pamplona - Miguel Sánchez-Ostiz se ofrece amable, como siempre, por mucho que digan, pero extenuado. El Botín, continuación de su Escarmiento, ambos editados por Pamiela, le ha dejado agotado y con el corazón encogido. El autor presenta hoy su obra en un acto público en el centro cultural Koldo Mitxelena (19.00 horas) de Donostia acompañado por el historiador Josu Chueca.
Empecemos por algo sencillo, ¿qué es ‘El Botín’: novela, fabulación, crónica, denuncia, un acto de liberación, de justicia...?
-Formalmente es una mezcla entre novela, con lo que tiene de fabulación, crónica y ensayo. Es un libro, como decían hace algunos años, híbrido... Y prefiero no decirlo yo, porque igual me abuchean, pero si lo dice otro, le aplauden; esto funciona mucho según la fama que tengas. Eso, por un lado. Pero, por otro, yo me daría por satisfecho si esto contribuyera en algo a ese empeño verdadero de justicia y reparación. Más allá de eso no puedo ir... Es un asunto del que has oído hablar toda tu vida, desde crío; al menos los de mi generación. Era un tema eterno: la guerra, la guerra, la guerra....
Da miedo leer, como sucede en sus páginas, que alguien que ha buceado a conciencia en todo esto diga que, a día de hoy, todavía no entiende lo que sucedió...
-Es muy complejo lo que pasó y excede el ámbito de una entrevista y de resumirlo a bote pronto... Fue un golpe perfectamente organizado en el que una clase social intenta volver a poner las cosas que había alterado la República en su sitio. En todos los órdenes: en el educacional, en el papel que tenía la Iglesia en la sociedad, en la propiedad de la tierra, en un modelo de Estado distinto y en algo de lo que el general Mola habla en sus escritos, que se citan poco y son muy importantes, en los que apuntaba que había que sacar los uniformes del baúl y recuperar el prestigio social que el Ejército había perdido desde la guerra de Cuba. Llevaban 36 años con un desgaste de imagen muy importante entre la pérdida del Imperio y los desastres de la guerra de África, con militares procesados... Es una conjunción de factores. De hecho, hay que ver, por ejemplo en Andalucía, la represión feroz que ejercen los terratenientes porque se les había subido a las barbas el pueblo; y aquí en Navarra, en la Ribera, creo que también fue eso lo que pasó. Fue un golpe de estado. Y cuando dicen lo de las venganzas, es curioso, porque nunca se explica bien... Yo creo que venganzas sí hubo, pero cuando lo dicen parece que fue entre aldeanos, que si me has pisado la linde, que si la gallina... No, no, venganza sí hubo y fue una venganza de clase, y eso no se explica. Y entre esa conjunción de factores también están los internacionales, como la intervención militar alemana, que fue anterior al 18 de julio. Tres días después de llegar Mola a Pamplona, el 17 o 18 de marzo del 36, se entrevista en Bera con un agente de la inteligencia alemana. Y ese agente está en Pamplona, en Capitanía, la noche del 18 al 19 de julio. Y eso no lo cuento yo, no me lo invento, eso lo cuenta el secretario del general Mola, el señor Maíz... que cuenta muchas cosas que han pasado inadvertidas.
A estas alturas, cuando “uno ya va para viejo”, ¿el miedo no existe a la hora de poner negro sobre blanco nombres, cifras, hechos concretos...?
-Son cosas que son públicas. Yo me he basado sobre todo en noticias de periódico y en los papeles de la Junta de Guerra Carlista. Pero, en realidad, los nombres de los que intervinieron en aquello llevan circulando 50 años y son de dominio público en Pamplona y en Navarra... No es una cuestión de ajustes de cuentas: aquello pasó y tuvo unos protagonistas. Ya es que sería el colmo que no pudieras escribir esto...
