Desde el Tonale, desde su musculatura de montaña fortachona, prensada en la vegetación para hacerla más mullida, el Giro podía girar a la izquierda y subirse a la tortura del Gavia o elegir la derecha y adentrarse en la penitencia del Mortirolo. Del Toro, laminado en la víspera, trató de encontrar una vía alternativa. En los márgenes.
Nada como el elemento sorpresa para reponerse. Encontró la gloria por una escapatoria en el laberíntico descenso a Bormio. Horas antes realizó un movimiento lejanísimo, que quedó en nada a pesar del descaro del líder, revoltoso.
Después de padecer en el Mortirolo y en una persecución, se repuso, súbito, en la ascensión a La Motte, el trampolín hacia el sueño del Giro tras la pesadilla de la víspera. No se entrega el líder, el orgullo y la pasión intactos.
Dejó en la mesilla de noche Del Toro los malos presagios para vivir un nuevo amanecer. Late el líder de nuevo. Respondió de maravilla Del Toro, pura efervescencia, tras las nubes negras que le rodearon. Todo corazón en una jornada estupenda. El Giro no tiene dueño.
De rosa, el mexicano venció en Bormio en un final trepidante, de MotoGP. Recuperó la sonrisa Del Toro, que saludó la victoria con una reverencia y un grito liberador antes de abrazarse a su familia y a los suyos.
Sonreían Matxin y Gianetti, los responsables del equipo, después de la desolación del día anterior. Revivido el joven Del Toro. “No tengo nada que perder, lo voy a intentar siempre”, apuntó el mexicano. De regreso. Aquí estoy yo.
El líder sometió a Bardet, el último de la fuga, y a Carapaz. Rascó media docena de segundos para su trono. Dispone de una renta de 41 segundos con el ecuatoriano. Simon Yates se desprendió una veintena de segundos y queda a 51. El Giro está vivo. Del Toro no tiene intención de claudicar.
Se descorchó en el Giro, su primera victoria. Bautismo rosa. Sorprendió al ecuatoriano en el descenso hacia Bormio, donde dejó una pose de ganador. Recordó a esos agradecimientos que realiza Pogacar después de una de sus exhibiciones. Carisma de front man.
La pértiga del impulso la clavó Del Toro en La Motte, un puerto de esos que el Giro tasa a su manera, con esa tendencia tan suya que lo calibra por lo bajo, que quedaba entre el territorio que mordía, picajoso, insidioso hacia Bormio.
Los restos de la fuga, con Vacek, Daniel Martínez, Bardet, Cattaneo, Fortunato o Eulalio, el primero en pasar por la cumbre del Mortirolo, sobrevivía sin apenas lujos, rastreados por los nobles, acelerados para otro combate.
El UAE avivó el ritmo entre un asfalto que culebreaba como una víbora. Se subía deprisa, con urgencia. Bardet se encaramó a un grito de libertad. El último hombre en pie de la fuga.
Carapaz y Simon Yates encuadraban a Del Toro, el rosa vigente. El mexicano se quedó solo con la sacudida del Red Bull. Pellizzari, fino escalador, recuperó el filo. Señaló a Bernal.
El líder se golpeó en el pecho. Atacó, punzante. Conserva el reprís intacto el mexicano a pesar de las penurias de la víspera. Carapaz no dudó cuando se erizó el mexicano.
Se subió a su rueda de inmediato, a rebufo. La pasión tiraba con fuerza de Del Toro. Carapaz le acompañó en esa misión. Simon Yates, Caruso y Derek Gee se quedaron colgados en unos segundos.
Giro de Italia
Decimoséptima etapa
1. Isaac del Toro (UAE) 3h58:48
2. Romain Bardet (Picnic) a 4’’
3. Richard Carapaz (Education F.) m.t.
4. Simon Yates (Visma) a 15’’
45. Jonathan Castroviejo (Ineos) a 12:27
46. Igor Arrieta (UAE) a 12:29
81. Pello Bilbao (Bahrain) a 27:59
134. Jonathan Lastra (Cofidis) a 35:32
135. Jon Barrenetxea (Movistar) m.t.
139. Xabier Mikel Azparren (Q 36.5) m.t.
General
1. Isaac del Toro (UAE) 65h30:34
2. Richard Carapaz (Education F.) a 41’’
3. Simon Yates (Visma) a 51’’
4. Derek Gee (Israel) a 1:57
5. Damiano Caruso (Bahrain) a 3:06
34. Igor Arrieta (UAE) a 1h25:41
37. Pello Bilbao (Bahrain) a 1h27:55
55. Jonathan Lastra (Cofidis) a 1h47:42
65. Jonathan Castroviejo (Ineos) a 2h03:28
94. Jon Barrenetxea (Movistar) a 3h03:02
126. Xabier Mikel Azparren (Q 36.5) a 3h56:06
El final era un thriller. Del Toro, Carapaz y Bardet echaban humo. El pulso, cerrado, estupendo, enalteció el Giro, abierto de par en par, en Bormio, donde se acentuó Del Toro.
El sufrimiento vive a diestra y siniestra en el Giro aunque el paisaje, que embelesa, hipnótico, acumule postales desde el Belvedere, que enfoca con entusiasmo valles, foresta, rocas, peñascos y rastros de la nieve, la corona blanca de las cumbres.
La carretera es un bordado gris, festoneado por abetos y árboles con el verde vitalista camino del Mortirolo. En ese territorio que araña las entrañas en el recuerdo crepita la silueta de Indurain, una esfinge en 1994 en una ascensión museística, un incunable que narra el vuelo de Pantani.
Ataque de Carapaz
Tres décadas después, el Mortirolo, su grandeza, su huella, su poder, examinó una fuga ventruda entre la algarabía y los sonidos de cencerro. Los generales descorrieron el telón de la montaña con prudencia, como si se tratara de una función en la Scala de Milán. Nada de orgullo en semejante escenario grandilocuente, devastador si uno pretende humillarlo. Bastaba con la dignidad.
No conviene soliviantar a las fuerzas de la naturaleza. Antes de la mole se evaporó cualquier atisbo de Juan Ayuso, atado a la miseria de la impotencia. Tiberi también penó. Arrodillado.
Se encrespó en la bisagra del Mortirolo Carapaz, siempre en guerra. El ecuatoriano se estiró con esa rabia que lleva dentro. Ese impulso innato. Nadie como él parece desear el Giro.
Del Toro, a cola del grupo, estiraba el cuello, exigido por el empeño de Carapaz, el corazón en cada pedalada, los dientes apretados, siempre corajudo. Del Toro trataba de encontrar las cuerdas del ensogado para cubrirse ante el juego de piernas del ecuatoriano, que llamó a la revolución.
Agarró el estandarte de la rebeldía. Del Toro, Bernal y Simon Yates gritaban persiguiendo en territorio Comanche, siempre demandante. Exigente de punta a punta. Después de los conatos, se reunieron todos en La Motte, un puerto para el recuerdo del líder, que se desenterró.
El Giro, ensortijado por las montañas majestuosas que le dan brillo, es un sálvese quién pueda a cuatro días de Roma. Sofocado el chispazo de Carapaz, que se enciende de un chasquido, el líder contestó a pecho descubierto. desde la emoción. Bramó su victoria, que retumbó entre las montañas. De regreso a la vida. Del Toro resucita.