. En la vigésima, también de montaña y con meta en Verbania, Chioccioli y Chiappucci volvieron a la carga y aunque este último ganó la etapa no puso en peligro la maglia del navarro.

El de Villava se coronó en Milán el 14 de junio, ese año también conquistaría el Tour, y las comparaciones con los más grandes no tardaron en aflorar. Sin embargo, cuando se le preguntó a Echavarri sobre si su pupilo estaba a la altura de los Fignon, Hinault o Merckx, el de Abárzuza se limitó a decir: “Miguel va a quedar como Miguel”. Y no se equivocó.