Veinticinco años después de decirnos “goodbye tan ricamente”, El Último de la Fila son número 1 en las listas de ventas, en compactos y vinilos, con Desbarajuste emocional (Warner), una recreación de 24 de sus canciones en tono maduro, sobrio y con bridas a las locuras gamberras y juveniles de antaño. El doble álbum, en el que el dúo ha grabado todos los instrumentos, no es una vuelta como tal, ya que no habrá actuaciones en vivo. “Nunca hemos vuelto y nunca nos hemos ido. Estamos ahí, en forma de canción, que son de todos”, según Manolo García y Quimi Portet.

Primera semana a la venta… y número 1. Estaba cantado que esta vuelta al estudio de grabación se saldaría con éxito. No en vano, Manolo y Quimi fueron protagonistas de uno de los proyectos más exitosos del pop–rock en castellano de todos los tiempos a lo largo de una década, entre 1985 y 1995, gracias, sobre todo, a sus tres primeros discos: Cuando la pobreza entra por la puerta, el amor salta por la ventana y Enemigos de lo ajeno –desde la independencia y después con su repertorio agrupado y más medios en Nuevas mezclas–, y Como la cabeza al sombrero.

No es casualidad que sean los discos más representados en Desbarajuste emocional, debido a la calidad de su repertorio y a pesar de la posición del dúo. “La selección fue simple, cogimos las que sencillamente más nos apetecía grabar. Y si alguna era complicada, salía mal o presentaba algún escollo, la cambiamos inmediatamente. No hubo debate”, han explicado los catalanes, que aventuran entre risas que el título de esta reunión, impregnado de su humor socarrón, “seguro que apareció a la hora del carajillo de alguna comida”.

Estas 24 regrabaciones son el resultado de más de dos años de encuentros casuales de Manolo y Quimi en los que han podido reinterpretar a su aire, sin prisas ni expectativas, un cancionero que cocinaron tiempo atrás con condimentos atípicos. Y en solitario, sin apoyo externo, ya que el dúo se ha atrevido a tocar todos los instrumentos, de las guitarras al bajo, teclados y, en el caso de Manolo, a la batería y la percusión, terrenos en los que inició su carrera musical.

La diversión

La única génesis creativa del proyecto fue la diversión y el disfrute a través de la exploración sonora e interpretativa. “Volvemos por la risa. Mi ínclito amigo Portet es la persona con la que más me he reído y me río del planeta”, explica el cantante. “Es mutuo, lo pasamos bien y cuando trabajamos nos reímos mucho”, confirma Portet sobre esa complicidad verdadera y “tierna”. “Tampoco teníamos otras alternativas. Es bienvenida cualquier oportunidad para huir de la disciplina familiar férrea y poder realizar cualquier actividad lúdica con amigos, conocidos e, incluso, desconocidos”, apostilla Quimi.

Desbarajuste piramidal, que se presenta en una caja con tres vinilos y dos compactos, o sólo en dos compactos, alterna lo conocido con piezas oscuras, e incluso trae al presente Navaja de papel, canción que el dúo registró en el arranque de los 80 en el único disco de Los Rápidos, donde se conocieron como paso previo a Los Burros, antecedente de El Último de la Fila. Aunque el repertorio mantiene la esencia de los temas, el resultado lo modifica, bien en arreglos o instrumentación.

El resultado, alejado de virtuosismos y espectacularidad, empieza con Insurrección como una sorpresa, con mayor presencia de guitarras –sobre todo acústicas–, para acabar sonando como un disco de madurez, sin las locuras juveniles del dúo, de tono reposado y refractario a las urgencias de antaño. El sonido se acaba uniformando demasiado, con leves aires country en ocasiones, y, sobre todo, se echa en falta la cercanía, la frescura y los arreglos exóticos de sus primeros tiempos. Ya no danzo al son de los tambores, Mar antiguo o Llanto de pasión mantienen el tipo, pero se echan en falta los aires morunos en la atropellada y hard rock Dulces sueños, reconvertida en un medio tiempo; los arreglos de teclados marcianos de Lejos de las leyes de los hombres; el piano jazz y las teclas negras de Son 4 días; y qué decir de la conjunción de guitarras eléctricas, flamencas y palmas de Soy un accidente o la pacifista Querida Milagros.

Cantan y tocan mejor, sin duda, pero… no me acostumbro. El disco se oye y se disfruta, pero sin el ansia de aquellas canciones que disfrutamos –y con las que muchos se besaron– por primera vez. Un accidente, un error de medida. Ya no son los locos de la calle, sino dos sesentones muy cuerdos. En lo que sí tienen razón es que, al contrario de sus predicciones, sí han conseguido perdurar. Y que siguen haciendo lo que les da la gana, lo que es todo un valor. l