Fecha y lugar. Sala Kubo. Donostia. Hasta el 9 de octubre. Contenido. La gran exposición incluye 139 piezas que tantean el cubismo, el fauvismo y el surrealismo. Horario. Durante Semana grande se podrá visitar de 11.30 a 21.00 horas.
TODOS los grandes artistas rusos de comienzos del siglo XX, entre los que se encuentra Marc Chagall (Vitebsk, 1889-Saint-Paul-de-Vence, 1985), se vieron atrapados entre la cultura occidental, y más en concreto la francesa, y el patrimonio icónico y estilístico del antiguo arte eslavo. Los intelectuales fueron estimulados por el pueblo, sus tradiciones, y su innata capacidad creadora. Todos tuvieron comienzos populistas, que en el caso de Chagall se mantuvieron a lo largo de toda su vida. Para ellos, el arte debía ser esencialmente espiritual y educativo. Sus instrumentos, la escuela y los museos.
La revolución rusa, la religión judaica, y el amor en su vida, serán los tres grandes pivotes sobre los que se sustentará toda la obra de Chagall. Para él, la vida es como un circo en el que la vida y la muerte, el riesgo y el triunfo están presentes, en el que la revolución y la política, la religión y la vida doméstica, se encuentran y entremezclan. Él interpreta el alma rusa desde las corrientes internacionales de la Escuela de París, sin renunciar nunca a sus raíces, y a través de lenguajes figurativos. Lenguajes que emergen del inconsciente y que le llevan a crear figuras populares y simbólicas (el sol y la luna, los animales, los amantes, el rabino, el trotamundos, los arlequines, las casas, las iglesias, las barcas, los puentes, el circo) para tratar de crear un mundo boca abajo, situado en planos entrecruzados y en movimiento, en el que el sueño y la realidad, la magia y la poesía se entremezclan.
Una vez desordenado el espacio, todo es posible en un cuadro de Chagall, todo es posible como en los sueños. Los cielos azul nocturno, los amantes blancos tumbados en el cielo, los trineos que corren por el espacio aéreo tirados por animales mestizos, y los músicos que tocan en el espacio infinito de la mujer alada y amada. Todo es posible en la iconografía de Chagall. Por eso lo entiende el pueblo, es pura fábula, no es para entendidos, es un lenguaje imaginativo. Quizá por ello su lenguaje es inclasificable: cubista y futurista, fauvista y populista, casi todo y al mismo tiempo. Quizá por ello no cabe en escuelas y movimientos. Se sale y entronca con todos ellos.
Chagall, además de pintor, vidriero, ceramista y decorador, es un gran amante de la línea curva y del dibujo. En su exposición de la Sala Kubo pueden contemplarse notables dibujos y grabados que lo confirman. Obras exquisitas como El paseo con gallo (1940) y su autorretrato (1923), El vuelo del pintor (1970) o sus series de grabados sobre la inspiración del artista, muestran su propio mundo, cargado de sensualidad y de poesía.
Pero donde el artista logra sus más altas cotas de intensidad es en los colores fauvistas. Sus azules, rojos, morados, verdes y amarillos una vez plasmados en sus telas, difícilmente desaparecen y se olvidan. Quedan fijos en nuestra retina. Son puro sentimiento. Los azules de El diván (1950), Alrededor de Aleko, El gallo rojo (1942-45) y, sobre todo, El Monstruo de Nótre-Dame (1953); los rojos de Resistencia (1937-48), El arco rojo (1956-60), Los tejados rojos (1953), y especialmente los bermellones del Cantar de los Cantares (1960) son exquisitos; los verdes del Muelle de Bercy (1953) y Noé en el arco iris (1961); y en menor medida sus amarillos de Liberación (1937), son un canto al color puro, intenso, diáfano, sonoro. Chagall es un mago de las historias humanas y divinas, simples y complejas, diarias y revolucionario, contadas con el color y la expresión de un niño grande, que entronca con el Nouveau Roman y la historia de la Europa del siglo XX.