donostia - En el invierno del año 2016 cuatro personas se reunieron en el barrio Urdanibia (conocido como Mosku) de Irun. Se trataba del político socialista Eduardo Madina, el artista Fermin Muguruza, el fotógrafo Humberto Bilbao y el Premio Nacional del Cómic Alfonso Zapico. El objetivo de aquel encuentro era que Madina entrevistase a Muguruza en profundidad para el digital JotDown. Bilbao sacaría las fotografías, mientras que Zapico haría lo propio con unos bocetos que, con el tiempo, han acabado convirtiéndose en las 200 páginas que conforman su último cómic y que retratan cómo Madina y Muguruza construyeron aquel día un puente hacia la convivencia. Este libro ha sido publicado esta semana en castellano y también en euskera, en este caso, bajo el nombre Zubigileak -se traduciría como “los que construyen puentes”-, título que a juicio de Zapico es el que recoge mejor el “espíritu del libro”.

Quizá en futuras ediciones deberá añadir un anexo sobre el fin de ETA.

-No lo hemos pensado. El libro lo terminé hace tres meses, pero luego estuvimos con la traducción al euskera. Se ha publicado con apenas dos semanas de diferencia de la desaparición de ETA. Ha sido una casualidad muy agradable. Este libro es un libro vivo. Ya estaba vivo cuando lo fui dibujando, y se puede ir actualizando a medida que se vaya reeditando.

¿Cuándo decidió que el encuentro entre Eduardo Madina y Fermin Muguruza se convertiría en algo más que unos bocetos ?

-Madina me dijo que iba a entrevistar a Muguruza para JotDown, y me comentó que fuera y que dibujase algo. Yo creo que él pensaba que yo hiciera unos sketch. El sketching es dibujar lo que te pasa, vas a un sitio y lo dibujas? Yo conocía a los dos y me hacía mucha ilusión el encuentro. Con los dibujos que hice en ese bloc, pensé que era interesante hacer algo más extenso. Lo que era importante es eso que parece una tontería: juntarse en Irun, ir a tomar un café a casa de Fermin y luego ir a comer un menú del día. Ahí había mucha materia detrás que es interesante contar, el contexto. El lector no entiende la importancia de que se juntasen Madina y Muguruza para comer un menú del día, si no se conoce el contexto. Por eso había que hacer un libro.

Decide ampliar el libro sin perder ese estilo de ‘sketching’.

-Los puentes de Moscú lo he hecho en un inciso antes de terminar el tercer tomo de La balada del Norte. No quería que me llevara mucho tiempo y cada dibujo es como si fuera un boceto, sí. De hecho, es un libro en el que hay menos acción o aventura que paisajes. Es como si hubiese hecho un sketching de todo el País Vasco, de todos estos años y por eso aparecen tantos lugares y tantos personajes. Al final se lee como si fuera una especie de cuaderno.

Apuesta por algo que está en auge, el ‘comicjournalism’.

-Jugué un poco a periodista aquel día, porque fui apuntando cosillas y fui haciendo un retrato de la conversación. El cómic ayuda a contar algo de una manera periodística porque te permite tirar para atrás y dibujar otras épocas, situaciones y personajes. En Francia, donde vivo, este periodismo dibujado también está bastante en auge. El cómic ayuda cuando hay que transmitir una idea que es muy compleja y, sin duda, lo que trata este libro es muy complejo de entender y de explicar.

Lo hace como cronista. Se incluye como personaje de aquel día.

-La suerte es que yo conocía a los dos de antes. El 90% del libro es lo que ellos cuentan en la entrevista. A mí hay cosas que se me escapan y que no entiendo bien y para evitar problemas lo mejor es darle voz a ellos. Hay una parte pequeñita en la que yo me incluyo y me permito opinar y hacer mis reflexiones. Es interesante también ver Euskadi desde los ojos de alguien que no es vasco.

Hay cosas de la entrevista original que se quedan fuera. Quizá el contexto del que hablaba antes coge más peso.

