espués de visitar los estudios de la Warner Bros y de Universal, he de confirmar las sospechas que todos hemos tenido alguna vez: el cine es una patraña y las series de televisión una mentira como una catedral (una catedral de cartón piedra, claro).

Es alucinante todo lo que puede ocurrir en el interior de una anodina nave industrial, donde lo mismo construyen un aeropuerto, que un barco vikingo o la cocina de Maripuri. O un barco vikingo por la mañana y la cocina de Maripuri por la tarde. O incluso un barco vikingo y la cocina de Maripuri al mismo tiempo (con las cámaras estratégicamente colocadas para que, cuando Maripuri finja fregar los cacharros en un fregadero de mentira, no se vea el barco que tiene a medio metro, con la proa casi rozándole los rulos). ¡La magia del cine es real como la vida misma!

Por allí pude ver las botas y el sombrero que J.R. lució en la mítica serie Dallas, que lo tienen muy bien expuesto. Detrás había una tele emitiendo imágenes de la serie en bucle, y el destino quiso que, justo en el momento de hacer la foto, apareciera Sue Ellen mirando con desprecio las botas y el sombrero de su exmarido (pelín ebria y harta de todo, como siempre). Sue Ellen era maravillosa, y tenía razón la mayor parte del tiempo. Me atrevería a decir que esta serie (junto con Santa Bárbara, Falcon Crest, Dinastía, Heidi, Melrose Place y Los ricos también lloran) fue una de las razones de mi déficit de atención desde quinto de EGB, en Azkoitia, hasta segundo de carrera, más o menos, ya en la facultad de Periodismo de Leioa. No pensaba en otra cosa.

En la visita descubres también una de las casas donde, entre asesinato y asesinato, Jessica Fletcher tecleaba sin descanso en Se ha escrito un crimen (claro que, cuando eres escritora de misterio y no para de morirse gente allí donde vas, te vale para coger ideas para tus novelas, ¡así cualquiera!). Si escribiera humor, estoy convencido de que se hubiera tirado por la ventana (del segundo piso) antes de terminar la primera temporada.

Yo a Jessica le debo pleitesía. No es casualidad que un personaje de mi libro sea una copia descarada un homenaje a ella. Se llama Pamela Cienfuegos, también es un poco gafe, y es autora de Pasión en alta mar, A las cinco en el pajar, Átame con tu nudo (marinero), Bárbara y los bárbaros: ¡qué barbaridad!, Sola con un desconocido: si lo sé no vengo o Frenesí en el autobús, entre otras novelas de amor y misterio (todas están en El fin del mundo a cucharadas).

Esta casa también fue el puticlub que regentaba Dolly Parton en La casa más divertida de Texas. Porque sí, las casas de decenas de series de televisión y de cientos de películas son la misma, solo cambian cuatro cosas para que no nos demos cuenta. Wisteria Lane, el barrio de Mujeres desesperadas por ejemplo, es una calle cortísima con tres casitas y cuatro matorrales. Nos engañan.

Justo enfrente de la casa de Jessica y de Dolly, se encuentra el impresionante casoplón (imposible no oír violines sonar en la cabeza) de Psicosis 2, que aprovecho para reivindicar. Solo diré que se hacía raro no verlo encima de una loma solitaria. Incluso a pleno día y bajo la solana daba un poquito de respeto pasar por delante. Me hubiera gustado hacerle una foto más decente, pero al señor que conducía el carrito en el que íbamos no le pareció una localización lo suficientemente interesante como para parar medio minuto, ya le vale. El motel Bates está pegado a la casa, como no podía ser menos (creo que no quedaba ninguna habitación libre).

Cerca también se encuentra un parque que puede parecer uno normal y corriente, con su banco para dar de comer a las palomas y su árbol, pero de normal y corriente tiene poco. Es el lugar exacto donde Phoebe corría cual grácil gacela (y Rachel se moría de la vergüenza) en un capítulo de Friends. Porque si las casas que salen por la tele son casi todas la misma casa, los parques son el mismo parque. Este tiene la peculiaridad de que, por muy de mentira que sea, tiene la fuente (la de verdad, que hasta echa agua) de la cabecera de Friends. La serie se grababa con público en una de estas naves anodinas, y la fachada del edificio donde vivían está en Nueva York. ¡Otra milonga!

En Los Ángeles hace sol todo el tiempo, así lucían de bronceados los protagonistas de Los vigilantes de la playa. Pero no importa, porque cuando les apetece que llueva, pulsan un botón y se pone a llover. Y si les apetece una inundación, pulsan otro botón y tienes una inundación. Y la nieve es de corchopán. Y el granizo son pelotas de pimpón. Y así todo.