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El cazador indómito

Gregorio Díaz Ereño, director del Museo Oteiza, cree que "Jorge fue sobre todo, un gran humanista"

El cazador indómitoFoto: Museo Oteiza

Donostia

JORGE OTEIZA murió el 9 de abril de 2003, en Donostia. La cultura vasca perdía a un artista indómito y a un hombre que supo vivir, a tenor de sus propias palabras. Con motivo de la efeméride, NOTICIAS DE GIPUZKOA recorre aspectos conocidos y olvidados de su vida y de su personalidad de la mano de Gregorio Díaz Ereño, director del Museo Oteiza, sito en Alzuza (Navarra). Curiosamente, el viaje arranca hacia el final: "Oteiza, al fin, era un provocador, un seductor nato, un artista indómito; pero, sobre todo, era un gran humanista". Un humanista "tramposo", en tanto que "cazador del ser", como él mismo se definió en una de sus memorables prédicas.

Para explicar el espíritu humanista del autor de Quousque tandem hay que recalar en su infancia. Oteiza es un niño inquieto y travieso que se pasea con su bicicleta por las calles de Orio, "un niño que arrastra ciertos temores sociales pero es muy observador, está ávido de conocer el mundo que le rodea y se dedica a buscar huecos donde esconderse en la playa de Orio, como si fueran ámbitos de protección; también perfora piedras con un clavo, en su empeño por introducir el espacio dentro de la materia. Todas estas pautas son muy sintomáticas y avanzan la evolución que seguirá el artista en años posteriores. Oteiza llegó a decir incluso que como escultor no había hecho otra cosa que repetir su infancia, de tal modo que si se hubiera muerto con seis años, lo hubiera hecho en plena madurez", destaca Gregorio Díaz.

Oteiza detestaba la educación artística entendida como castración de la libertad de creación. "Es normal, porque las normas académicas son iguales para todos y puede limitar la capacidad creativa, por lo que ahí acaban perdiéndose muchos artistas", aclara el director del Museo navarro.

Horóscopo y lecturas

El estudiante de medicina se decanta por el arte en Madrid

"Tiene una gran facilidad para la geometría y el espacio -apunta Díaz Ereño-, y en los años 20 decide estudiar Arquitectura. No cuaja por una serie de cambios de leyes en la dictadura de Primo de Rivera y opta por la Química y la Medicina. Tres años después abandona los estudios por una supuesta crisis espiritual. Él dice que prefiere curar almas que cuerpos, y se trata de una decisión muy sintomática de lo que será más tarde su vida y su implicación artística".

Oteiza confió y defendió desde el principio que el arte tenía un fuerte contenido social. "Eso que dijo entonces es una aportación importante al mundo del arte y a la cultura en general. Él subrayaba que el mundo no se cambia con el arte, sino que serían los hombres que cambia el arte los encargados de cambiar el mundo", precisa. En este sentido, el artista repetía como un mantra una frase poderosa: El arte no es para siempre y el hombre sí.

La mencionada crisis espiritual y la fortuita lectura de un horóscopo sirvieron de detonante: "Él contaba siempre que leyó el horóscopo, que le invitaba a cambiar de vida, y comentaba también que le impresionó la obra del autor del siglo XVI Huarte San Juan. Todo eso le orientó hacia el mundo artístico", descubre Gregorio Díaz.

Oteiza deja todo atrás y se embarca en un viaje que va a durar trece años. Visita varios países de Sudamérica y se empapa de "los mal llamados pueblos primitivos, porque él busca la realidad objetiva de esas figuraciones, la espiritualidad que representan, por ejemplo, las del periodo precolombino". "Allí vivió en condiciones económicas muy extremas, pero ese periplo le es esencial para el desarrollo de posteriores ideas estéticas", señala Díaz Ereño.

Regresa al Estado español y recala primero en Bilbao, después en Madrid y en Irun, y finalmente en Alzuza, donde encuentra "un espacio retirado, alejado de las urbes". Durante esos años Oteiza se convierte en un referente para las generaciones que viven atosigadas por el atosigante clima de posguerra: "Él trae las vanguardias y sirve de puente con las nuevas generaciones, que de alguna manera quieren dar respuesta al arte oficial, adocenado y arcaico, y buscando nuevos espacios de libertad. Eso sí, Oteiza sugiere esos espacios pero lo que quiere es que cada cual se construya a sí mismo", detalla el investigador.

En los años 50 Jorge Oteiza conoce a Juan Huarte Beaumont, el que durante años será su mecenas y amigo. Gregorio Díaz resalta la importancia de esta persona en el devenir del artista: "Se habla poco de Huarte, pero hay que resaltar lo que hizo, porque el suyo era un mecenazgo renacentista, pues no buscaba especular con las obras de Oteiza. Se conocieron hacia 1952. Huarte fue de las primeras personas que le compró una obra a Oteiza y éste se acercó de forma tímida a su casa. Los dos se llevaron una grata sorpresa y trabaron una amistad que duró, con sus altibajos, hasta la muerte del de Orio".