-Yo me guié por la entrevista y quizá sí que he quitado peso a la parte musical de la misma. Quizá se debe a que yo no tengo una cultura musical muy grande. Yo no escuchaba a Kortatu. Para mí la parte musical es importante, en tanto en cuanto es importante para ellos dos. Yo le doy más importancia al contexto. Más importante que hablar de Kortatu, de Enrique Morente o de lo que fuera, era estar allí, tomando café en la cocina de Fermin y poder dibujar aquello.

¿Cómo ha sido el proceso de documentación para ese contexto?

-Había una serie de detalles que no salieron en la entrevista de JotDown, pero que yo sí apunté y dibujé. Hay cosas que en la entrevista se pasan por encima, por ejemplo, cuando se habla de Yoyes. Y yo ahí juego a periodista. Paro la narración y digo, voy a explicar esto y voy a dar unos cuantos datos sobre este tema. El cómic te permite incluir un montón de datos y de información y que se entienda bien. ¡Aquí había tanta información y tantos datos! Hay cuestiones como el atentado de Edu o lo que cuenta Fermin sobre las cocheras de Sants que son muy fáciles de entender dibujadas en viñetas y encaja muy bien con la conversación.

¿Son Eduardo Madina y Fermin Muguruza dos caras de la misma moneda?

-No lo sé. Lo interesante de Los puentes de Moscú es que durante mucho tiempo los dos se vieron como muy alejados el uno del otro porque la sociedad estaba muy dividida. Yo creo que los lectores del País Vasco al ver esas dos generaciones que ellos representan se sentirán identificados: habrán vivido las mismas cosas, habrán sentido lo mismo? Muchas cosas por las que Madina y Muguruza han pasado, muchos vascos las conocen bien. No hablamos de sentimientos y vivencias tan diferentes.

¿Qué opinan Muguruza y Madina del resultado final?

-En la parte final del libro se muestra cómo ha sido el proceso de construcción. Ha sido una cosa que no tiene nada que ver con la manera que yo tenía de trabajar hasta ahora. Es un libro vivo porque hemos ido construyéndolo entre los tres. Ellos están muy contentos, sobre todo, por lo que representa el libro y lo que fue aquel día.

Hace años, un encuentro así hubiese sido impensable.

-Tienes razón. Eso es lo interesante. Es una cosa tan tonta poder juntarte e ir al barrio a comer un menú del día y pensar que hace años no hubiéramos podido, a mí es lo que me llama mucho la atención.

¿Qué le ha sorprendido descubrir?

-Me ha sorprendido la cuestión del lenguaje. Es un tema que lo plasmo en el anexo del libro y que yo me lo tomo con humor. Todo los términos como País Vasco Francés-Iparralde, Bayonne-Baiona o conflicto vasco eran términos que al principio me generaban quebraderos de cabeza, refleja esa peculiaridad de lo que estaba pasando. La batalla del lenguaje sigue, y es la batalla que queda.

Después del atentado de la T4, Muguruza reunió a un grupo de músicos para pedir el cese “definitivo de la violencia”. No lo consiguieron. ¿‘Los puentes de Moscú’ puede servir para demostrar que la convivencia es posible?

-Fermin Muguruza como artista en aquel momento sintió la necesidad de hacer aquello y luego se llevó la sensación agridulce de pensar que no valió para nada. Algo así siempre vale para algo. La convivencia en el País Vasco se va a construir a partir de ahora y la cultura es un puente para lograrla. Todas las creaciones culturales son puentes y si van dirigidas a tener una conexión y a compartir y a dar voz a los otros, son necesarias y obligatorias.

¿Es ‘La pelota vasca’ la primera impulsora de todo este proceso?

-Yo veo La pelota vasca ahora y no la veo en el mismo contexto que cuando se rodó y cuando llegó a las pantallas. En su día dejó en shock a mucha gente y a mí me impactó. No sé si fue la precursora, pero ahora también se están generalizando obras de teatro y libros al respecto. Hay muchas cuestiones que pueden ser consideradas puentes. La pelota vasca es un puente también.

