Crítica de la película 'La trenza': dolor global

La primera y determinante diferencia es que la escritora y directora francesa, Laetitia Colombani, evidencia que se defiende mejor con las palabras que en la pantalla. Colombani articula de manera harto artificial La trenza haciéndola avanzar con un cansino un, dos, tres por el que se suceden de manera ortopédica los cambios de escenarios. En orden cronológico asistimos a la evolución de tres relatos que flojean por la zona central, la historia que acontece en Italia, cuyo interés dramático se malogra por un reparto más atento a la belleza formal que a los entresijos y miserias que reclama su historia.

Con una mirada más femenina que feminista, las tres mujeres protagonistas de La trenza viven, sufren y aman en realidades muy distintas. La madre india, una intocable condenada a malvivir en la miseria extrema, desea para su hija un mundo mejor, algo que solo puede alcanzar a través del conocimiento y la huida. La joven italiana se enfrenta al desmoronamiento económico del viejo taller paterno a la vez que al ocaso de su progenitor en circunstancias adversas. Finalmente, la abogada canadiense, brillante y de posición acomodada, ve tambalearse su existencia por culpa de la enfermedad. Tres mujeres distintas, tres realidades antagónicas para hurgar en ese mínimo común denominador que es el infortunio y la capacidad de lucha para superar una suerte desgraciada. Aleccionadora y voluntariamente didáctica y buenista, La trenza derrocha positivismo y convencionalidad. Su pretexto argumental se adivina en los primeros compases y su texto interior no se aleja demasiado del formato del cine dominical con el que las cadenas de televisión facilitan las siestas en familia. Ese es su horizonte y su magnetismo. Dejarse ver sin esfuerzo para sin esfuerzo borrarse de la memoria.