donostia - La imagen de Richard Oribe paseando por los bidegorris de la ciudad en su triciclo es una clásica estampa de Donostia. Como lo son sus medallas cada vez que ha acudido a un gran evento internacional. La primera imagen seguirá repitiéndose. No así la segunda, ya que el nadador donostiarra nacido el 22 de febrero de 1974 ha decidido dejar las piscinas. Los años no perdonan y las molestias en el hombro tampoco. El Europeo de Funchal (Portugal), celebrado a principios de mayo, fue el último gran evento que disputó el nadador con parálisis cerebral más laureado de la historia, que a sus 42 años puede presumir tanto de una ingente cantidad de copas y medallas como del aprecio de cualquiera que le rodea. La ovación que le dedicó el público en su última prueba en la localidad lusa fue de poner los pelos de punta, según cuentan los que vivieron ese momento.

A lo largo de 25 años en la elite de la natación adaptada, Oribe ha logrado 16 medallas en Juegos Paralímpicos (entre ellas ocho oros), 22 en Mundiales (doce oros) y 28 en Campeonatos de Europa (22 oros), y ha batido hasta en 48 ocasiones algún récord mundial. Y, además de eso, se ha granjeado el cariño unánime debido a un carácter positivo y alegre que resulta contagioso. Tanto en la calle como en las competiciones, se tiene que parar continuamente para atender a quienes quieren hablar con él o simplemente transmitirle ánimos. Y siempre lo hace con una sonrisa en la boca. Valga como ejemplo que, al finalizar el encuentro con este periódico, que tuvo lugar en el Hotel Eceiza, cogió su triciclo y en apenas unos metros se paró con dos personas: “¿Qué tal, Richard?”. Los homenajes a su figura se han ido sucediendo estos días y seguirán produciéndose, como el que tendrá lugar mañana jueves en Tabakalera, donde se celebrará La Noche Paralímpica presidida por el lehendakari Urkullu.

Oribe afrontaba el Europeo de Funchal como el trampolín hacia los Juegos de Río, que hubieran sido los séptimos de su dilatada trayectoria. Sin embargo, no llegaba a la cita con buenos tiempos, tal y como se había visto en el Campeonato de España celebrado unas semanas atrás en Sabadell. Lo cuenta su técnico desde hace 19 años, Javier de Aymerich, mucho más que un entrenador para él, prácticamente un segundo padre: “Richard decidió hacer un esfuerzo para intentar ir a Río y tuvimos una reunión con la Federación Española para poner todos los medios a su alcance. Sacó sus medallas de oro en el Campeonato de España, pero las marcas no salieron. Lo empezó a pasar mal. Le tuve que hacer un esquema, una especie de gráfico con una línea que primero subía y luego bajaba: aquí hay un bebé, luego un chaval con manguitos, luego un mozalbete que nada bien y aquí un tío cachas que gana medallas. Luego, con 42 años, la línea va bajando. Se dio cuenta de que no era culpa de él, es que el tiempo no perdona”.

Pese a todo, acudió a Portugal a apurar sus opciones olímpicas. Sin embargo, se confirmó que no estaba ya al nivel de antaño. “No llegaba”, reconoce el propio Oribe, palabras que confirma Aymerich: “Le dije tranquilo, pásalo bien, olvídate de las medallas y de Río y disfruta”. Y así hizo el donostiarra: “Los demás nadadores y la gente me mostraron mucho cariño, los aficionados estaban de pie aplaudiendo. Me encantó, porque me demostraron que me quieren”. Tras la última carrera, Oribe y sus compañeros de selección lo celebraron con una fiesta hasta las dos de la madrugada.

empezó con diez años El chaval con manguitos al que hacía referencia Javier de Aymerich es Richard Oribe cuando tenía diez años, edad con la que comenzó a nadar como terapia para su parálisis cerebral. “Empecé a nadar en Aspace”, cuenta él mismo, “y en 1988 fui a mi primer Campeonato de España. Luego empecé a preparar los Juegos Paralímpicos de Barcelona 1992. Ahí no gané ninguna medalla, me di cuenta de que era muy difícil porque había gente muy buena. Pensé: No pasa nada, a seguir trabajando. En 1995 fui al Campeonato de Europa en Francia y gané mis primeras medallas internacionales”. Evento que fue el preludio de su primer gran éxito internacional: los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996, en los que ganó tres oros y una plata, batiendo además sus primeras marcas mundiales en las pruebas de 100 y 200 libre.

Poco después se unieron los caminos de Richard Oribe y Javier de Aymerich, lo que resultaría clave en la trayectoria del nadador. “Nos conocimos hace ya 19 años”, relata el entrenador donostiarra. “Él estaba nadando en el club Dordoka de Aspace y en un curso de entrenadores que estaba dando yo como técnico, unos chicos me dijeron que tenían un nadador discapacitado que era campeón de España. Yo entonces ni conocía a Richard, ni sabía dónde nadaba. El caso es que me hablaron de él y empecé apoyarle en entrenamientos. Al año siguiente, en 1998, me dijo que quería entrenar más fuerte. Tenía ese gusanillo de que le gustaba nadar y quería ponerse fuerte, hacer marcas, mejorar. Creamos el club Konporta, donde ahora tenemos 30 nadadores”.