Apunta en el libro que quizá lo debiera haber cerrado con los nombres de los 3.000 asesinados al final de la guerra... En cualquier caso, lo que sí deja en evidencia El Botín
-Y con cobertura legal, desde el principio, que esa es otra de las cosas que se olvidan, todo el aparato legal que se organizó desde el primer día. Fueron cubriendo todas sus fechorías con leyes, con decretos... Que es lo mismo que está haciendo Rajoy y el actual Gobierno, cubrir todas sus fechorías con leyes, por eso cualquier cambio político en el país costaría, como mínimo, un año de actividad parlamentaria para desmontar todo el aparato legal de esta gente. El lastre político que tiene el cambio es pavoroso porque han dejado un terreno minado. La idea del botín de guerra se tuvo desde el primer momento, porque ya desde la toma de Irun robaron como descosidos, ahí están los testimonios. Lo que digo al final es que les daba igual, robaron gallinas y robaron barcos; entre los pollos del corral y las flotas de los nacionalistas, ahí entraba todo. Y luego, otra cosa, dejaron a miles de familias en la indigencia, en la miseria, que es una forma de sometimiento y de dominio absoluto, porque estás a merced del que te limosnee... Ahí es donde hay un terreno enorme para investigar: ¿a dónde fueron a parar las viudas y las hijas de los asesinados, o de la gente que padeció penas de cárcel larguísimas? ¿Cómo sobrevivieron? Pues en unas condiciones extremadamente duras... La Guerra Civil está muy contada en sus operaciones militares concretas, de las que se puede llegar a saber cuántos cartuchos se dispararon, las tácticas o los movimientos políticos... Y eso no es que me importe un carajo, pero me importa más lo que padeció la gente en su pueblo, los que se soportaron eso, esa pequeña historia... que ya no está sin contar porque en los últimos años se ha dado una avalancha de pequeños escarmientos, o de libros como El Botín, por toda España. Otra de las cosas que no aguanto es eso de que “barbaridades cometieron todos”. No es lo mismo una represión organizada, no es lo mismo que en frío tú organices unas listas de represaliados, de personas a las que ejecutar, que una violencia de reacción. ¡No es lo mismo! Y cuando se ha hablado de matanzas por parte del bando republicano, que sí, las hubo, no se ha dicho por qué fueron, porque en muchos casos estuvieron precedidas de bombardeos criminales contra la población civil. Y eso no se ha contado. Y no soy yo el que lo dice, lo dice Preston, y como lo dice Preston, a misa, yo solo lo cito. Hay una violencia de reacción y una violencia premeditada, y para mí no es lo mismo.
Cainitas. Cainitas. Repite sin cesar en varias partes del libro. ¿Algo inherente a la condición humana o tiene especial incidencia entre los navarros? Basta como ejemplo una cita de Rafael García Serrano que reproduce: “¡Viva San Fermín, que son fiestas, pero mañana nos matamos!”.
-García Serrano escribía muy bien pero como decía un amigo, creía que el Mauser era un animal doméstico. En Pamplona nos conocemos todos pero el cainismo es generalizado, tú dale a uno la oportunidad de matar, en un clima como ese, y mata. Ya lo dijo un cura: “Mucho sol, mucho vino y mucho odio. Una mezcla explosiva”. Pero luego llegó el invierno y siguieron matando. A mí me preocupa más la gente que se sintió imbuida de poder para ejercer una justicia en nombre de Dios. ¿A quiénes utilizaron? Están por un lado los que provocaron esto y por otro los que llevaron a cabo la represión más elemental. Y luego está el tema de las denuncias, que es delirante, fueron cientos. ¡Pero si hasta el gobernador militar estaba harto de lo que pasaba! Y lo dice dos o tres veces, en escritos oficiales, que a ver qué pasa con los liberados, que caen en manos de los carlistas y desaparecen. Y eso aparece en documentos que están en el archivo, no me lo invento. Aunque ahora se pasan la pelota unos a otros, que si fueron unos, que si fueron otros, que si no fue nadie...
Los nombres. Salen los nombres de los cabecillas, como el Chato de Berbinzana, pero no quienes le acompañaban. Y, además, estos cabecillas se echaron a la espalda el escarmiento mientras otros arrasaban con el botín.
-Así es, porque el Chato de Berbinzana iba en cuadrilla. Pero el botín se lo echaron todos, porque los de abajo, cuando entraban en una casa de represaliados tuvieron la mano muy larga. A gente de la Ribera les quitaron la casa entera, no les dejaron ni un mueble. Yo he conocido testimonios directos, de una hija que le pregunta a su madre: “¿Es aparador no es el nuestro? Y la madre, una señora de 80 años, responde: “No, hija, es muy parecido”. La gente ha vivido con unos dramas dentro pavorosos, y prácticamente se le ha obligado a que olvide, a que no cuente, a que perdone... Pero casi más a que olvide que a perdonar, a que todo esto es pasado y hay que pasar página, y a que no se puede vivir en el pasado... Una serie de mandangas que nos han dejado un presente muy comprometido. Esa es otra. En realidad, todo este trabajo es aquello visto desde el presente: yo no puedo ponerme a hacer una novela histórica o un relato frío de lo sucedido. Yo escribo desde el presente y lo hago con unos sentimientos concretos, y desde luego no voy a blasonar de objetividad. Eso puede ser el proyecto de un historiador, puede ser, pero no el de un novelista o un cronista.
El escarmiento, el botín, pero una tercera pata, ¿sería el silencio?