Un puente es lo primero que se destruye en una guerra. ¿Cree que desde que se anunció el cese de la violencia hay quien ha intentado entorpecer el proceso?

-En este tipo de casos la gente que está en los extremos siempre intentará dinamitar los puentes, que se hacen para unir. No vivo el día a día en Euskadi, pero hay un capítulo en el que Fermin y Edu dicen que “ahora todo pesa menos, incluso, las palabras”. Yo creo que, pese a que siempre habrá alguien que no esté dispuesto a ceder, la sensación es que todo pesa menos.

Precisamente, en ese capítulo, que además se titula ‘Todo pesa menos’, se habla de cuestiones sobre cómo una pelea en un bar en Altsasu se convierte en terrorismo.

-Sí, Fermin habla de eso y también del acercamiento de los presos. Son cosas que quedan colgando, pese a que parece que todo avanza muy rápido. Euskadi tiene una serie de heridas abiertas que no se acaban de cerrar. Cualquiera que haya conocido los años duros en el País Vasco, decir que lo de Altsasu es terrorismo es una banalización de todo. Hay cosas por arreglar, pero creo que las cosas son generalmente positivas.

¿Preparando el libro ha caído muchas veces en lo que llama “la trampa del absurdo”?

-Sobre todo cuando pensaba en el atentado a Edu, le he preguntado muchas veces “¿Por qué te quisieron matar?”. El siempre respondía: “Porque era fácil, vivía solo, no tenía escolta...”. Pero a mí esa respuesta no me valía. No entendía por qué se atentó contra un chaval de 26 años que iba a la universidad, que jugaba a voley... Que estaba en aquella época más preocupado por salir con sus colegas por Bilbao que por ETA. No me cuadraba. ¡Pero si él estaba a favor del acercamiento de presos! Intentando clasificar, ordenar y priorizar los casos le das menos valor a unos muertos que a otros. Parece que hay una graduación de la tragedia que creo que no tiene sentido. Esa es la trampa del absurdo, ponerse a graduar la tragedia.

En ‘Dublinés’ habla de James Joyce y de comienzos del siglo pasado. En ‘La balada del Norte’ habla de la revolución asturiana de los años 30. Mira mucho hacia atrás.

-Me han solido preguntar a ver por qué no hacía historias de cuestiones actuales. Siempre he hecho cómic histórico y hablaba de cuestiones actuales pero a través de él. Nunca me había parado a hacer algo tan contemporáneo. Por un lado, ha sido fácil de hacer, porque Edu y Fermin me han ayudado. Cuando hablo de la revolución de Asturias sigue siendo ficción y nadie va a venir a reclamarme nada. Los puentes de Moscú ha sido muy complicado de hacer. A veces la información era, incluso, contradictoria y yo no sabía cómo gestionarla. Lo que está bien es que el libro refleja esa contradicción vital de los protagonistas y de Euskadi. Ha sido difícil de hacer porque habla de unas heridas que aún están abiertas.

¿Se arrepiente de no haber titulado el libro ‘La línea del frente’, como la canción de Kortatu?

-No. Al final creo que Fermin Muguruza tenía razón y ese título no acababa de encajar del todo con el espíritu del libro. El título bueno es el que tiene en euskera: Zubigileak. Pero este tenía una muy mala traducción a castellano. Por eso hicimos esta pequeña trampa titulándolo Los puentes de Moscú. De hecho, lleva a engaño. Alguien que no sepa de qué va la historia puede pensar que hablamos de Rusia.

¿Por qué Moscú con ‘c’ cuando al barrio de Irun se lo conoce como Mosku?

-Viene también de la traducción al castellano. Fermin me decía que el barrio se llamaba Mosku con k, pero lo dejamos así. Lo otro hubiese sonado un poco raro. Insisto, si hubiese una traducción buena, que no la hay, el mejor título sería Zubigileak.