- Es una artista en el más amplio sentido de la palabra, la delicadeza con la que construye sus sombreros es de un manierismo prodigioso, donde consigue aunar moda y vanguardia con una estética atemporal y versátil. Con ella cubrirse la cabeza resulta un lujo.

Candela Cort (Madrid, 1959) llegó al sombrero “por casualidad” después de estudiar Bellas Artes, aunque a lo largo de su trayectoria, su trabajo artesano y minucioso la ha llevado a colaborar con el pintor Eduardo Arroyo y el director de escena Bob Wilson, reto que ha vivido como un juego. Ahora un libro, Candela Cort (Ed. La Fábrica), construye un recorrido por sus mejores diseños de sombreros, tocados y collares, un proyecto que ella, tímida y poco dada a jactarse de sus logros, vincula también a la casualidad. Asegura que han sido su mente curiosa y su “osadía” las que le han llevado adonde está y apunta que tiene mentalidad de artista, pero también de artesana, aunque asegura que no pertenece cien por cien al arte, ni a la artesanía, ni a la moda, ni al diseño. “Estoy en tierra de nadie, donde me he movido de manera libre y eso me ha permitido ser quien soy”.

No se considera “experta en nada”, y eso la obliga a reinventarse constantemente, gracias a ese afán permanente por probar e investigar. “El libro es un proyecto que ha surgido por azar como todo en mi vida”, asegura esta creadora con “autoestima baja”, que siempre se ha dejado llevar y que ha sabido aplicar las bellas artes a lo que siempre fue su hobby, la costura. En un arranque de coquetería reconoce que comenzó creando sombreros “por narcisismo, porque me quedaban bien”, piezas dúctiles, versátiles, sin una forma estática. Sus sombreros son juguetes con los que, dice, “la vida es más divertida”. “Como no es muy habitual lucir uno, cuando lo llevas la gente se te acerca, te dice cumplidos. Te invita a relacionarte y a sacar una sonrisa. Te sube la autoestima”.

Con ese talante lúdico defiende “la frivolidad de disfrutar con algo bonito” sobre la cabeza en una boda, en un concierto o simplemente en una cena con los amigos. Advierte de que en España hay mucha “vergüenza, mucho miedo al ridículo” por eso son pocos los que se atreven a lucir un sombrero o un tocado. “Una inglesa ni se lo pregunta”.

Su trabajo, valorado más allá de las paredes de su estudio, está considerado como una obra de arte, como demuestra el haber llegado con él hasta las salas de museos como el Reina Sofía, el del Traje o el de Balenciaga. “No intento quitarme mérito, he aprovechado las oportunidades cuando han pasado”, explica, al recordar que sus creaciones han formado parte de espectáculos musicales y han complementado las colecciones de diseñadores en Nueva York, Londres o Madrid.