En el Jaén profundo, el de los aceituneros altivos que cantó Miguel Hernández, se encuentra el alfa y el omega de este relato de Belén Funes, su segundo largometraje acunado tras el impacto de La hija del ladrón (2019). Como Anabel, la protagonista interpretada por Elvira Lara, Belén Funes lleva sangre andaluza en las venas, aunque su vida y su formación como realizadora se gestó en Barcelona. Lo que cuenta no es su vida pero de ella extrae reflejos, el paisaje y el paisanaje, las emociones y, ¿por qué no?, la ideología de lo que aquí nos muestra. Los tortuga, título que hace referencia al éxodo de miles de jienenses que abandonaban los campos de olivares con sus escasas pertenencias a cuestas para sobrevivir en la España rica, rinde homenaje a ese tiempo de la emigración y el transtierro; tiempo de desarrollismo para unos y origen y causa de la desolación de la España vaciada. Funes, que en su ópera prima, protagonizada por Eduard Fernández y su hija Greta, hablaba de una tormentosa relación entre un padre y su hija, vuelve en Los tortuga a escarbar en esas rozaduras filiales.
Los Tortuga
Dirección: Belén Funes
Guion: Belén Funes y Marçal Cebrian
Intérpretes: Antonia Zegers, Elvira Lara, Mamen Camacho, Pedro Romero, Lorena Aceituno y Mercedes Toledano
País: España. 2024
Duración: 109 minutos
En el corazón de esta historia de duelo y crónica social, en ese proceso dialéctico entre el desconcierto personal y la crónica de la Barcelona de la especulación inmobiliaria, hay una idea de retorno y desprendimiento. Belén Funes abre su película con las escenas de la recogida de las aceitunas. Entre ramas agitadas con furia, Anabel, una estudiante de Ciencias de la Comunicación, regresa a la casa familiar con la sombra de la muerte del padre sin digerir, si es que eso alguna vez se puede tragar, y con el testigo de unos olivos heredados a los que atender. En el tramo final, Anabel regresará para cerrar un ciclo, algo que la directora del filme ancla doblemente.
De un lado, con el proceso de cerrar página, del otro, con la necesidad de afrontar el mañana. Lo que más puede perjudicar a la percepción de Los tortuga es el lastre que para el cine español actual provoca la sombra de Alcarràs. Demasiadas analogías, la ruralidad, el devoro de los paneles solares, la práctica desaparición de personajes masculinos de alguna relevancia y, en suma, el desmoronamiento de los restos de un siglo XX que comienza a oler a naftalina. Lo que más brilla, algo que Funes ya evidenció en La hija del ladrón, es su capacidad de obtener de los actores lo mejor de sí mismos. No en todos los casos, los secundarios, especialmente los de más edad, apenas son presencias ornamentales en un filme que reafirma la validez de una mirada personal y contestataria.