n estos tiempos de destemplanza y agitación social, la tele juega y jugará un papel fundamental en la ocupación del tiempo, encerrados entre cuatro paredes para frenar la expansión de un virus asesino, que todos conocemos y recordamos varias veces al día.

El poder iluminador de los medios en esta aldea global que tanto padece y tanto tendrá que padecer en las semanas provenientes, ha hecho que una palabra desconocida y extraña hace varios meses, esté incrustada en nuestras diarias conversaciones con suma facilidad y extraordinaria propagación social. Coronavirus o COVID-19 forman parte de nuestro vocabulario, y ya nos acompañarán como sombra pegada a nuestro diario caminar, sea cual sea la suerte que nos acompañe. Entre las numerosas medidas tomadas para regular nuestro comportamiento social en tiempo de estado de alarma, la que más condiciona nuestra vida es la del confinamiento en nuestras casas como medida para evitar el contagio ciudadano y la expansión de la pandemia que nos asola.

El tiempo se ha estrellado contra nuestras azacaneadas existencias y confinados en casa tenemos que buscar alivio en la tele, y así devorar interminables horas, días y semanas que nos quedan, recluidos en nuestro particular castillo, mirando embobados desde la ventana la lluvia que cae, el sol que abrasa o el viento que sacude los árboles del raquítico parque vecinal. Es el nuevo tiempo que nos cerca y hace de la tele el compañero fiel de estos días de negra peste. Las cadenas generalistas, escasas de productos atractivos y novedosos, tiene que sacar del baúl alcanforado piezas gastadas, mutiladas por el paso del tiempo en un ejercicio de programación que aburre hasta la saciedad. Y los informativos se hacen plomizos, repetitivos y chabacanos en un ejercicio de quiero y no puedo, y de dale a la zambomba repetitiva del nuevo miembro de la familia, coronavirus. Al final, la tele nos salvará del ruido, el tiempo largo y la desidia hogareña. Pero, YO ME QUEDO EN CASA.