“se trata de un hallazgo importantísimo, absolutamente excepcional”, asevera Iker Madariaga desde el mostrador de la librería Astarloa de Bilbao. Se refiere al volumen que tiene entre sus manos, la llamada Biblia de Quejana. El documento –conformado por 68 retazos de un libro sacro proveniente del Monasterio de Quejana (Araba)– hizo correr ríos de tinta en los rotativos hará un mes, cuando la prestigiosa casa de subastas Christie’s anunció su subasta. Se celebró en Londres y un licitador anónimo se hizo con las escrituras tras abonar 45.000 euros por ellas. El coleccionista, cliente de Astarloa, hogar de incunables, obras de arte y demás artefactos antiquísimos, ha acordado una cesión con sus propietarios para la exhibición de la Biblia hasta el próximo 31 de agosto.
Coleccionista
Dice el gerente del anticuario (o librería, o ambas cosas) que la localización del manuscrito es algo harto relevante, porque los documentos anteriores al siglo XV son difíciles de hallar: “Es una de las pocas Biblias medievales del País Vasco que se conserva hoy en día, ya que en siglos posteriores se fueron desgajando”, explica. Y es que las gentes que tenían acceso a estos documentos 200 o 300 años después de su redacción, las veían “como algo viejo y desfasado” que sólo podía tener un valor meramente utilitario, cuenta Madariaga. Y por eso se encuentran en los bordes de la Biblia de Quejana diferentes anotaciones. “Se arrancaban literalmente las hojas y se usaban para escribir encima de ellas o como carpetas”, precisa el gerente.
22 folios más
De acuerdo con la evaluación hecha por la casa de subastas sobre la Biblia, esta fue desmembrada antes del siglo XVII por las propias monjas que habitaban en su hogar primigenio: el monasterio de Quejana. Es en los archivos del actual conjunto monumental donde la Diputación alavesa encontró otros 22 folios pertenecientes al mismo libro sagrado.
“Aunque ninguno contiene estas capitulares miniadas de gran tamaño, muy raras en los manuscritos españoles de aquella época”, subraya Iker Madariaga. Cuenta que es precisamente en este aspecto donde reside el valor artístico de la desgajada Biblia medieval que custodia en la librería. Eso sí, la importancia del manuscrito no sólo se circunscribe al ámbito puramente artístico, la Biblia de Quejana también es un testigo inmutable de su contexto y cuenta quiénes eran aquellos que ordenaron su elaboración. Personas poderosas, según el librero: “A mi juicio, representa el poder y la majestuosidad del Canciller de Ayala y de todo ese entramado familiar.
Pedro López de Ayala
No sabemos dónde se hizo, pero, seguramente, fue él o algún miembro de su familia quien la encargó”. Este personaje respondía al nombre de Pedro López de Ayala (Gasteiz, 1307-Calahorra, 1407) y fue el undécimo señor de Ayala y Salvatierra, además de corregidor y merino mayor –cargo similar al de un gobernador– de Gipuzkoa. El tipo se codeó con reyes, obispos y prelados y gobernaba un territorio rico, tan fértil en monedas como para poder sufragar sin estrecheces la fachada del conjunto monumental de Quejana, ese complejo palaciego-monacal que albergó la bella publicación. “Por el valle pasaban rutas comerciales que conectaban el interior de la península con el Cantábrico”, cuenta Madariaga sobre el origen de tantísima riqueza.
Mientras, un grupo de mujeres curiosas, que momentos antes se apiñaban en torno a la vitrina que protege el manuscrito, escuchan al librero con atención. Dicen no necesitar nada. Les basta con atender a esa clase magistral que Madariaga imparte desde el mostrador. Prosigue con su relato: “El convento, de la orden de las Dominicas, es fundado por la misma familia Ayala y estaba compuesto por varias dependencias. Constituyó el centro de poder de esta dinastía feudal”. Los Ayala, como tantos otros, acabaron extinguiéndose; el convento, en cambio, perduró hasta bien entrado el siglo XX. Las últimas religiosas abandonaron el complejo en 1980. Seguramente, sin saber que dejaban atrás un manuscrito de increíble valor.