ailar y cantar en tiempos de pandemia. Esa es la propuesta del décimo disco de Foo Fighters, el millonario grupo de rock de Dave Grohl, exbatería de Nirvana, publicado este fin de semana bajo el nombre de Medicine at midnight (RCA). En él, el rock de estadio del sexteto se abre al pop y el baile, tras la estela de David Bowie y The Killers, y reivindica la cualidad sanadora de la música para luchar contra “la nube oscura de un futuro sin esperanza” que nos atenaza.

Cuando Kurt Cobain se voló la cabeza, en 1994, nadie esperaba que Grohl, el batería de Nirvana, pudiera exhibir, dos décadas y media después, casi 30 millones de discos vendidos con sus Foo Fighters, la banda en la que se convirtió en líder desde su puesto de cantante y guitarrista, con el apoyo de sus colegas Taylor Hawkins, Nate Mendel, Chris Shiflett, Pat Smear y Rami Jaffee, y ofreciendo un rock convencional, de tendencias hard y con ínfulas de punk corporativo.

Convertido en uno de esos grupos por los que los festivales matan, los Fighters todavía desconocen si su gira mundial, que incluye un concierto en Valencia a principios de verano, podrá celebrarse. Aunque se confirmara la más que previsible suspensión, sus seguidores ya pueden disfrutar desde este fin de semana de su nuevo disco, uno de los más esperados de este 2021 y que se ha visto retrasado por la pandemia.

Medicine at midnight se completó a finales de 2019, cuando el sexteto tenía en mente salir de gira para celebrar su 25º aniversario. “Esperamos y esperamos, hasta que nos dimos cuenta de que nuestra música está hecha para ser escuchada, ya sea en un festival con 50.000 de nuestros amigos más cercanos o solos en vuestra sala de estar un sábado noche con un cóctel fuerte”, indicó Grohl en las redes sociales. “Así que la espera ha terminado. Mientras decimos adiós y que le jodan a 2020, giramos la página del calendario”, explicó.

El álbum, muy diverso estilísticamente y disponible en compacto, digital y vinilo de colores, vuelve a estar producido por Greg Kurstin, con quien trabajaron en el anterior Concrete and gold (2017), y se grabó en el valle de Los Ángeles, a las afueras de ciudad, en el estudio casero de Grohl. La nueva asociación con Kurstin ahonda en la intención de la banda de ampliar su paleta estilística mediante la apertura de su rock corporativo y de estadio a otro tipo de público, el que disfruta con las tonadas pop y más bailables.

El nuevo repertorio propone una fiesta en la que la gente “baile y disfrute” en estos duros tiempos de pandemia mundial y tensión en Estados Unidos, según Grohl. “Crecí en los suburbios de Washington DC y siempre le temí a la guerra. Tenía pesadillas con misiles en el cielo y soldados en mi patio, probablemente provocadas por la tensión política de los 80 y mi proximidad al Capitolio. Mi juventud la pasé bajo la nube oscura de un futuro sin esperanza”, ha explicado el músico.

Su hija, Harper, de 11 años, le preguntó sobre la posibilidad de una guerra y “me di cuenta de que ella vivía bajo la misma nube oscura”, según el músico, que compuso para ella Waiting on a war, medio tiempo acústico que se torna orquestal en su puente y acelerado y rockista al final. La canción se centra en el miedo que nos atenaza y en la necesidad del amor, y marca la filosofía de un álbum que busca aportar buen rollo, fiesta y baile… aunque lo haga con cierto abandono del rock brioso y una apuesta por el pop que puede descolocar definitivamente a sus seguidores.

En Medicine at midnight las guitarras solo restallan, entre el hard rock y las ínfulas punk y aceleradas, en cortes como Cloudspotter, de la época de Nirvana, y, especialmente, en No son of mine, rock corporativo a camino del hard rock y el punk, en la estela de sus admirados Motörhead, y la armonía pop pasto de FM e himno de puño en alto en festival. El resto, además de baladas con regusto Beatles y lisérgico como Chasing birds y el AOR de Holding poison, viene aderezado con un tono bailable y pop.

En ese nuevo terreno destaca Making a fire, medio tiempo escorado hacia el funk, como el tema que titula el álbum, cuyo groove con un bajo omnipresente, una guitarra juguetona y la voz evocan el Let’s dance del Bowie de los 80, pero sin acercarse en resultados al original. Y de la misma forma sorprende el single Shame, shame y Love dies young, la pieza final y la más pop, directa y épica del disco, que parece un calco de The Killers con guitarras hard. Cada vez menos rock y más pop y bailables. Así suenan los Fighters en 2021.

Cuando Kurt Cobain se voló la cabeza en 1994, nadie creía que Grohl, batería de Nirvana, vendería casi 30 millones de discos con sus Foo Fighters