-Sí, por eso yo creo que produjo tanto miedo el sumario de Garzón. Que era bastante delirante, no por el propósito sino por la magnitud del trabajo que se proponía, el de hacer una causa general en la que, por fuerza, iban a aparecer nombres a mansalva e iban a tener que abrir hasta el último archivo, y el último papel iba a terminar en el sumario, con o sin secreto. Aquello hubiese sido una llave para abrir muchas puertas. Fuera con Garzón o con el que sea, me es igual. Era el proyecto. Durante años, el silencio respecto a esta historia menor ha sido enorme. ¿Quién le quería escuchar a la hermana de Maravillas Lamberto? ¿Quién quería escuchar a Jimeno Jurío cuando escribía en Punto y hora de Euskal Herria? Noooo, eso es cosa de los separatistas, de los de la ETA. Hay un montón de episodios importantes de lo sucedido que ya estaban escritos en los años 70, años en los que, por ejemplo, se abrieron las fosas de Monreal. Y me acuerdo de ello por algo que está medio relatado aquí, el juicio que provocó en gente de derechas. “Ya vienen los rojos, que quieren ahorcarnos con cuerdas de piano”, decían... Y nos acordamos también de la ley de Amnistía; que no lo digo yo, lo dice Lidia Falcón, y como lo dice Lidia Falcón va a misa, pero la ley de Amnistía fue un timo. Nos la vendieron como una ley de reconciliación nacional que iba a permitir que todos los rojos salieran a la calle, ¡y una mierda! Lo que hizo fue impedir que se pudieran pedir responsabilidades por todo lo sucedido. En el año 78, muchísimos de los responsables de las fechorías estaban vivos.
¿’El Botín’ era, o pretende ser, la medicina que le cure del pasado, y del presente, aunque esté cansado de ambos?
-No lo sé... Igual lo tenía que haber escrito antes, con más fuerza, más ganas... La escritura no te cura de nada, es un bálsamo del tigre, que sirve para pasar el coscorrón de la vida, pero el coscorrón está debajo.
“Con este libro he ganado la libertad de elegir mi camino”, como si antes estuviera atado, ¿por qué?
-Porque para mí ha sido quitarme un peso de encima terminarlo, me estaba costando mucho acabarlo. No es ninguna broma escribir un libro como este, no es una novela policíaca, ¡carajo! Esto duele. Tú estás aquí manejando dolores reales, no cosas inventadas, detrás de las noticias de prensa hay vidas machacadas, reales, y eso lo cambia todo. Y a mí esto me ha afectado mucho, mucho.
Volviendo al presente, se ve más odio entre los vencedores que entre los vencidos, en los que nunca encuentras ese sentimiento, solo reclaman justicia.
-Te creo, te creo... El comienzo de El Escarmiento es muy importante en este sentido, con esa entrevista entre Iribarren y Arteche, cuando Iribarren le dice a Arteche que le envidia por publicar un libro, “no como yo, que no puedo hacerlo”. Y no puede hacerlo porque viven los hijos y los nietos, y los tienen como dioses... y eso dura. Es un abuso porque los hijos y los nietos no tienen que pagar por lo que hicieron sus padres o sus abuelos, siempre y cuando no se dediquen a defender las mismas ideas y con el mismo entusiasmo.
Parece que no hay cura, que, como dice, “siempre vamos a estar del lado de los que no saben”.
-Es que a mí me sacan de mis casillas los que saben, siempre hay uno que es el que tiene que dar lecciones, el que guarda el secreto, con lo cual tú eres un cretino oficial porque no sabes nada y los que dices no vale nada porque yo sí se aunque no diga nada. Estos son los que dicen “si yo escribiera”... No perdón, que estamos en Navarra, si yo escribiría (risas). Si sabías tanto, si visteis tanto, ¿por qué no los escribisteis? Por ejemplo, dónde está el libro de Iribarren; probablemente lo tengan sus herederos... Decía Pérez Ollo que estaba en una caja fuerte con una cláusula de 25 años, y si lo dijo Pérez Ollo... Y esas son las verdaderas memorias de Iribarren como secretario de Mola.
Sánchez-Ostiz, ¿se critica a sí mismo en este libro?
-Con cierta autocrítica me refiero a cuando escribí cosas sobre escritores falangistas, poniendo de relieve sus valores literarios, pasando por encima de otras cosas. Pero uno madura, y las ideas tarden en venir... y a mí me costó mucho escribir, ¡joder! Y llegar a la conclusión de que la prosa está para escribir ideas, cuesta, no está solo para hacer bonito. En este sentido hay una leve autocrítica, no voy a ir de mozorro en la procesión (risas).