“Necesitamos las peores condiciones, porque en el fondo somos vagos”
Shuichi Saito tiene 66 años y está jubilado, pero nadie lo diría al verlo en su gimnasio. Tras más de 40 años en Donostia, continúa dirigiendo clases con la misma energía y fuerza con la que llegó con 25 años desde Japón.
Donostia - Tras una extenuante clase llena de gritos y sudor, repasamos con él, aún con el kimono puesto y calzado en unas sandalias geta -unas chancletas de madera japonesas-, su trayectoria ahora que está tan cerca un homenaje a toda su vida.
¿Qué es el karate para usted?
-En ocasiones tengo dudas de lo que una persona que no tiene ni idea de karate puede llegar a entender. Cuando hablamos de karate cada uno tiene un concepto distinto; por ejemplo, para algunos es romper objetos, para otros defensa personal y para algunos saltos espectaculares. Para mí lo más importante es la filosofía del karate. Detrás de la técnica y los movimientos hay una idea clara. Siempre he querido diferenciar entre deporte y artes marciales. La meta en el deporte es ganar una medalla, pero lo que yo enseño no. Nosotros no buscamos una victoria, ganar o perder no es trascendental, lo verdaderamente importante es perfeccionar nuestra mentalidad consiguiendo un equilibrio con un cuerpo sano. La meta fundamental es llegar a ser unas buenas personas.
¿Cómo se inició en este mundo?
-Siempre he sido muy activo, desde los doce años hacía atletismo y judo. Además siempre tenía una ambición muy fuerte por hacer karate, pero un mes después de empezar a practicarlo, destruyeron toda mi ilusión. Era más duro de lo que nunca imaginé. Mientras estaba estudiando en la universidad quise conocer el karate en mi tiempo libre. Al poco tiempo iba a hacer karate y en mi tiempo libre a la universidad. Entrenaba casi todos los días, y en cada estación teníamos una semana completa durante ocho horas diarias seguidas. Eso ha sido lo más duro que he realizado nunca.
Todo ello mientras lo compaginaba con los estudios...
-Sí, algo imposible. Sinceramente, un año después de haber empezado tomé la decisión de dejar el karate. Me superaba, ¡tenía moratones encima de los moratones! Todas las partes de mi cuerpo tenían algo. En esa época no nos enseñaban con la boca y las palabras, nos enseñaban con los golpes. La mayoría de mis compañeros lo dejaron y yo quise hacerlo porque estaba dejando de lado los estudios, pero me lo impidieron. Varios cinturones negros vinieron a mi casa para convencerme diciendo que, si aguantaba un poco más, el fruto llegaría. Decidí seguir, pero la verdad es que nunca les creí.
¿Y que decía su familia a todo esto?
-Que dejara el karate, se asustaban de mi cuerpo.
Usted no se habrá convertido en un maestro así de duro, ¿no?
-Este gimnasio tiene fama de duro, pero no es nada comparado con lo que pasé yo. Aun así siempre busco más, en verano dejo todas las puertas cerradas para que esto sea una sauna y en invierno abiertas para que esté todo más frío. No es bueno entrenar con aire acondicionado y con pausas para estar descansado. Imagino que eso es lo que aconseja un médico para realizar deporte, pero como he dicho, esto no es un deporte. Necesitamos las peores condiciones para acondicionar nuestro cuerpo y nuestra mente, porque en el fondo somos vagos.
¿Cómo acabó aquí, en Donostia?
-Tras especializarme en Estados Unidos quería marcharme de allí y continuar con un Máster, pero a falta de tres meses para graduarme me llamó mi maestro ofreciéndome venir dos años a ejercer de profesor. Nunca pensé en venir a Europa, sabía inglés pero no castellano. Mi maestro me dijo que en Europa hablaba todo el mundo inglés. ¡En el año 75! Yo por ignorancia le creí, fui un inocente. Al final hablándolo con mis padres llegué a la conclusión de que venir aquí dos años y ganar dinero trabajando podría permitirme ahorrar y así no tener que pedirles ayuda para continuar mis estudios en Estados Unidos. Pero resulta que tras los dos años, todos mis alumnos me pidieron que no me fuese y acabé haciéndoles caso autoconvenciéndome de que solo me quedaba un año más y luego ya me iría a América. Y así continúe año tras año hasta hoy, diciendo que me quedaba solo para un año más?
Pero imagino que una vez que tomó la decisión de montar su propio gimnasio ya se convenció del todo de quedarse aquí...
-Sí, siete años después de llegar decidí pedir ayuda a mis amigos y a base de préstamos monté mi propio negocio. Mis padres se llevaron un gran disgusto, decían que qué iba a hacer con mis estudios y mi futuro. Yo todavía pensaba que el año que viene sería diferente y estaría en América estudiando, pero pasó el tiempo y seguí aquí. Hace tres años pisé por primera vez Estados Unidos.
¿Cómo recuerda el primer contacto con Donostia?
-Un choque enorme, nadie hablaba inglés, estaba terminando el franquismo? y a la hora de enseñar mis lecciones me costaba mucho explicarme. Además me cansaba muchísimo, solo estaba yo para enseñar. Recuerdo que me chocó mucho cómo trataban a los ancianos aquí, allí el respeto es mucho mayor.
