La editorial Pamiela ha alcanzado 40 años de historia. Longevo y nutrido trayecto cuyos embriones previos fueron la apertura de una librería en Pamplona en 1977, y la creación de una revista literaria en 1983 por parte de un mismo grupo promotor de amigos. La librería se llamó Auzolan, y se puso en marcha en la pamplonesa calle de San Gregorio, en el mismo local que ahora ha cerrado Ménades.
Una revista hizo de semilla
Auzolan apostó por la promoción del euskera, comenzó a dinamizar la distribución en esta lengua, y con el tiempo lanzó en 1983 primer número de una revista donde firmas que despuntaban como la de Pablo Antoñana, Miguel Sánchez Ostiz o Javier Eder, colaboraron desinteresadamente. Esa revista fue el preludio y trampolín del primer libro, en 1984, titulado Pequeña crónica, de Pablo Antoñana. Con motivo del número 4 de la publicación, Víctor Moreno entrevistó a Antoñana y aquello derivó en la publicación de esa primera obra, sin idea aún de montar una editorial.
Sin embargo, la iniciativa funcionó muy bien. Tanto que sería el estreno de una larguísima lista, que hace más de un lustro superaba ya el millar de títulos publicados. En ese grupo de amistad y compromiso que ha levantado los 40 años de Pamiela también fue clave la implicación de Txema Larrea y la incorporación posterior de Bernardo Atxaga.
Pamiela, en euskera, es el nombre de ciertas cajas que dejaban las brujas en algunos caseríos con la advertencia de que no debían abrirse, pues caso de hacerlo caerían sobre quien lo hiciera innumerables desgracias. A menudo las cosas importantes suceden sin percibir del todo la importancia de su origen. Esa es la historia del nacimiento de esta editorial, cuyo 40 aniversario coincide con un cambio de sede, ahora en Travesía de las Huertas 2, en plena Rochapea.
Contexto complicado
“Este oficio lo vas aprendiendo a lo largo de los años”, afirma Txema Aranaz (Villar de Arnedo, 1949) uno de los miembros de ese grupo de jóvenes que buscaba dar un empujón cultural a la Navarra emergente de los ochenta. Reacio al protagonismo, incide en los avatares del actual mundo de la edición. “Comparas las librerías que había en los años noventa y las que hay ahora, y el panorama es desolador, las editoriales de nuestro tamaño no encuentran las facilidades que son normales en países con desarrollo cultural mayor, como Francia”, denuncia. Al mismo tiempo observa un menor interés y cobertura en los medios de comunicación, lo que repercute en la difusión final de libros que “podían funcionar muy bien y se quedan un poco a mitad de camino”.
Pamiela se ha hecho célebre con líneas como la memoria histórica, con cerca de 80 títulos, historia de Navarra, pedagogía, narrativa, además del impulso “al mundo del euskera”. Para Aranaz el papel de las editoriales en la activación de nuestra memoria histórica, “es importantísimo en los tiempos que corren, y seguro que ha influido para que las cosas estén mejor que hace 40 años” y la cuestión “esté en la conciencia de mucha más gente”. La fuerza de los libros deja posos, “y a la gente que no les interesa que estas cosas se hablen” no recibe bien “que esos libros existan”. La memoria en Navarra, subraya Aranaz, tuvo un empuje “desde abajo”, con la labor de las asociaciones de familiares y el trabajo editorial. “Yo no he visto nunca que la universidad del Opus, por ejemplo, haya organizado cosas de interés. Todo lo contrario”, critica.
Historia de una determinación
“Este mundillo ha cambiado mucho. Antes era todo un poco más familiar. Había distribuidoras locales, y hoy prácticamente han desaparecido”. Ahora, cuenta Aranaz, imperan grandes distribuidores y se impone una veloz dinámica de lanzamientos y devoluciones, que facilita el trabajo de los grandes grupos. Así que las pequeñas o medianas editoriales “se encuentran con un mercado muchísimo más complicado”, con “menos libreros y más vendedores de best sellers”. Pese a todo, Pamiela resiste como resultado del esfuerzo y la vocación mantenidos en el tiempo, también en el trato a los autores. Factor, destaca Aranaz, que llevó a Oteiza a publicar gran parte de sus libros bajo este sello editorial, de nombre inconfundible, idea de Pello Lizarralde. Pamiela le da la vuelta al embrujo, y hace bueno ese momento mágico de abrir una caja llena de libros. Es el poder de la edición. Es la atracción por la palabra impresa.