El santuario del jazz contra la locura
Con una mayoría de músicos estadounidenses en la programación de la plaza de la Trinidad, la catedral del jazz de Donostia se ha convertido durante el Jazzaldia en un refugio para la denuncia y la expresión libre o velada
Después de 60 años como la principal trinchera del Jazzaldia sería redundante definir la plaza de la Trinidad como un escenario a reivindicar. Eso sí, si algo ha sido la Trini durante el sexagésimo Festival de Jazz ha sido un lugar para la reivindicación política, social y, por supuesto, musical.
El pianista Brad Mehldau, en su concierto del sábado por la noche, llegó a referirse a la Trinidad como un “santuario musical” ante “la locura” del mundo contemporáneo. No fue el único que tuvo mensajes similares. En la primera jornada en este escenario, el pasado jueves, Kurt Elling lanzó un mensaje para los tiempos convulsos y también un recordatorio –“La gente, muchas veces, carece de sentido, pero la música sí que lo tiene”–, mientras que el guitarrista Marc Ribot, en su única intervención vocal del concierto en el que compareció con el cuarteto Hurry Red Telephone el viernes, rezó a varios ángeles, entre ellos, el de la paz. Más explícito fue, eso sí, en el concierto que ofreció ayer en el Victoria Eugenia, en la que criticó directamente el “genocidio”, el “fascismo” y a ese “dictador” llamado Donald Trump.
En la segunda parte de la velada de Ribot, Dee Dee Brigewater, una de las damas estadounidenses del jazz vocal y que se encuentra en plena forma pese a tener 75 años, preparó todo un espectáculo con el que quiso poner su granito de arena en el derrocamiento del “patriarcado” y el “racismo” aún vigente. No es de extrañar que estos y otros mensajes se escuchasen en este santuario, no hay que olvidar que seis de las ocho propuestas programadas por el Jazzaldia han procedido del territorio que gobierna el magnate de peluquín rubio.
Para la última jornada, la que tuvo lugar ayer por la noche, en cambio, la organización preparó un doble concierto de jazz con sabor flamenco. Y es que no todas las reivindicaciones fueron a viva voz, también se hicieron con paisajes musicales de lo más variados.
El guitarrista Juan Gómez Chicuelo, el pianista Marco Mezquida, abonado al festival donostiarra durante los últimos años y que hace una semana ofreció una previa en Chillida Leku con otro viejo conocido del certamen, Iñaki Salvador y el percusionista Paco de Mode presentaron su más reciente trabajo, Del alma, que tocó de forma íntegra, demostrando lo bien que suenan las alegrías en conjunción con el jazz mediterráneo. Se trata de una propuesta que mezcla algunos de los palos del flamenco con otras tradiciones como el vals cubano, el funk o las baladas.
Najando, el tema con el que se abre el disco, demostró en la Trini hasta qué punto llega la conexión entre ambos músicos, con unas bulerías que representan la conversación entre la guitarra y el piano, entre el flamenco y el jazz, y que acaban fundiéndose en un abrazo.
Reivindicación del pasado
Al concierto del trío Chicuelo, Mezquida y de Mode le siguió otra reivindicación, pero de otro tipo. Se trató de poner en valor el pasado. El concierto de clausura, en el que participaron, entre otros, el guitarrista Josemi Carmona, el pianista Chano Domínguez y el saxofonista Antonio Lizana, tuvo como objeto traer al presente e interpretar la obra de uno de los exponentes del encuentro entre el flamenco y el jazz, Paco de Lucía.
No fueron los únicos en querer que el público donostiarra recordase que el pasado es parte indispensable del presente. El ya citado Elling, junto a Jamie Cullum uno de los dos crooners por excelencia que ha tenido el Jazzaldia esta 60ª edición, compareció con sus Yellowjackets para sustraer de la memoria las composiciones de Weather Report, la banda de la década de los setenta que fundaron Joe Zawinul y Wayne Shorter, intentando alejarse de la larga sombra de Miles Davis. Elling, con experiencia desde bien joven en la mística de coros religiosos, presentó un show lleno de elegancia y con arreglos propios para el jazz fusión pretérito, pero que en, ocasiones, se escoró hacia la planitud.
Hablando de voz y de reivindicar lo que se fue, Dee Dee Brigewater conquistó la plaza de la Trinidad al grito de “¡Nosotras existimos!”, letimotiv de su proyecto en contra del patriarcado que quiere poner a las mujeres de jazz en el centro y bajo los focos. La de Memphis, que dejó una imagen insólita al subir en el encore al escenario con el perro que le ha acompañado estrechamente en este viaje a Donostia y bailó girando sobre sí misma, interpretó con más que solvencia –y excesivo teatrillo– canciones protesta como People Make the World Go Round, de The Stylistics; Trying times, The danger zone y How to it feels to be free. Mención especial merece la interpretación de dos temas. Por un lado, Mississippi Goddam, de Nina Simone y registrada en 1963 después del asesinato de cuatro jóvenes afroamericanos a manos de unos supremacistas blancos que pusieron una bomba en una iglesia baptista. El otro momento más emocionante de la velada fue cuando la cantante se lanzó con Gotta Serve Somebody, de Bob Dylan. Para terminar, alguien entre el público le pidió que criticase el genocidio en Gaza. No se dio por aludida.
Reivindicación de la libertad
Los que no clamaron a viva voz, lo hicieron con su música, desde el primer día, además. El saxofonista Steve Coleman, con su característica gorra colocada hacia atrás, ofreció en la jornada inaugural un buen ejemplo de lo que es el jazz más libre de todos.
Viejo conocido de la plaza de la Trinidad, se presentó en formato quinteto, con su ensemble Five Elements, en el que le acompañaron Jonathan Finlayson (trompeta), Rich Brown (bajo) y Sean Rickman (batería). Con especial comunión con Finalayson y con un precisísimo swing de Rickman, desde el primer tema, Mdw ntr, presentó lo que es ese jazz de dédalo, de fraseo laberíntico que pese a ser, como se ha dicho, increíblemente libre, se sustenta en una profunda investigación musical. Estos cinco elementos dieron cuenta de su experiencia del jazz no lineal, módulos espontáneos y pre-compuestos o ídeas mínimas que pueden ser interpretadas en cualquier momento.
De jazz para jazzeros también fue el doble concierto que ofrecieron el sábado el pianista Brad Mehldau por un lado y el contrabajista Dave Holland y el saxofonista Chris Potter. Tanto uno como los otros, en sus respectivos ensembles, ofrecieron recitales llenos de elegancia, perfección y experiencia síncrona, todo ello, sin excesos, dejando que lo que tiene que sonar acabe sonando y que el santuario aplauda una vez más, hasta el año que viene.