"Zumalacárregui quería tomar Madrid, no Bilbao"
Un libro incide en el perfil guerrero del genial militar guipuzcoano Humilló a los mejores generales y murió por culpa de sus convicciones
donostia. La infantería navarra que él había adiestrado sembró el terror en media Euskal Herria. Avanzando con la bayoneta calada y diluyéndose como fantasmas entre la espesa niebla de los montes vascos, los hombres de Zumalacárregui derrotaron a tropas más numerosas y mejor preparadas, humillando a los mejores generales de la época. El militar fue la figura central de la Primera Guerra Carlista (1833-1840), conflicto que enfrentó en España a los partidarios del infante Carlos María Isidro de Borbón (carlistas y absolutistas), y a los de Isabel II (isabelinos, liberales).
Los historiadores Manuel Montero e Imanol Villa han rescatado al personaje y han escudriñado en documentos y biografías para conformar el perfil más guerrero del lobo de las Améskoas en un libro trepidante: Las batallas de Zumalacárregui (Txertoa). La indagación les ha proporcionado no pocas sorpresas. "La más grande -detalla Imanol Villa- es que surgió de la nada. Hasta que tomó el mando de las tropas carlistas en 1833, Tomás de Zumalacárregui no contaba con una trayectoria que hiciera sospechar lo que más tarde demostraría: que era un genio militar".
Él fue quien elevó a la condición de arte la guerra de guerrillas (o guerra de montaña) y derrotó a las mejores tropas de un ejército que superaba con creces al suyo, formado sobre todo por navarros, pero también por guipuzcoanos, vizcainos y alaveses. "Sus aciertos fueron múltiples, empezando por la motivación de la tropa. Era un seductor castrense inigualable y arengaba a sus hombres tratando de hacer piña, apelando al honor, a la hombría o al propio sacrificio", explica el historiador bilbaino, admitiendo que "era un militar pragmático". "Conocía bien el terreno que pisaba y tenía a gran parte de la población rural a su favor. Él planteaba los enfrentamientos con una practicidad asombrosa: volvía locos a sus enemigos, con infinidad de retiradas estratégicas y marchas sorpresivas, y cuando más desorientados estaban se lanzaba a por ellos. Acabó con todos los generales que mandaron para derrotarle, incluido a Espoz y Mina, que había sido su maestro en la guerra contra los franceses", profundiza Villa.
general austero Zumalacárregui era un general "austero, amante del orden jerarquizado, muy religioso y devoto de la monarquía", desvela Imanol Villa, que añade: "era también un militar de la época, y eso significa que fusilaba, intimidaba, represaliaba, etc. Así era la guerra y así sigue siendo, por desgracia".
El de Ormaiztegi no dudaba en castigar a sus soldados, incluso con la pena de muerte. "Las guerras del siglo XIX, aunque están idealizadas, eran terribles. Que te abran el vientre con una bayoneta es algo que nadie quiere, y para enfrentarse a eso hay que estar muy motivado", aclara el investigador.
El general adaptó el uniforme de las tropas al tipo de guerra que hacía, es decir, a la guerra de guerrillas, "y se generalizó la boina ancha, porque les protegía de la lluvia y de los sablazos. En general la roja la llevaban los liberales y la blanca los carlistas, aunque muchas veces nos han vendido lo contrario".
La dimensión histórica del personaje es indudable, y tanto tirios como troyanos lo han utilizado no pocas veces como estandarte. Pero Villa advierte que Zumalacárregui encajaría mal en la actualidad: "Ahora resultaría anacrónico y no caería bien ni a unos ni a otros porque no se ajusta a los perfiles sociales y políticos actuales, por lo que extrapolar su caso al momento actual es un ejercicio peligroso". "Él era, sobre todo, realista -recuerda el historiador- y poclamaba Dios-Patria-Rey en sus primeras arengas; fue más tarde cuando introdujo los fueros".
objetivo: madrid Zumalacárregui había ganado la guerra del norte y su objetivo era Madrid. Quería llegar hasta la capital de España para instaurar al rey (Carlos V), pero la cúpula carlista le ordenó atacar Bilbao. Craso error, tal y como subraya Villa: "Él quería tomar Madrid, no Bilbao. Hubiera sido un golpe trascendente, pero Bilbao era una espina para los carlistas, una obsesión. Para ellos el mal liberal estaba concentrado ahí. Yo considero que por aquel entonces era mayor locura sitiar Bilbao que atacar Madrid". El general guipuzcoano no defendió la idea, pero tampoco se opuso. Allí fue herido de bala y a la postre esa herida le causó la muerte. "Rechazó todos los planteamientos racionales que le hicieron, optando por la opción más disparatada: trasladarse a Zegama y dejarse curar por un veterinario". Murió el militar y nació la leyenda.
Acabada esta primera guerra, los carlistas paseaban tranquilos por Bilbao, circunstancia que no extraña al historiador: "Compartían ideas importantes, como el tema del orden social y el poder como garante de ese orden. La visión de los liberales de aquí con respecto a los de otras zonas de España era diferente; no cuestionaban hechos diferenciales como el euskera o los fueros".