Utopía y fracaso

El temperamento de Oteiza o la bipolaridad provocada

El artista de Orio cultivó dos imágenes bien distintas que modelaba a su antojo. Por un lado estaba el indómito provocador, el inconformista cascarrabias, el loco de la barba blanca. Y por otro fluía el hombre consecuente, voluntarioso, amable e infinitamente generoso, tal y como recuerdan aquellos que le conocieron bien. A veces, lo aparatoso de su carisma ensombrecía todo lo demás. "Oteiza era muchas cosas a la vez. Podía parecer un hombre disperso, por su modo de hablar y de mezclar ideas y pensamientos, pero tenía una capacidad de concentración terrible, y eso lo demuestra en cada uno de sus proyectos, donde se involucra de forma extrema. Y de ahí llegan muchas de sus frustraciones, del fracaso de muchos de sus proyectos, que no se llevaron a cabo", apunta Díaz Ereño, pero puntualiza que "no se trataba de un fracaso del artista, sino de la sociedad o de los políticos, que no entendían su trabajo". Algunos de sus allegados apuntan más alto, sugiriendo incluso que Oteiza "se alimentaba de sus fracasos".

Respecto a su supuesta bipolaridad, el propio artista dijo una vez que él era varios: uno exterior, "cuya imagen es la de un provocador despreocupado, la de un loco", y otro menos conocido "que es el más difícil de ver y está escondido detrás de ese loco". En cierta medida, él alimentó su propia caricatura, mientras el verdadero Jorge Oteiza se escondía y se protegía tras esa imagen distorsionada. "A ese respecto, él era un hombre muy consecuente y lo fue durante toda su vida, aunque a veces parezca todo lo contrario. ¿Que alimentaba su caricatura? Claro, Oteiza era un gran seductor, un conspirador. Él pretendía cambiar la sociedad, quería crear revulsivos, y hoy en día le echamos mucho de menos, porque su mensaje es actual".

Así, Oteiza proclamaba que el arte es para el hombre, "no para los museos", y estaba convencido de que el oficio estético "transforma al artista en hombre libre, y este hombre libre, con educación estética, es el que transforma el mundo".

Cansancio vital

Itziar, ángel de la guarda, y la sombra de la muerte

A pesar de los fracasos, Oteiza no llegó a desanimarse y siguió insistiendo en sus planteamientos, la mayoría de los cuáles están recogidos en una treintena de libros publicados por la Fundación Oteiza y el Museo de Alzuza que lleva su nombre. "Curiosamente, esos discutibles fracasos provocaban, a veces, creaciones maravillosas, como el poemario Androcanto y sigo (1954), que escribió tras la prohibición por parte de la Iglesia de proseguir con los trabajos del friso de Arantzazu", recalca Gregorio Díaz Ereño.

La necesidad de transmitir, de comunicar, llevó a Oteiza hasta el papel. "Es mi dios", decía, y sus flirteos con la hoja en blanco provocaron obras memorables como Quosque tandem o poemarios exquisitos como Itziar. Elegía y otros poemas, dedicado a su mujer, Itziar Carreño, pilar fundamental en su vida. "Cuidaba de mí como de un ser débil", dijo Oteiza tras la muerte de su mujer, a la que adoraba. Así lo indica la cruz abrazada que habita un pequeño prado, cerca del museo de Alzuza. "La cruz abrazada es una de las declaraciones de amor más bellas que existen. Sencilla y potente. Itziar era el norte de Jorge, era fundamental porque le aportaba sosiego, mucha comprensión y buenas dosis de realidad. Era la persona que le acompañaba y le protegía, su ángel de la guarda".

El hombre que soliviantó en su momento a los profesores de la universidad de Donostia, el mismo que incendió el panorama cultural vasco de los años 60 y 70, el que toreó al franquismo escudándose en su laberinto artístico, aquel hombre "gris y vertical" que describió Basterretxea, el hombre inquieto que desmontó una pipa de fumar para diseñarla justo al revés, el artista que sentía pánico ante los encargos, el que luchó por desacralizar su propia obra, el hombre que admiró y contradijo a Unamuno, aquel fumador de puros y campeón "de comer ostras en Chile y en Río de Janeiro", creador de polémicas y metáforas por igual, pedagogo airado, quijotesco, niño travieso y gentil, murió a los 94 años, empachado de vida. "Después de la muerte de Itziar, en 1991, se denota cierta fatalidad en sus escritos, hay un cierto dramatismo en su poesía, pero no por miedo a la muerte, sino por desánimo de vida. La muerte no le obsesionaba como elemento de fin, y yo creo que parte de la desazón que arrastraba durante los últimos años se debía a un cansancio vital de una persona que vivió de forma intensa", concluye Díaz Ereño.

Diez años después, su magisterio sigue vivo; él supo llenar el vacío de toda una generación