El actor madrileño Gabino Diego se encuentra en Donostia para presentar La curva de la felicidad, obra en la que interpreta a Quino, un hombre en plena crisis de los 50. Su mujer, Carmen, lo ha abandonado y le reclama que venda el piso en la que alguna vez convivieron. En clave de comedia, la obra retrata las contradicciones de un hombre que no es capaz de asumir su situación. La función permanecerá en la cartelera del Teatro Principal desde mañana martes hasta el lunes 15 de agosto.

¿Ha padecido Gabino Diego la crisis de los 50? 

He pasado crisis con 20, 30, 40... (ríe). Siempre que cumples años vas pensando en lo que ya no puedes hacer, pero creo que es un error. Siempre hay tiempo para poder hacer. Un filósofo indio decía que cuando cumples años estás más cerca de la vida.

Cuando se padecen este tipo de crisis uno intenta rejuvenecer, hacer aquello que no hizo en su día. 

Exactamente. Esta función toca un poco el Síndrome de Peter Pan. He de decir que estoy a favor del peterpanismo. Me parece que es importante mantener ese espíritu joven. Si te gusta montar en patinete, pues está bien que sigas haciéndolo... a menos que te des un tortazo (ríe).

La obra también aborda lo que ahora se conoce como la masculinidad frágil. 

Siempre ha habido de todo, mujeres fuertes y frágiles y hombres frágiles y fuertes. Por otro lado, creo que la mujer, en determinadas cuestiones, es mucho más fuerte que el hombre: vive mucho más, aguanta mucho mejor el dolor... El hombre en muchas cosas es un desastre aunque se le presupone ser el sexo fuerte.

Usted interpreta a Quino, un hombre que se ve empujado por su expareja, Carmen, a vender su piso. 

Aunque no aparecen mujeres en la función, la figura de Carmen planea durante toda la obra. Quino no quiere que se venda la casa porque en ella se encuentran sus recuerdos del amor con Carmen.

Entonces, se aferra a su casa como a su amor. 

No quiere venderla pero acaba apalabrándola a tres hombres. Finalmente, estos tres personajes a los que les promete la casa acaban viviendo con Quino. Curiosamente, dos de ellos son separados y el tercero está a punto.

Hoy en día se habla del amor líquido. Las relaciones parece que ya no son para siempre.

Cuando ya tienes hijos las relaciones son para toda la vida. Tu hijo va a estar ahí y su madre siempre va a ser su madre. En el caso de esta obra, Quino quiere continuar la relación con su mujer.

Es una comedia, pero como las mejores comedias esconde un drama.

Así es. A mí como actor me gusta engancharme al drama. Las comedias tienen ese punto dramático en el que el personaje quiere salir de un embrollo en el que esté metido. Me gusta que haya, aún así, un componente de ternura y de drama dentro de la comedia y eso es lo que lo hace más interesante. Cuando engancho una comedia siempre intento ver qué problema tiene le personaje. Casi siempre tiene un problema complicado y esa es la gracia: cómo sale de él. Esta personaje tiene mucho de clown. En el clown el éxito radica en su fracaso. El personaje intenta salir a flote, intenta sobrevivir, pero en ese camino mete la pata, eso es lo que hace que sea divertido.

"Cuando engancho una comedia siempre intento ver qué problema tiene el personaje, buscarle el drama"

En su carrera destacan esos papeles con espíritu clown.

Siempre han estado por ahí. El personaje que hacía en Belle Époque, Juanito, por ejemplo, era capaz de apostatar, de hacerse republicano siendo monárquico... todo por tener ganas de tener sexo con Rocío, personaje que interpretaba Maribel Verdú. En todos los personajes siempre hay un drama y eso es lo bonito.

‘La curva de la felicidad’ se estrenó hace casi dos décadas y en este tiempo el personaje que usted interpreta ha estado encarnado por otros actores como Pedro Reyes o Pablo Carbonell. ¿Qué ha quedado de las anteriores encarnaciones de Quino?

Todos los actores han aportado cosas. Por ejemplo, aunque ya no está con nosotros, en este Quino permanece el espíritu de Pedro Reyes, también el de Ángel Egido, de Carbonell, de El monaguillo. Todos han dejado su huella. Yo era fanático de esta obra, como espectador la fui a ver dos veces. Tiene algo que me divierte muchísimo.

¿Cómo es el Quino que usted encarna?

