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Crónica

Pájaros juguetones

Pájaros juguetones

a imponente voz de Silvia Pérez Cruz y el virtuosismo al piano de Marco Mezquida salieron “a jugar” ayer al escenario del Kursaal, en un concierto que se pasó de hora y que rozó los 140 minutos.

La delicadeza y el mimetismo, el fluir entre ambos artistas se demostró desde el primer momento. Para arrancar, una tenue luz iluminó un piano de pared en el que Mezquida tocaba Joia (Arigato gozaimazu), mientras la catalana, sentada en el suelo, cantaba como manera de dar las gracias a un público que, valorando “lo importante”, se acercó hasta el auditorio en un momento difícil para los artistas. El dúo vino al Jazzaldia para presentar Ma, un disco grabado en directo el pasado mes de octubre en Tokio. Por eso, ese Arigato gozaimazu, ese “muchas gracias” en castellano con el que iniciaron el concierto, pero que, en cambio, es uno de los temas que cierra un disco que se ha titulado con un concepto de difícil traducción.

Ma significa “silencio”, también espacio entre universos, una distancia que desde luego no hubo entre los intérpretes, que se abrazaban y enviaban besos de puro aprecio entre tema y tema. “Se podía haber grabado aquí también, en vez de en Tokio”, aseguró Mezquida al ver a un público entregado y complacido que no paró de aplaudir con rotundidad. No fue para menos.

No faltó guiño a lo local. Pérez Cruz se atrevió a tomar el testigo que dejó Salvador Sobral el año pasado y se arrancó a cantar Txoria txori. Lo hizo al juntarla con otra canción de temática aviar, Plumita, y, por supuesto, invitó a jugar a los espectadores, que no perdieron la oportunidad de entonar a Laboa y Ar-tze. “Nos encontramos en libertad, como vuestro pájaro”. La cantante catalana hacía alusión de esta manera a la importancia de volver a los escenarios, espacio que pisó por primera vez ayer, después de haber ofrecido su último concierto el pasado 11 de febrero.

“Lo más bonito es poder hacer música. Que nos dejen venir y que vosotros vengáis”, se emocionó una siempre dicharachera Pérez Cruz que afirmó haber disfrutado una vez más de su estancia en Donostia: “La tarta de queso de la Viña, como las canciones, alimenta el alma”.

Cómplices, íntimos, casi fusionados; en ocasiones parecía que olvidaban que se encontraban en un escenario y transmitían el calor de un hogar; todo ello favorecido por una iluminación cálida y medida. Se vio claramente durante el solo de piano de Mezquida, en este caso ya en el de cola, en la que sumó fragmentos de Xalbadorren herio-tzean con una delicadísima ejecución que invitó a la cantante a tumbarse bajo el instrumento durante toda la canción, como quien se tumba en la alfombra de su casa porque puede hacerlo, porque es suya.

“Somos muy juguetones”, aseguró el pianista menorquín. No se refería exclusivamente al fondo, también a la forma. Solo hubo que verle con medio cuerpo dentro del piano mientras acariciaba directamente las cuerdas del piano para comprobar que es así.

Aún más, antes de acabar el concierto con Pequeño vals vienés y después de un extenso medley en el que enlazaron Lonley Woman de Ornette Coleman con My Funny Valentine de Chet Baker, cerraron el concierto con No surprises, arreglo de Radiohead interpretado con un piano de juguete y que surgió espontáneamente, según recordaron, en una peculiar sesión de fotos promocionales en el cuarto de baño del propio pianista.

Hubo más lugar para el pop con una versión casi a capella, prácticamente desnuda de The sound of silence, de Simon & Gurfunkel, y también para grandes clásicos como Chavela Vargas -La llorona- y la fadista Amalia -Barcu negro-. Aún así, Silvia Pérez Cruz no desaprovechó la ocasión para presentar un nuevo tema, aún en proceso de “construcción”, pensado para regalárselo a una amiga. “Lo más feliz que me ha hecho últimamente es ver florecer las flores”, comentó para presentar La flor. Y seguro que como un jardín lleno de ellas, la cultura tendrá la opción de “romperse, salir y brotar”, de volver a nacer; sobre todo con conciertos como el de ayer.