La sala Artegunea de Kutxa Fundazioa en Tabakalera presenta la obra del pintor y fotógrafo norteamericano Saul Leiter (Pittsburg, 1923-Nueva York, 2013), perteneciente a la Escuela de Nueva York, urbanita, de reconocimiento lento y tardío.

Hombre de convicciones religiosas judías, y artísticas, pronto dejó la pintura para dedicarse a la fotografía en color en 1948, fotografía de modas en importantes medios gráficos como Vogue, Elle, Queen.

Fotógrafo autodidacta, utiliza el color como absoluto protagonista de sus imágenes, experimentando con objetivos de distinta longitud para explorar y aprovechar sus posibilidades, logrando composiciones totalmente innovadoras.

Fotografía vistas urbanas de la ciudad y sus habitantes, captadas con una cierta distancia, con lejanas o cercanas planimetrías, gentes, objetos, coches, atrapados desde dentro o fuera de sus propios continentes, adelantándose a lenguajes ópticos y cinéticos, como los de la propia cinematografía, o la pintura abstracta. “Todo es una fotografía” o “se trata de fragmentos de infinitas posibilidades” son algunas de sus afirmaciones: Sombrero (c.1950), Autobús (c.1954)

Su ojo brumoso y desenfocado le lleva a plasmar imágenes llenas de acentos líricos e intimistas. Su planimetría recoge lo mejor de una mirada pictórica. Logros de un mestizaje perfecto entre fotografía y pintura. La incorporación de rótulos, textos y números a su fotografía aportan también un componente moderno a su cuidada planimetría: Herbus (1960).

Su fotografía en blanco y negro muestra tener las mismas preocupaciones estilísticas que las de color, una mirada constructiva y parcelada que ofrece imágenes adelantadas y revolucionarias para su época, como Conductor (1950) y Huellas (1950). A veces trabaja por series, lo que da un carácter cinético a su obra.

Sus pequeños y medios formatos de pintura abstracta, obras inéditas, presentadas por primera vez en esta muestra, resultan interesantes (1975-87), pero de menor calidad, al igual que sus bocetos de personajes tanto masculinos como femeninos, que aparecen cargados de acentos irónicos. Acentos más sensuales imprime a sus fotografías coloreadas en obras como Jay, y en otras por el estilo.

Su mirada parcelada y constructiva, sus planimetrías caballeras y en contrapicado, el uso del color y del negro profundo, el gusto por las siluetas en negro, y la atención a cualquier objeto del universo (mesa, zapato, sombrero, persona, espacio arquitectónico puro) hacen de este autor un profundo observador de mundos cercanos e inacabados, hasta el infinito. La extensa y cuidada muestra ha sido comisariada por Anne Morin, y cuenta con un interesante vídeo sobre el autor.