Lo único que le pasa al personaje que yo encarno, a diferencia de los anteriores, es que ni estoy gordo, ni me estoy quedando calvo. Ese era mi problema, porque el personaje todo el rato está diciendo que su mujer le ha dejado porque le ha salido papada, se ha puesto gordo y es de una familia de calvos. Yo lo que intento es darle verdad al personaje. Esta situación la conozco bien, además porque hace poco que me he separado (ríe). La verdad es que me viene al pelo el personaje.

¿Cómo es la interacción con el resto de personajes con los que Quino acabará compartiendo piso?

Hay una historia muy bonita. Uno de los personajes con los que Quino apalabra la casa es el marido de la psicóloga de mi mujer. Entonces, de alguna manera, comienza a psicoanalizarme y a hipnotizarme y son momentos muy divertidos.

Lo de acabar compartiendo piso es algo que también evoca épocas pasadas.

Me gusta la función porque tiene ese punto de camaradería. Siempre me ha gustado que mi casa fuese un sitio de acogida, al que viniese mucha gente. Muchos amigos tenían llave de mi casa y se quedaban en un cuarto. Me ha gustado porque me ha parecido una casa más divertida, siempre hay alguien en casa al que le puedes contar lo que te ha sucedido a lo largo del día. Vivir solo no me gusta. De hecho, he solido pensar que si viviese solo me gustaría vivir en una casa de huéspedes. Me encantaría poder charlar con gente y que cada día fuese alguien nuevo.

Hablamos de teatro pero en el cine, la última película que hizo fue ‘Tiempo después’, de José Luis Cuerda, que se proyectó en la Sección Oficial del Zinemaldia. ¿Tiene algún proyecto cinematográfico en el horizonte?

Ahora mismo el proyecto es esta función. Todo el año que viene vamos a estar de gira. También tengo alguna cosa apalabradas.

¿Es el teatro un refugio?

Empecé con el teatro hace 40 años. Es más, empecé actuando para el público en la calle. Me gusta mucho el teatro, me divierte muchísimo. Pero es cierto que soy más conocido por el cine. Las películas que he hecho, por suerte, han sido películas importantes en el cine español y eso es lo que me ha salvado un poco. Se siguen poniendo y cada año cogen más fuerza. Pero tengo que decir que he dejado de hacer muy buenas películas por el teatro. Para mí el teatro era una escuela, una experiencia. Por ejemplo, he actuado dos veces en el teatro de Mérida, es una experiencia fabulosa; en aquella época me ofrecieron una serie de televisión con mucho dinero de por medio, pero para mí el teatro era más interesante. Mi amigo Félix Rotaeta solía decir que el teatro es esa madre que siempre te acoge. Es verdad, el refugio del actor es el teatro. No hay intermediarios: estás tú con el público y eso es maravilloso.

"He dejado de hacer muy buenas películas por hacer teatro; era una escuela, una experiencia"

Comenta que en sus inicios actuó en la calle. De hecho, llegó a tocar en el metro.

Antes de dedicarme a esto toqué en el metro, también hice cursos de disck-jockey de radio... Me gustaba mucho actuar en la calle. Fue una experiencia. Hubo un periodo en que mi padre trabajó en Londres y allí era muy normal actuar en la calle. Me encantaba ver los músicos ambulantes que a veces venían de la India y tocaban descalzos. Entonces pensé que si algún día todo salía mal siempre podía volver a la calle.

Me imagino que a Cuerda le echará de menos.

Sí. Me da tristeza que alguien como Cuerda, y esto me lo dijo antes de morir, tuviese cinco guiones en un cajón, que nadie le quisiese producir y que una película como Tiempo después necesitase doce productores para sacarla adelante. Me da pena por él y por otros tantos directores que no están creando obra que podría quedar ahí y ser interesante.

En ‘Tiempo después’ interpretó al rey, una evolución de su personaje del americano en ‘Amanece que no es poco’ (1989).

Es muy gracioso. Antes de hacer el papel del americano en Amanece que no es poco, Cuerda jamás me había visto actuar con ese acento pero alguien le había dicho que yo lo podía hacer bien y cuando llegué a Albacete, me dijo: A ver, qué me vas a hacer. Y lo hice. Cuerda confió plenamente en mí. Cuando llegó Tiempo después me pidió que interpretase al Rey del Poder Omnimodo, pues en Amanece que no es poco lo que buscaban los americanos era ese poder omnimodo. Fue fantástico trabajar con él. Me gusta mucho el trabajo del rey.