La directora navarra acude al encuentro con los medios de comunicación horas antes de comenzar su rodaje en Azkuna Zentroa de Bilbao para grabar una de las escenas de Nosotros, su séptima película, protagonizada por Pablo Molinero y María Vázquez, una de las actrices del momento, que suena ya para los Goya por su papel en Matria. “Cuando ruedo es el momento en el que más disfruto de todo el proceso cinematográfico”, confiesa la cineasta, que en su exitosa trayectoria ha posado su mirada sobre el terrorismo, la Guerra Civil o la violencia contra la mujer.

El rodaje de Nosotros comenzó el pasado 2 de octubre y se extenderá durante seis semanas, hasta el 10 de noviembre, en localizaciones de Bilbao y otros municipios de Bizkaia como Barakaldo, Durango, Bakio, Orduña y Amorebieta.

¿Qué le enganchó de la novela de Isaac Rosas para que le interesara llevarla a la pantalla?

—Cuando leí la novela me gustó porque tocaba el tema del amor, un tema que me estaba rondando desde muy pequeña, desde que vi con mi amatxu en Altsasua Fresas silvestres. Entonces no entendí nada, pero me abrió la puerta al cine de Bergman. Siempre me pareció un poco raro que hubiera dos líneas, el cine romántico en el que todo era felicidad y el del desamor. Me apetecía contar cómo es en la realidad, con luces y sombras mezcladas en la vida de pareja. Pretendo que la película reflexione sobre el amor, sobre su importancia y sobre cómo estamos banalizándolo en la sociedad contemporánea. El libro de Isaac me dio esa posibilidad.

¿Le ha resultado difícil adaptar la novela al cine?

—Ha sido muy difícil, prácticamente imposible, pero hablé con Isaac y le ha gustado mucho cómo ha quedado. Sabe que el cine tiene otro lenguaje y otras necesidades. Creo que a todo el mundo que haya leído el libro le va a entusiasmar la película porque el cine siempre tiene algo que da más, que es la identificación más inmediata.

La ha definido como una película de actores.

—Sobre ellos recae todo el peso de la historia y tengo la suerte de tener dos actorazos tremendos. La pareja tiene mucha química en el cine, además pedí que tuviésemos ensayos in situ, en una casa en la calle Cortes de Bilbao. Teóricamente va a estar construido ese barrio en la dársena de Barakaldo, que es un sitio un poco distópico, pero con mucha personalidad. He querido incluir un concepto de barrio, que me parece importante, porque si no se mantienen en las ciudades, se pierde la humanidad.

¿Y por qué ha elegido Bilbao y Bizkaia para rodar la película?

—En realidad, es una historia muy universal. Quería una ciudad grande, pero que me permitiese ese calor que yo anhelo para las ciudades del futuro. Bilbao es grande, pero a la vez permite ir a cenar con unos amigos o tener una comida en el restaurante con tu madre y tu primo, ese calor es importante. El tema de las ventajas fiscales ayuda, pero antes de que conociéramos que podíamos contar con esas ayudas en Bizkaia, ya teníamos el plan de rodaje aquí. Íbamos a rodar en Bizkaia sí o sí.

Es de imaginar que después de dirigir filmes como ‘Yoyes’, ‘La buena vida’ o ‘Nagore’, no le costará encontrar financiación para sus nuevos largometrajes...

—Sigue siendo igual de difícil como al principio; me da mucha pena porque hay muchas películas que quería hacer y se quedaron en el camino. Pero la vida sigue y he seguido peleando, así como otras compañeras han tenido que abandonar. Afortunadamente, ahora son buenos tiempos para las mujeres directoras, no hay más que ver los éxitos que están obteniendo, sobre todo, las cineastas vascas. Yo he luchado también para que eso sea así, tengo un sentido de lo colectivo muy importante, salvarme yo sola no me sale, no me satisface. Por eso, montamos también la primera asociación de mujeres cineastas y luego (H)emen. Es bueno que la mirada se complete, pero todavía hay que seguir apoyando de manera especial tanto a los proyectos realizados por mujeres individuales como a los colectivos para acabar con ese desequilibrio, que todavía existe.

Su filmografía trata temáticas de hondo calado social que narra bajo una cuidada estética. Nunca ha buscado la taquilla con sus películas.

—Hay que buscar también la rentabilidad social, artística, de los proyectos; en mi caso nunca he apostado por un cine comercial, pero tengo que reconocer que he tenido suerte en los dos campos. Siempre he creído que el buen cine también puede atraer al público. Por ejemplo, que La buena nueva haya tenido los máximos niveles de audiencia en EITB y TVE, por encima de programas basura, me encanta.

¿Si tendría que elegir una película, se quedaría con ‘Yoyes’?

—Igual no, pero no sabría por cuál me decidiría. Hace poco me hicieron un ciclo en la Filmoteca Vasca y me di cuenta de que mis películas no han envejecido nada mal y eso me gusta. He notado que hay una coherencia en mi trabajo, que es un cine que llega, que no envejece... He tenido, además, la enorme suerte de que lo que, al principio, era una dificultad, se ha convertido en ventaja. He hecho las películas que he querido y como he querido y eso que parece una tontería no lo es. Me da pena que Varados no haya tenido tanta vida. Se estrenó en el Zinemaldia y allí se quedó. Pero ahí está, como una página luminosa de dignidad hacia los refugiados y como mi parte solidaria hacia este conflicto tan doloroso. l