No tuvo que ser nada fácil...
-Tenía 24 años y no entendía casi nada. Recuerdo dos cosas que ahora son solo anécdotas, pero en ese momento me asustaron mucho. Un día que vine al gimnasio con zapatos nuevos, un alumno me preguntó si los estrenaba. Le dije que sí, y entonces él me los pisó manchándomelos de barro. No entendía nada. Tuvo que venir otro alumno a explicarme que era una broma al ser zapatos nuevos, pero a mí no me hizo nada de gracia. La otra cosa es que cuando iba por la calle y algún alumno me veía, me daba un tortazo por la espalda diciendo: “¿Qué pasa Saito?”. No entendía nada y me dejaba la espalda destrozada. Poco a poco fui recapacitando y entendiendo que todo era diferente a Japón y si quería seguir aquí tenía que empezar a entender las costumbres de los que viven aquí.
Quizás todo empezó a ser más sencillo cuando conoció a su mujer, Lurdes.
-Conozco a Lurdes desde hace casi 40 años. Fue un apoyo muy importante. Creo que uno de los motivos por los que no me fui a Estados Unidos fue por ella.
Fueron avanzando los años y llegó incluso a tener 450 alumnos a la vez.
-Fue algo increíble. En los 80 hubo un boom de gente que acudía a gimnasios privados. En una clase llegué a tener 60 alumnos, hoy en cambio tenemos diez. Era una pasada, no había ni sitio para hacer los movimientos. En aquella época los gimnasios privados, no solo de karate o judo, se llenaban y, además, no había polideportivos como ahora. Esto duró unos diez años; a mediados de los 90 desaparecieron casi todos los gimnasios privados, ya no podíamos competir contra los polideportivos.
Para permanecer tanto tiempo abierto, más de 30 años, imagino que hay que ser diferente...
-Esto es algo que quiero dejar claro: mi pensamiento sobre qué entiendo por el karate. Cuando llegué aquí me saqué todos los títulos posibles en cinco años. Esto me permitió conocer la Federación Española de cerca, no es lo mismo mirarla desde fuera que una vez que ya estás dentro. Empecé a ver un lado oscuro que no me gustaba, se entendía el karate como un deporte en el que lo importante solo era ganar medallas. Si España tenía diez medallas y Francia siete, eras mejor que ellos y eso era lo fundamental. Yo no lo veía así. Como te he dicho, para mí el karate es algo más. Yo pensaba más en cómo debemos vivir a través del karate. La vida siempre es lucha y la gente que no entiende mi punto de vista imagino que siempre ha sabido que tiene las puertas abiertas para marcharse.
Por eso decidió salir de la federación y crear su propia asociación, Sotokai.
-Me marché en 1989. Al principio todo el mundo me criticaba, sobre todo desde Gipuzkoa. La Federación me dio la espalda y me decía que si no estaba dentro mi titulación no valía. A mí no me importaba. Avisé a mis alumnos que no íbamos a participar en campeonatos porque sabía que muchos venían buscando eso. Les dejé claro que para mí el karate era diferente y si querían marcharse a otro gimnasio eran libres. Sin embargo, la gente se quedó. Esto siempre me ha llenado de satisfacción. Todo el mundo estaba contento conmigo y me decían: “Tranquilo, pondré que tengo la titulación de Saito”. Al final nadie ha tenido problemas con mi titulación, es más, diría que ellos mismos están más orgullos de hacer mi examen que el de la Federación. Con el tiempo todos los que me criticaron han desaparecido y yo sigo aquí.
Ha cumplido 66 años, lleva un tiempo jubilado y ya empiezan a hacerle homenajes. Sin embargo, no le veo dejando el gimnasio de lado...
-Yo creo que todos tenemos que buscar siempre una ilusión. En nuestra rutina, en nuestro día a día, no tenemos tantos cambios. No podemos pensar que al llegar a los 50 o 60 años no podemos estar ilusionados con nuestro cuerpo. Tenemos un concepto equivocado, creemos que con los años vamos haciéndonos cada vez más inútiles y ya solo nos queda una dirección: la tumba. Yo estoy demostrando a los chicos de 20 años, yo, que soy mayor que sus padres, que todavía no pueden superarme. Nuestro cuerpo no tiene límites, solo hay que intentar mejorarlo y mantenerlo. Poseer un orgullo propio. Además de mantener la cabeza activa. Seguir estudiando es fundamental.
Entonces, seguiremos viendo a Saito durante muchos años más por el gimnasio...
-Ahora haciendo memoria con la entrevista, veo toda mi vida y esas anécdotas de cuando llegué y parecen mentira. No puedo decir que dentro de diez años siga igual, pero sí cuatro más. Cuando tenía 24 un médico en Japón me dijo que tenía que dejar el karate o, si no, me quedaría en silla de ruedas. Tuve que tomar una decisión en ese momento, fue la de continuar. Y mira, todavía estoy dando clases. Aguantando el dolor, pero sigo aquí. Creo que al final la vida es sacrificio, no podemos pretender tenerlo todo a la vez.