donostia- Solitudes es el segundo montaje después de André y Dorine de la compañía guipuzcoana Kulunka Teatro, creada por Garbiñe Insausti y José Dault y nominada a los Premios Max de este año. Con esta historia, a través del humor, ahondan en la soledad y la incomunicación de los miembros de una familia. El protagonista es un anciano que se siente incomprendido y que solo desea cosas sencillas que los demás no valoran, como jugar a las cartas. Lo extraordinario de este relato, protagonizado por los fundadores junto a Edu Cárcamo y dirigido por Iñaki Rikarte, es que el anciano no se resigna y pelea por esos pequeños deseos con determinación y dignidad.

‘Solitudes’, que ha sido el segundo montaje de la compañía, llegó tras el éxito de ‘André y Dorine’.

-De momento en la compañía tenemos tres espectáculos, André y Dorine, Solitudes y Edith Piaf, taxidermia de un gorrión, y ahora mismo estamos de gira con todos ellos. La expectativa es seguir actuando con los tres, tenemos gira nacional e internacional por delante, así que de momento nuestra meta es continuar disfrutando de nuestras obras. A veces hay que hacer acrobacias en las agendas para organizarnos, ya que somos los mismos actores y esto dificulta un poco las cosas, pero al mismo tiempo es placentero poder estar en tres obras a la vez.

La obra habla de la soledad de las personas mayores.

-Desgraciadamente es un tema que nos afecta de alguna manera a todos. Solitudes es un espectáculo que se centra en la soledad de un anciano, pero también habla de otras soledades, como la del hijo, que tiene que hacerse cargo de su padre, o la de su hija adolescente que debe lidiar con sus propias dificultades. De alguna manera esta obra es un retrato de algunas soledades que podemos padecer y con las que nos podemos sentir identificados.

En la obra al anciano le ‘atienden’ pero no le ‘acompañan’.

-Para nosotros hay mucha diferencia, porque en esta familia que presentamos, el hijo se hace cargo de su padre, y lo hace lo mejor que puede, intenta alimentarle, tenerle limpio... Sin embargo, es ciego a las necesidades más vitales que tiene su padre, que son cosas muy sencillas pero que para un anciano pueden ser las que le dan vida. En este caso, el hecho concreto es el juego de cartas que compartía con su mujer. Cuando se queda viudo, no tiene con quien compartir esa actividad. Su hijo y su nieta no se dan cuenta de la verdadera importancia que tiene eso en la vida de su abuelo.

¿Cree que la sociedad ha cambiado y que antes los mayores estaban más acompañados?

-Seguramente. Si escuchamos hablar a nuestros mayores sobre sus padres o abuelos, te das cuenta de que tenían un papel mucho más importante que hoy en día. Ahora parece que cuando dejan de ser productivos, generan más dificultades que otra cosa, y antes no era así. Poseían una sabiduría y experiencia que les convertía en personas respetables, y eso creo que se ha ido perdiendo.

De hecho, el anciano encuentra antes compañía en una prostituta, una desconocida, que en un familiar.

-Lo que hemos planteado es que el anciano, tras varios intentos de comunicación con su familia, no se resigna y decide salir a la calle para buscar compañía. Cuando la encuentra, sucede algo que tendrá consecuencias en el desenlace.

Es una obra sin diálogo, ¿no dificulta esto su comprensión?

-Creo que a la gente le llega aún más. Hay muchos prejuicios con este tipo de lenguaje, pero en las funciones que hemos hecho hemos comprobado que, además de tratarse de temas universales, el hecho de contarlas con un lenguaje universal ha hecho que públicos tan distintos como el chino o el estadounidense, ruso o chileno, lo entiendan de la misma manera y les genere la misma emoción. Eso es muy bonito, ya que al final a los seres humanos nos inquietan las mismas preocupaciones. En realidad nos unen más cosas de las que nos separan.

Los actores utilizan máscaras e interpretan a varios personajes.

-Es la paradoja del lenguaje. El público tiene que creerse al personaje, pero cuando aceptas esa convención, que no cuesta ningún esfuerzo, la obra te lleva más lejos, parece que las máscaras tienen vida, que a veces incluso ríen o se enfadan. Sin quererlo, el público es muy activo, porque casi inventa los diálogos y les ve cambiar su expresión. Esa es la magia de la máscara. Por otro lado, nosotros somos muy obsesivos con el trabajo y hemos logrado una historia que se entiende así a la perfección. Esta historia es una montaña rusa de emociones, con su inicio, nudo y desenlace.

‘Solitudes’ y ‘André y Dorine’ son obras sin texto y con máscaras, ¿es un sello de su compañía?

-Para nosotros es importante contar las historias que queremos contar, que a veces serán con máscaras y otras con texto, depende de cada proyecto. No obstante, queremos seguir explorando el mundo de las máscaras, es algo que nos ha enganchado mucho y permite llegar muy lejos contando historias. Sin embargo, la puerta a trabajar con otros lenguajes la mantenemos abierta. Todo dependerá de lo que venga.

Son una compañía joven que ha alcanzado el éxito en poco tiempo, ¿cómo lo han vivido?

-La compañía la creamos en 2010, para llevar a cabo André y Dorine. Lo que nunca imaginamos es que íbamos a tener tanto recorrido, porque en ocho años hemos recorrido 30 países, y hemos vuelto a varios de ellos. En total, hemos hecho cientos de funciones, y es verdad que ha sido para nosotros un recorrido muy enriquecedor e interesante.

¿No encontraron obstáculos para salir adelante?

-Sí, pero en nuestro caso empezamos con un proyecto muy pequeño, ensayábamos en un garaje, nuestras expectativas no eran tan altas. Pero luego hemos trabajado duro para que todo esto suceda. Empezamos a soñar en pequeñito pero el sueño se ha convertido en algo grande. Las dificultades son diarias, tienes que enfrentarte a obstáculos, y mantenerse en pie como compañía en estos tiempos es muy difícil. A nosotros nos beneficia mucho el poder girar a nivel internacional, si no seguramente no podríamos subsistir. Hay una paradoja en nuestro caso, porque siendo una compañía vasca, guipuzcoana, en Euskadi hemos hecho pocas funciones, y nos da pena no haber tenido un recorrido un poco más largo en casa.