- Con tan solo tres años de vida, la Swiss Orchestra se ha convertido en una de las formaciones sinfónicas europeas más a tener en cuenta de cara al futuro. Buena parte de ello se debe a su directora, Lena-Lisa Wüstendörfer, una de las más solicitadas internacionalmente.

Interpretan un programa que combina novedad con tradición.

-Va a estar basado, sobre todo, en dos de los grandes clásicos: el concierto de Mozart para violín, con una solista especializada en él como es Alina Pogostkina, y la gran sinfonía séptima de Beethoven. Además, siempre tratamos de incluir una obra del repertorio suizo. Es parte de nuestra identidad como orquesta y, en este caso, interpretaremos la pieza de una compositora actual, Helena Winkelman. Se trata de una pieza para cuerdas cuyo título es Tree talk y que intenta reflejar la naturaleza. Invita a los espectadores a dar un paseo por el bosque y sentir los árboles a través de las estaciones. Es música contemporánea, inspirada también en el espíritu que tiene nuestra generación por la igualdad y el respeto a la naturaleza.

¿Qué importancia cree que tiene hoy en día poner en valor lo local?

-Siempre tenemos el foco puesto en el sinfonismo suizo, sobre todo en el clásico y en el romántico, que están infrarrepresentados en todo el mundo. Tratamos de recoger al público y llevarlo en un viaje de descubrimiento o de redescubrimiento, ya que muchas veces los repertorios sorprenden incluso a los más expertos en la materia. Eso no quiere decir que no toquemos el programa que toda orquesta profesional debe interpretar, como sinfonías de Brahms o de Beethoven. Es como un buen menú de restaurante. Sabes que has ido a uno bueno cuando en él tienen platos muy bien seleccionados, pero en el que hay de todo, incluso una serie de retos para que la gente se decida a descubrir algo nuevo. Es lo que nosotros tratamos de hacer en la programación.

¿Por qué se han decidido por esta pieza nueva?

-Hemos elegido la obra Tree talks porque en ella cada uno de los músicos aparecen como solistas, con especial atención para el primer atril de violonchelos. Gracias a ella se demuestra muy bien la calidad de nuestros músicos. Somos una orquesta joven, por lo que para nosotros es muy importante que se sientan representados con el repertorio y tengan retos con los que seguir creciendo.

Desde el inicio de la pandemia, ¿es más complicado que nunca hacer que la gente vaya a ver música clásica?

-El público ahora es bastante más impredecible. Antes, había un cierto ritmo que te permitía saber con cuanto público podías contar más o menos y qué medidas tomar para solucionar los problemas de taquilla. Ahora, en cambio, la gente compra las entradas muchísimo más tarde, pero estoy convencida de que los que han regresado a los conciertos en vivo tras el confinamiento, vuelven más que nunca. Un concierto en directo es algo irrepetible, la experiencia no se puede igualar con cualquier otro tipo de formato. Muchas de las obras que interpretamos, además, no están en el mercado. No hay CD, no hay grabaciones... no hay otra fuente para conocer el repertorio y eso hace que el público se interese por venir. Incluso la radio nacional suiza se ha interesado en más de una ocasión por nosotros y han querido grabarnos.

Acuden a Donostia con una violinista, la obra contemporánea está realizada por una mujer y la directora de la orquesta también lo es. ¿El peso de las mujeres es algo que también tienen muy en cuenta?

-En realidad, hasta que no cerramos el proyecto no vimos que nos había salido una gira muy feminista. Es pura casualidad. Nosotros siempre intentamos que, tanto en la elección de los solistas y de nuestros músicos como en cualquier tipo de decisión artística, esta se rija únicamente por una cuestión musical. Somos una orquesta totalmente abierta y muy moderna. No miramos el pasaporte o qué tipo de diversidad puede haber. No tenemos la herencia histórica que puede tener una orquesta más antigua y que pueden convertirse en un problema hoy en día. Para nosotros es una cuestión natural y no hay nada planificado. Es simplemente un reflejo de nuestra mentalidad.

Por eso, quizás, no tienen tampoco reparos en programar una obra de una compositora actual al mismo nivel que Beethoven o Brahms.

-Así es. Existe la creencia de que una orquesta es recompensada en función de lo que el público es capaz de conocer. Y los espectadores se sienten, de alguna manera, recompensados por saber qué pieza es. Pero nosotros, con Winkerman, les llevamos a un viaje de descubrimiento. Volviendo a la idea del menú, es como cuando vas a un restaurante de alta cocina y te sorprenden con uno de los platos que no sabías que existía. Estoy convencida de que en Donostia también será así.

¿Confía en que esta sea la última gira que realizan condicionada por una pandemia?

-Espero, de verdad, que sea el último año con restricciones. Es muy duro planificar en estas condiciones. Para nosotros esta gira es un reto, no solo a nivel logístico y económico, también emocional, porque estamos hablando de constante riesgo. Siempre he dicho que esta gira es fiable y, además, hemos tomado todas las medidas de seguridad, incluso haciendo que nuestro estándar sea más elevado de lo que legalmente se nos requiere. No obstante, ha sido una planificación dura porque no todas las salas de conciertos están por la labor de seguir programando.