Madrid. El escritor y economista José Luis Sampedro falleció hacia las 1.30 horas de la madrugada del lunes en su casa de Madrid a los 96 años de edad, y estaba "sereno y tranquilo" porque no tenía miedo a la muerte, según relató ayer su viuda, Olga Lucas. "Nos dijo que quería beberse un Campari, así que le hicimos un granizado. Me miró y me dijo: 'Ahora empiezo a sentirme mejor. Muchas gracias a todos'. Se durmió y al cabo de un rato se murió", contó Lucas.
El Premio Nacional de las Letras en 2011, que fue incinerado ayer en el cementerio de La Almudena, ha muerto feliz y "como ha vivido: con sencillez y falta de publicidad", algo que era un deseo expreso que había dejado escrito. Según señaló su viuda, al escritor "le daba pavor el circo mediático en torno a la muerte de los famosos", y por eso dejó escrito que solo debían anunciar su muerte cuando ya estuviera incinerado. Para su viuda, vivir al lado de Sampredro ha sido "vivir junto a una nube de cariño. Ha sido un privilegio estar a su lado". Y para quienes admiraban su obra y su pensamiento, el autor ha sido una "conciencia vigilante" que echaremos de menos.
el humanista indignado Con la muerte de José Luis Sampedro el escritor, economista y académico se va un referente intelectual y moral de primer orden dentro y fuera de España, ya que su mensaje cívico se unió últimamente al del francés Séphane Hessel y su famoso Indignaos. El autor se ha ido con los deberes hechos y dejando lecciones de vida, tanto en sus libros como en sus declaraciones públicas. "Dentro de cada uno de nosotros hay infinidad de cosas que no llegamos a desarrollar y el verdadero desarrollo está en que cada uno llegue lo más alto posible en su conocimiento", decía el escritor con motivo del estreno en teatro de su famosa obra La sonrisa etrusca. Y continuaba: "ese desarrollo y ese intento de conocimiento vendría bien hasta para la economía; seríamos más justos, más equilibrados y no habría tantos choques entre los que tienen y los que no".
Sampedro, que siempre defendió una "economía más humana, más solidaria, capaz de contribuir a desarrollar la dignidad de los pueblos" nació en Barcelona en 1917 y pasó su infancia en Tánger donde su padre era médico militar. De regreso a España en 1935, aprobó unas oposiciones para técnico de Aduanas y fue destinado a Santander. Doctorado en 1946 en Económicas, se dedicó durante más de 30 años a la docencia en la Escuela de Periodismo y en Económicas. En 1969 abandonó la universidad y fue profesor visitante en Salford y Liverpool. A su regreso en 1972 desempeñó la cátedra de Ética en la Complutense, pero la actividad de economista la alternó siempre con la escritura. Su primera novela, La estatua de Adolfo Espejo, la escribió a los 19 años, y luego siguió La sombra de los días, aunque no publicó ninguna de ellas. Entre sus novelas destacan La sombra de cartón (1945), Congreso en Estocolmo (1952), El río que nos lleva (1961), Octubre, octubre (1981), La sonrisa etrusca (1985), La vieja sirena (1990), Real sitio (1993), El amante lesbiano (2000), Escribir es vivir (2003), La senda del dragón (2006) o La ciencia y la vida, 2008.
en compañía Sampedro fue en su última etapa un hombre enamorado. Un amor que encontró en Olga Lucas (Toulouse, 1947), traductora y poeta con quien se casó en 2003 y con quien llevaba a cabo "la teoría de los bueyes: yo me apoyo en ella y ella en mí", decía. Se conocieron en un balneario a finales de los 90 y desde entonces no se separaron. Caminaban juntos por los paisajes con dragos en Canarias, por Mijas (Málaga) y Madrid a cuatro manos, cuatro piernas y dos corazones. Juntos publicaron Escribir es vivir y Cuarteto para un solista. "Yo estoy feliz, feliz, en estos días finales de mi vida", comentaba el viejo profesor en su casa madrileña hace unos meses.