l mundo del deporte profesional tiene en los medios una presencia destacada a tenor del consumo de los aficionados de este tipo de materiales que se cuentan por miles de seguidores y compradores; periódicos especializados con audiencias millonarias superiores a periódicos tradicionales.

Este desarrollo empresarial muestra la existencia de un mercado específico y singularidad de los modos de contar y narrar de los profesionales, más cerca del entretenimiento que de la información. Hace un puñado de años llego una moda de decir, allende los mares, que atronaba los transistores cada vez que la bola traspasaba la red y el grito estrambótico de gol, modulado de formas distintas, según la capacidad pulmonar de los gritones, llenaba carruseles deportivos y retransmisiones futboleras.

La necesidad de animar los espectáculos del balompié desarrolló este artificio narrativo, convirtiéndolo en marca diferenciadora de toda emisora que se precie. Más larga o más corta, más espectacular o simple, más atronadora o discreta, el grito salvaje y descarado de “goool” se apodera de estadios y campos de juego, en un ejercicio chillón y en ocasiones desaforado y ridículo.

Se trata de ser más que el colega de la competencia, de ocupar el espacio sonoro en un carnaval de gritos, aullidos y hasta rugidos en un simulacro de gallos de pelea en el circo mediático; demostrar el plumaje sonoro del macho alfa en tarde deportiva. En una moda invasiva que practican los machotes de la competición.

Las cabinas de radio se plagan de griterío insoportable, propio de marabunta en la calle y los goles se ilustran con este modo exagerado e hiperbólico de sentir los triunfos del campeonato. Aficionados entregados que todo lo aguantan en infinitas tarde-noches deportivas contadas por tenores del oficio. Más circo al circo en actuaciones histéricas insoportables.