El escritor se refirió a él como un “luchador honesto y solitario, ninguneado durante décadas por el nacionalismo local”. Lamentó que se haya apagado “la vida de un guerrero” y se despidió de su “maestro y amigo”.

El director del Instituto Cervantes, expresó su “tristeza honda”. El escritor y poeta, afirmó: “Los recuerdos, la admiración, los libros, no consuelan de la pérdida del amigo”.

El director de cine destacó que el nombre del novelista “fue inseparable en el cine al del otro gran barcelonés”, el también cineasta Vicente Aranda. Subrayó que otros directores también adaptaron al cine obras de Marsé, como ‘Últimas tardes con Teresa’ y ‘El embrujo de Shanghai’.

El presidente del Gobierno recordó a Marsé como “figura clave de la literatura española y un hombre de firmes convicciones”. Recalcó cómo a través de su obra supo transportar a los lectores a “la realidad social de Barcelona en la posguerra”.

‘Últimas tardes con Teresa’ (1966). Gracias a esta novela obtuvo el premio Biblioteca Breve y fue la obra que le lanzó a la fama. Cuenta la amistad entre una joven burguesa y un ladrón de motos que se hace pasar por obrero. Ambientada en Barcelona, fue llevada a la gran pantalla en 1984.

‘Si te dicen que caí’ (1973). Esta historia está inspirada en el asesinato real de Carmen Broto y el protagonista Java, se va introduciendo en un ambiente callejero.

‘La muchacha de las bragas de oro’ (1978). Esta novela, premio Planeta, está escrita desde la perspectiva del escritor falangista Lluys Forest, quien redacta sus memorias en Calafell de manera que parece un “demócrata de toda la vida”.

‘El amante bilingüe’ (1990). Juan Marés es el protagonista de esta historia, en la que su esposa burguesa le engaña. Después de un accidente que le deja la cara desfigurada, intenta reconquistarla.

‘Rabos de lagartija’ (2000). Ambientada en la Barcelona de 1945 describe las heridas de la guerra. La historia la cuenta un feto que recuerda lo que aún no ha vivido.

‘Caligrafía de los sueños’ (2011). Juan Marsé se refleja en esta novela: “Quería contar algunas cosas que, en el paso de la pubertad a la adolescencia, le pasan a un chico que se halla en desacuerdo con la realidad”.

uando a los 13 años Juan Marsé dejó la escuela para entrar de aprendiz en un taller de joyería, en los plúmbeos años de la posguerra, aquel niño no podía siquiera imaginar que el destino le había elegido para ser un orfebre, no de oro y plata, sino de la memoria, en especial, de la memoria de quienes fueron derrotados en la contienda española.

Más que un novelista, Marsé siempre se consideró un narrador, alguien destinado a recuperar los recuerdos de la Barcelona de su infancia y de su juventud, en especial la de los habitantes del barrio obrero del Guinardó donde se crió, tras ser adoptado por una familia de la clase trabajadora.

La obra del escritor, que murió este sábado a los 87 años, conmocionando al mundo de la literatura, está especialmente vinculada a esa Barcelona, casi olvidada, de inframundos poblados de canallas y perdedores, un entorno y una época cuya memoria individual y colectiva “estaba secuestrada”, según consideraba el propio escritor, que se propuso recuperar unas vivencias que “oficialmente no habían existido”.

“La memoria es todo para mí. Tanto recuerdas, tanto vales”, afirma la protagonista de La oscura historia de la prima Montse, o lo que es lo mismo para Juan Marsé: “Sin memoria no somos nada”.

En su discurso al recibir el Premio Cervantes volvió a referirse a la memoria “sojuzgada, esquilmada y manipulada” durante la posguerra, y llegó a sentenciar que “el olvido y la desmemoria forman parte de la estrategia del poder”.

Marsé conoció también las trampas de la memoria, y cómo nuestra percepción se construye de hechos reales y recuerdos inventados. Esta mezcla entre veracidad y ficción de la memoria es uno de los materiales que el autor engarza con precisión en sus obras, como buen artesano literario, y que tienen su mejor expresión en las denominadas aventi, un constante inventar diferentes versiones de un mismo suceso.

Influenciado en sus inicios literarios por el realismo social, estilo imperante en la época, una de las constantes de Marsé fue su crítica a la burguesía catalana y el permanente conflicto entre las clases sociales, que impide a los personajes de sus novelas relacionarse.

Esa crítica sarcástica se traslada a los jóvenes de la burguesía que buscan reafirmar su supuesto progresismo relacionándose con sus congéneres proletarios, aunque la brecha que les separa acabará mostrando la imposibilidad de que ambos espectros sociales se reconcilien.

Sus primeros relatos aparecieron en las revistas Insula y El ciervo en 1958 y, un año después, obtuvo el Premio Sésamo de Cuentos por su relato Nada para morir.

En 1960 publicó Encerrados con un solo juguete, obra que le dio acceso a una ayuda para una estancia en París. En Francia se afilió al Partido Comunista porque “era el único que hacía algo contra Franco”, según declaró él mismo, si bien su militancia se limitó a cuatro años.

A su regresó a Barcelona publicó Esta cara de la luna (1962), hoy repudiada por el autor y desterrada de sus obras completas. En 1965 alumbró su primera gran novela, Últimas tardes con Teresa , que le valió el Premio Biblioteca Breve de Seix Barral.

Decidido a seguir su vocación literaria, abandonó su oficio de joyero y empezó a colaborar para editoriales, a encargarse de traducciones y a escribir guiones de cine, arte del que fue muy aficionado desde su infancia. Las adaptaciones a la gran pantalla de sus propias obras nunca fueron de su agrado, y aunque estuvo involucrado en los primeros rodajes, se fue dejando el trabajo de adaptación al cine a los directores.

Entre los más prestigiosos galardones de su carrera literaria se encuentran el premio Cervantes (2008), el Planeta (1978) y el Juan Rulfo (1997).

Hombre de carácter reservado, serio, casi taciturno. Reconocía que le daba apuro tremendo hablar en público, comentar aspectos de su literatura y asumir un papel en la esfera intelectual, pues rehuía de las capillitas y modas literarias, y disfrutaba de su total independencia como autor.

Esa imagen de tipo huraño y difícil reconocida incluso por su entorno más próximo era más un papel construido de “puertas afuera”, según dicen las personas de su ámbito familiar, en el que se sentía cómodo, especialmente cuando, encerrado en su despacho de Barcelona o en el de su casa de Calafell (Tarragona), se dedicaba a su oficio de fabulador.

Pese a no ser muy hablador, cuando lo hacía no tenía pelos en la lengua y sonadas fueron sus polémicas con escritores como Francisco Umbral, Juan Goytisolo o Baltasar Porcel, así como su dimisión como jurado del Premio Planeta en 2005, tras tildar de “fallida” la novela ganadora. Si bien, no quedan en la memoria sus disputas sino su legado, de enorme calidad, para la cultura.