España, 2010. Dirección y guión. Álex de la Iglesia. Intérpretes. Antonio de la Torre, Carlos Areces, Carolina Bang, Santiago Segura, Fernando Guillén Cuervo, Sancho Gracia, Terele Pávez. Sonido. Carlos Schmukler. Fotografía. Kiko de la Rica. Montaje. Alejandro Lázaro. Efectos especiales. Reyes Abades. Música. Roque Baños. Duración. 107 minutos. Estreno comercial. 17 de diciembre.

Había una vez, un circo. Un circo que, a diferencia del que cantaban y contaban Los Payasos de la Tele, no alegraba siempre el corazón. Tampoco estaba lleno de color ni de ilusión, ni destilaba excesiva alegría y emoción. El circo de Álex de la Iglesia, o lo que es lo mismo, Balada triste de trompeta, es más bien un espectáculo lúgubre, una carpa hedionda que trata de cubrir las miserias de un país donde los espejos devuelven reflejos de esperpento y las carcajadas se confunden con llantos desencajados como los del impresionante plano final.

Preestrenado en un magnífico show que Kutxa organizó el viernes en Tabakalera, el último largometraje del bilbaino arranca correoso a más no poder, con unos formidables títulos de crédito que repasan medio siglo de historia española en un agresivo tono documental, con fotografías de archivo, música de percusión y quejíos flamencos. La primera parte resulta apabullante y terrorífica, especialmente en lo referido a las secuencias de la Guerra Civil y al encuentro inicial que mantienen en 1973 los payasos antagonistas -notables Antonio de la Torre y Carlos Areces-, enfrentados por el amor de la misma mujer -correcta Carolina Bang-.

Pero lamentablemente, el pertinaz gusto que el director tiene por el exceso -un elemento consustancial a su filmografía- hace que la historia se vuelva demasiado gratuita, grotesca y deslavazada. En ocasiones, el todo vale y el reiterativo esquema de tiroteo-paliza-persecución provoca hastío, hace que el filme se convierta en un producto irregular que no encuentra el tono y no termina de acertar en su descripción de las dos Españas atávicamente enfrentadas. Y es una pena, porque hay momentos memorables que supuran grandes dosis de vitriolo e irreverencia, como el del payaso que, machete en mano, diezma fascistas al ralentí; el de los rojos que antes de ser ajusticiados gritan "Viva la República" y "Viva el circo", o el del clown triste con mitra de obispo que pregunta al comando de ETA que acaba de hacer volar a Carrero Blanco: "¿Y vosotros de qué circo sois?"

En su imperfección, Balada triste de trompeta puede pecar de desmesurada y megalómana, pero al menos procura un entretenido espectáculo de acción cinematográfica rodada de manera ejemplar. Además, los cinéfilos más recalcitrantes disfrutarán de un entretenimiento extra consistente en jugar a identificar las mil y una referencias que contienen sus dos horas escasas de metraje: Raphael, Furtivos y La caza, La escopeta nacional de Berlanga, Los santos inocentes, Tarantino, Freaks, Buñuel y Fellini, el Hitchcock de Con la muerte en los talones, los violentos cartoons de Tex Avery? Por no hablar de las autocitas que se hace De la Iglesia en ese final que, una vez más, transcurre en las alturas -esta vez es el espeluznante Valle de los Caídos- y que tan inevitablemente recuerda a El día de la bestia o La comunidad.

Si imagináramos la película como un cuadro, podríamos compararla, por su oscuridad y su condición metafórica, con una de las pinturas negras de Goya, en concreto con su conocido Duelo a garrotazos que, en este caso, sería un duelo a trompetazos, a tiros y tortazos entre dos enemigos irreconciliables. Sin embargo, el trazo del mural cinematográfico pintado por De la Iglesia se torna excesivamente grueso por momentos y, al final, el humo de la pólvora y el estruendo de metralletas y pistolas impide ver/oír claramente el verdadero fondo del relato.