La relación entre Oribe y Aymerich no se ha limitado a la piscina. “Ha habido una lealtad y una complicidad grande desde que nos conocimos. Vi que tenía una inteligencia que estaba poco explotada, que se podía exprimir mucho más, tenía capacidades que se podían aprovechar”, relata el entrenador: “Les comenté a sus padres que le compraran un ordenador, que yo le iba a enseñar a manejarlo. Aprendió a manejar Word, Excel, Power Point, también a escanear fotos... se arregla perfectamente y el tío se ha hecho un archivo de fotos y artículos enorme de sus campeonatos”.

La capacidad de Oribe para relacionarse con los demás también ha mejorado. “Uno de los problemas era la comunicación con él. Le costaba entender y tenía un vocabulario muy limitado, pero después de los Juegos de Atenas 2004 le pusieron el implante coclear (producto sanitario implantable de alta tecnología que consiste en un traductor que transforma las señales acústicas en señales eléctricas que estimulan el nervio auditivo) que ha ampliado mucho su lenguaje. Oye y entiende bastante más y se puede relacionar mucho mejor. Le hizo pegar un avance importante, es más sociable. Antes era impensable ir a una sociedad a cenar, porque al minuto uno se acababa la conversación. Ahora va con seis o siete personas y está cómodo”, cuenta Javier de Aymerich: “Con el tiempo hemos creado nuestro lenguaje particular”. El entendimiento entre ambos es total. De hecho, en algunos momentos en los que cuesta comprender a Richard Oribe, es su entrenador quien aclara lo dicho por su pupilo. “Javier me ayuda en todo: en la natación, en cosas de casa...”, añade Oribe.

trabajo en la sombra Bajo la tutela de Javier de Aymerich, el nadador donostiarra fue poco a poco engordando un palmarés gigantesco, con medallas en cada gran evento al que acudía. Detrás hay mucho, muchísimo trabajo, tal y como explica el entrenador: “Han sido muchos años de renunciar a otras cosas. Entrenábamos de lunes a domingo, periódicamente varias semanas de concentraciones, viajes, campeonatos... Hemos ido aprendiendo sobre la marcha, yo no tenía conocimientos sobre su discapacidad y tampoco había documentación sobre cómo entrenar”. La disciplina y ganas de superarse de Oribe han sido claves para lograr todos los éxitos citados anteriormente: “Entrenando es un tío súper formal y exigente consigo mismo. Siempre cumple el plan que ponemos. Ha entrenado entre dos y seis horas diarias”. “Siempre me gusta nadar y me lo paso muy bien en los campeonatos”, confirma el deportista. “También me gusta ir al gimnasio y hacer pesas”.

Detrás de ese espíritu de superación está un sentimiento de no querer fallar a quienes tanto le han apoyado durante todos estos años: “Mis padres me han ayudado mucho siempre. Cuando no me clasifiqué para Río, me dijeron: Disfruta. También mi hermana me llamó y me dijo: Ya tienes muchas medallas, relájate y pásalo bien. Mis compañeros me animan mucho, por ejemplo Teresa Perales, que es un ejemplo para mí, o Chano (Sebastián Rodríguez), con quien llevo muchos años compitiendo”. También tiene palabras de cariño hacia Arturo Pérez, entrenador y experto en temas de parálisis cerebral: “Es un gran amigo, siempre me ha ayudado. Mis compañeros me animan mucho”. Javier de Aymerich añade que “si no se implican los padres, no hay nada que hacer, y los de Richard han estado ahí desde el principio. Desde que era pequeño y le dijeron que no iba a poder andar han estado siempre animándole, participando de sus éxitos y sabiendo quitar importancia a los momentos no tan buenos”.

Entre tantos éxitos deportivos, Oribe se queda con uno: “La prueba de 200 libre de los Juegos Paralímpicos de Pekín 2008, que gané el oro y batí el récord del mundo. Es mi mejor carrera”. Tanto, que ocho años después lo sigue manteniendo. ¿Y los momentos malos? El nadador es incapaz de decir alguno. “Es que es un feliciano”, comenta su entrenador, “pero ha habido momentos difíciles, claro”. Su habitual buen humor hace que los supere con naturalidad.

Después de 25 años volcado en la competición, se abre un nuevo futuro para el mejor nadador con parálisis cerebral de la historia. “Voy a seguir nadando”, asegura, “porque me gusta, aunque no campeonatos internacionales. Voy a jugar a tenis de mesa, pasear en bici, cenar con mis amigos... muchas cosas. También me gusta ir a los partidos de la Real y el GBC”. Por cierto que este pasado domingo recibió un bonito homenaje en Illunbe, en el que además se llevó la camiseta de David Doblas. También quiere transmitir sus conocimientos a otros nadadores, según explica su entrenador: “Seguiremos con el club Konporta. Richard es el líder ahí, y a partir de ahora estará ayudándome con todo lo que sabe de natación, que es mucho”. La unión entre ambos no se detendrá: “Seguiremos juntos en algún proyecto”.