abría que hacer un esfuerzo de imaginación para saberse situar en aquellos saltos históricos con la mente despejada y el ánimo ecuánime. Habría que entender que un secular proceso de conquista no se lleva adelante sólo con las lanzas, o los arcabuces, o la pura contundencia del cañón. Una de las peculiaridades de los vascos, quizá la más valiosa, era su intrincado lenguaje que los representantes del conquistador jamás llegaron a entender. Todo ese proceso de homogeneización y centralización precisaba de un elemento básico para llevarse a cabo: la lengua de la corona.

Y en ello pusieron su mayor empeño quienes desde su situación de dominio pretendieron amarrar todos los flecos. Ya en 1529, el monarca castellano impuso en las Ordenanzas de Gipuzkoa que se exigiera a los procuradores de las Juntas Generales “que sepan la lengua castellana y leer y escribir”. Disposiciones similares se exigieron en el Señorío de Bizkaia a lo largo del siglo XVII.

Añádase otra sibilina táctica a estas imposiciones: para acceder al puesto de juntero se exigía un determinado nivel económico. Con ello se lograba marginar de los cargos políticos a la mayor parte de la población, que ni dominaba el romance ni contaba con tales ingresos, y se dejaban en manos de unos notables vinculados a la Corona por sus propios intereses.

Así se comprende que en el llamado Motín de la Sal en Bizkaia, aquella revuelta popular entre los años 1631 y 1634, se gritara que “era menester que se hablase (en las Juntas) en vascuence para que todos entendiesen lo que se dijera”, e incluso se increpara a los junteros como “traidores que nos venden la República”.

La parte sur de Nafarroa tuvo más suerte, gracias a su fuerte personalidad como Reino y al respeto mezclado con el temor que todavía imponía al rey castellano. Vemos así que en un informe de 1745 se señalaba que “casi todos los funcionarios de la Diputación eran navarros” y hasta fines del siglo XVIII era necesario el conocimiento del euskara por parte de los funcionarios ya que “más de la mitad del reino era tierra vascongada”, según un informe de 1778.

Más inteligente fue la política seguida por la Corona francesa, que en el Fuero de 1611 exigía en Nafarroa behera que para ocupar cargos de funcionariado los aspirantes “habían de ser navarros y saber vascuence”. Y cuando las Justicias de Nafarroa Behera y Bearne se unieron en 1620 hubo fuerte resistencia por parte de los vascos, ya que alegaban la dificultad de encontrar en los tribunales de Pau intérpretes que conocieran su lengua