Igorre. Cuando amanece en Igorre, el día es de plomo, gris, lluvioso, blancas las laderas de las montañas y su aliento de hielo, hay una cama sin abrir en el hotel donde reposa la selección belga. Sven Nys, 33 años, la leyenda flamenca, el chico exquisito, el deportista desalmado que ha enterrado bajo el barro durante una década a sus rivales, desayuna a las 8.00 horas en un hotel de Mallorca donde ha pasado toda la semana en busca del fuego, chispa para sus viejas piernas gastadas. A las 9.00 está en el aeropuerto, subiendo por la escalinata de un avión privado que le ha costado, a él y a Gerben de Knegt, Bart Aernouts, Thijs van Amerongen y Sven Vanthourenhout, 7.500 euros a escote -"era Igorre, era la Copa del Mundo, el esfuerzo era necesario", explica luego el desembolso al que le obliga la huelga salvaje de los controladores-. Sólo tres horas y media antes de que comience la carrera, llega a Igorre y se desploma sobre la cama. Sin masaje, el cuerpo destrozado por el viaje, el sistema nervioso descompensado "por el estrés" que le ha generado en las últimas horas no saber si llegaría, Nys no es Nys, sino un tipo molido.
Sobre el lodazal de Igorre, no es el hielo checo, no es la arena fina belga, no es la tierra dura holandesa, esa sensación no hace más que agudizarse. A Nys le pesan las piernas como una losa. Niels Albert, 24 años, joven, vigoroso, ágil y fuerte, y Francis Mourey, una bala de cañón, enjuto y rocoso, hacen el resto. Caban su tumba. Le cubren de barro. Por primera vez en cinco años, Nys no huele la victoria en Igorre -triunfó en 2006, 2007 y 2008, y antes en 2001, y el año pasado ganó Stybar, pero el belga, que fue tercero, luchó hasta la última vuelta por el triunfo-, donde levanta el vuelo Albert, lesionado en un tendón de la rodilla izquierda antes de comenzar la temporada y, tras ganar ayer, líder de la Copa del Mundo. Mourey es el único que le discute la victoria. Nys, exhausto, pero pertinaz acaba tercero.
"Aurrera Egoitz!", escucha Nys desde la abarrotada orilla de la cuerda del circuito. "Aupa, vamos, vamos", animan al abadiñoarra, que viaja a lomos de la proeza, quinto, por delante de Nys, de muchos belgas, de alemanes, de holandeses, de suizos, no en la primera vuelta, lo que se interpretaría como el desfogue de la pasión, la motivación tracionera de correr en casa; no en la segunda, lo que se entendería como la prolongación de un suicido; sino en la tercera, pasado un tercio de la carrera, la pasta pringosa cubriendo los cuerpos, borrando los colores del maillot, las letras, cargando las piernas, hundiendo a los débiles.
Entre los trémulos en el lodo, Nys. Entre los livianos, los fuertes, los poderosos, Bart Wellens, su enemigo histórico, que arrancó la carrera aplastando los pedales como una salvaje. Y, luego, agotado prematuramente el belga, Mourey, que puso barro de por medio y recordó entonces que hace tres años, en 2008, una avería en la última vuelta le dejó sin ganar una carrera que tenía ganada. El francés apenas toca el suelo. Vuela en la zona rápida. Patea con agilidad las zonas imposibles. Trepa como una cabra por las colinas. Salta como una liebre por los quince escalones que europeizan aún más el circuito de Igorre. Irresistible, parece Mourey un belga. Ha desarmado a todos. A Wellens, a Simunek jr. -el hijo de Radomir, el legendario ciclista checo que ganó el Mundial de 1991 y fallecido, a los 48 años, el pasado mes de agosto-, a Vantournout, Pauwels o Wildhaber.
Las llamas han prendido tempranísimo. En la tercera vuelta, Mourey es un rayo. Rápido. Indigesto. Niels Albert, que el sábado recorrió 600 kilómetros en coche desde Benicassin después de quedarse tirado en el aeropuerto, mastica con prudencia lo que acontece. "No tenía buenas sensaciones. No iba bien". Pero se rehace. En la cuarta vuelta llega a la altura de Wellens, que está asfixiado. Poco más tarde se cuelga de la chepa de Mourey. Nadie más sobrevive.
Albert, táctico Nys, que nunca fue explosivo sino táctico, reaccionó. Nunca pensando, seguramente, en ganar, sino en acercarse al podio, pues la cabeza era algo que estaba ahí, en algún lugar lejano e invisible, medio minuto por delante. Medio minuto irrecuperable para Nys, para este Nys, que no es el muchacho que arrancaba la moto cuando le parecía y entonces nadie le tosía, sino el veterano al que ahora, con mil batallas en las piernas, no le responde el turbo. "No me va como antes". Mantiene, inalterable, el talento y la ambición. Por eso fue tercero.
Albert, sin embargo, tiene un físico virgen que responde a cada cuestión que se le plantea. Ametralló a Mourey. Un ataque tras otro. Y el francés, que es durísimo, respondió al frenesí. "Entonces, cambié de estrategia", explicó luego. Eligió desgastar a su rival, llevarle al extremo de su resistencia para apalearlo cuando se tambaleara. Eso ocurrió en la octava vuelta, a dos del final. Allí levantó el vuelo Albert, ágil, técnico y demoledor. Con eso no pudo el galo. Contra eso perdió Mourey.
Luego llegó Nys, tercero. Y casi dos minutos y medio después, Murgoitio, undécimo, tras pegarse con los mejores especialistas del mundo.