uando la televisión alcanzaba audiencias históricas, con más espectadores y el doble de horas de consumo audiovisual cada día, los anuncios sufrieron un desplome brutal. Según InfoAdex, entidad que mide la inversión publicitaria, el descenso de facturación de marzo a mayo fue del 49%, unos 267 millones de euros menos que el pasado año, una caída amortiguada por las generosas campañas que los gobiernos del Estado y las Comunidades Autónomas difundieron para la prevención e información del coronavirus. De este dinero salvador no dicen nada las televisiones, a la vez que fustigan por ignorancia a los políticos que les subvencionan con anuncios. Qué paradojas: a más telespectadores, menos publicidad; y a más apoyo público, peores críticas contra las autoridades.

A TVE le da igual, porque no vive de los anuncios desde que, en 2010, Zapatero se los quitó para regalárselos a los canales privados en plena crisis. La jefa del Ente estatal, Rosa María Mateo, ha dicho estos días que “fue un error retirar la publicidad”. A buenas horas, mangas verdes. Fue un Gobierno socialista, en teoría favorecedor de lo público, el que descapitalizó RTVE entregando su caudal publicitario, unos 500 millones anuales, a Atresmedia y Mediaset. Gran paradoja. O quizás no tanto.

Entramos en una semana de debates con vistas a la cita del próximo domingo. Supongo que los candidatos hablarán de por qué en el siglo XXI se sigue votando como en el XIX pese a disponer de herramientas para hacerlo desde casa. ¿Teletrabajar y telestudiar sí, pero televotar no? La negación del sufragio digital, cuando es más necesario que nunca, define una paradoja tecnológica y, a la vez, una brecha democrática. Tengo miedo al miedo de la gente, sobre todo los mayores, porque el terror inducido por el estado de alarma no se diluye como un azucarillo en el café.