Síguenos en redes sociales:

Caos y orden en la urbe

La sala Kubo-kutxa acoge ‘Arqueologías imaginarias’, la primera exposición en Donostia del escultor valenciano Miquel Navarro, conocido por sus escultóricas ciudades repletas de símbolos y fantasía

Caos y orden en la urbe

La sala Kubo-kutxa inaugura hoy la exposición Arqueologías imaginarias, que hasta el 21 de mayo y por primera vez en Donostia descubrirá al público tres de sus grandes ciudades, un tótem inédito y una muestra de los trabajos que el creador, Premio Nacional de Artes Plásticas en 1986, realiza en su laboratorio.

Dolores Durán, comisaria de la muestra, recalcó ayer que la infancia determinó el universo creativo de Navarro, nacido en Mislata en 1945. Creció “en un ambiente rural”, rodeado de campos, huertas, insectos, flores y arcilla, “un gran tesoro para un niño” que después utilizaría en sus primeras construcciones. “Mi pueblo, mitad agrícola y mitad industrial, estaba conectado a Valencia por tranvías, y en esos viajes a la capital yo quedaba impresionado por los edificios, los escaparates, los cines, las tiendas?”, recuerda el artista.

En la fascinación de aquellos desplazamientos reside el germen de sus escultóricas ciudades, levantadas con cientos de piezas pequeñas y medianas que forman volúmenes básicos o transformados que se agrupan, interrelacionan y conectan, “unas veces de forma caótica y otras veces alineada” o “alienada”, según el juego de palabras que acostumbra a emplear el autor de unas urbes en las que “el habitante casi pierde su identidad”. En sus espacios -el artista reniega del término “instalación”-, los elementos se extienden directamente sobre el suelo, sin bases que las separen de este, apoderándose del territorio.

TRES Ciudades “En esta ciudad los elementos parecen muy ordenados, pero no os fiéis, porque como dijo el filósofo, el orden es el caos en calma”, aseguró el escultor al inicio de la visita de ayer, que comenzó en la obra Ciudad roja (1994-1995), creada con hierro colado. El espacio aparece repleto de grupos de pequeñas casitas entre las que destacan unas pocas torres con forma de obelisco y varios insectos gigantes que podrían pasar por aviones, cohetes o ejércitos a punto de atacar. “Y esto de aquí podría ser el Guggenheim de Bilbao”, sugiere Navarro señalando una abigarrada masa arquitectónica. Porque aunque cada ciudad tiene siempre las mismas piezas, estas aparecen dispuestas de modo distinto en función del lugar y del espacio en el que se expongan, de modo que siempre son obras únicas. De hecho, cuando llevó Ciudad roja a Amán, las piezas se apliaron de modo que evocaran una mezquita.

Entre sus referencias artísticas cita la Columna del infinito de Brancusi, Malevich y el constructivismo ruso, y Julio González, “el escultor de lo cóncavo y lo convexo”. “Y muchos más nombres: en la medida en que los hacemos propios, podemos tener una cierta personalidad”, afirmó. Según terció la comisaria, las ciudades del valenciano parecen despobladas porque carecen de figuras humanas, pero a su juicio, son espacios “habitados por los propios espectadores”, que las admiran desde arriba, casi a vista de pájaro, y también “por el alma del artista”. Ahora bien. Según advirtieron los responsables de la muestra, el público deberá contemplar las obras rodeándolas y nunca caminando a través de ellas.

Sin abandonar la planta baja, en La Ciutat (1984-1985), levantada con terracota y zinc, se acentúa la tensión entre el orden y el caos, entre lo horizontal y lo vertical. Dolores Durán describe la distribución por “barrios” de la urbe: la zona antigua, “casi arqueológica”, la representan los ladrillos de derribo que Navarro ha usado a modo de casas bajas, mientras que los barrios nuevos e industriales lo forman fábricas y rascacielos de gran altura. Estos últimos, en opinión de Durán, funcionan como “símbolo de poder” y contienen resonancias fálicas: “Las obras de Miquel son muy sensuales y también tienen un gran contenido sexual”.

En la planta superior se extiende Entre muros (2000), la tercera y última ciudad, fabricada en alumino y protegida por “murallas que limitan y también acogen”. Los grandes edificios de esta urbe quedan situados en el centro, rodeados por casas, carreteras, vehículos, fábricas y chimeneas muy similares a las que ve el escultor desde su estudio de Mislata.

El tótem y el laboratorio De vuelta a la planta baja, un tótem de casi cuatro metros se alza próximo a la entrada. Titulada Placón (2011), esta escultura “prácticamente” inédita está realizada con aluminio macizo y presenta un aspecto poderoso y amenazador, pero también evoca una imagen protectora. La figura se encuentra rodeada por gran cantidad de conos pequeños que parecen los pinchos de “una cama de faquir”, según bromea el propio creador. “Cada uno interpretará esta obra según su sensibilidad, pero para mí tiene un doble sentido. Parece que el poder lo representa el tótem y que los pinchos están ahí para protegerlo, pero también podría ocurrir que estos se vuelvan contra el poder”, aventuró.

Arqueologías imaginarias se completa con una sala presentada como el laboratorio del artista. En él se muestran algunos dibujos de los años 70, pues al inicio de su carrera cultivó la pintura hasta que “la necesidad de tocar y sentir la materia” le hizo abrazar la escultura. Los cuadernos de trabajo repletos de bocetos comparten espacio con una gran cantidad de piezas de pequeño formato, esculturas realizadas en barro que remiten a lo académico y a la arqueología, especialmente los personajes que presentan amputaciones. En este apartado destacan obras como La Séquia (1976) y varias de la serie que Almodóvar, coleccionista de Navarro, utilizó en su película Julieta (2016).

Vídeos y catálogo En la exposición se proyectará un vídeo con la entrevista que Dolores Durán hizo a Navarro durante el montaje, aunque los martes por la tarde se sustituirá por dos películas del escultor: Mineral y Fuerte como el opio. Por último, el catálogo de la muestra incluye textos de la comisaria y de Alberto Ferrer, y por primera vez, se ilustra con fotos tomadas en la propia sala Kubo.