ejor que te descubran a que te conquisten. Si eres descubierto, serás respetado; pero la conquista da derecho de exterminio. España no fue a América como exploradora, sino a usurpar en nombre del imperio y de Dios. Así lo contaba en 2006 Isabel Allende en su novela Inés del alma mía, título tomado del Tenorio del romántico Zorrilla: “…narro los hechos tal como fueron documentados. Me limite? a hilarlos con un ejercicio mínimo de imaginación”. Pablo Neruda fue más duro en su Canto General (“Inés de Suárez, la soldadera,/sujetaba los cuellos imperiales/con sus rodillas de infernal harpía”), como también nuestro Alonso de Ercilla en La Araucana. Los tres nos cuentan la feroz ocupación de Chile por las huestes de Pedro de Valdivia al servicio del emperador Carlos, siglo XVI.

De novela ha pasado a serie a través de Amazon Prime y cuenta la leyenda de Inés Suarez, mujer de armas tomar, brava y decapitadora. ¿Una más de la América esquilmada? Poco más, porque a sus ocho capítulos de una hora les ha faltado arte y presupuesto y se ha quedado en tentativa de gran producción. No está a la altura de La casa de los espíritus, la mejor adaptación de la escritora. Una lástima, porque el relato tenía todo para alcanzar esa cima: un amor prohibido entre Valdivia e Inés y la epopeya de los mapuches frente a los invasores de la Araucanía; y en medio, traiciones, sangre a raudales, personajes desvariados y el mítico Lautaro contra el salvaje Valdivia, a quien los indígenas devoraron el corazón y empalaron su cabeza.

Posiblemente Inés no fue tan heroica y Valdivia era menos canalla que Pizarro y Cortés. ¿De qué sirve derribar sus estatuas si sus nombres se glorifican en las pantallas? Por una película al pobre Salieri aún le culpan de la muerte de Mozart. No deberías creerte esta ni ninguna historia. Es urgente ser iconoclasta.