¡Viva la revolución!
Se corre a mucha velocidad toda la etapa, no hay fases de relax cono antaño, y eso supone un estrés constante que deriva en una lucha feroz por las posiciones
Día a día el Giro ha ido tomando un camino inesperado, cuando aguardábamos la revuelta de la generación de Ayuso, ha llegado la inesperada revolución de otro ciclista aún más joven, el mexicano Isaac del Toro. Inesperada no por su clase, de la que había apuntado destellos muy brillantes, como su victoria en el Tour del Porvenir del 2023, en su último año como aficionado; el triunfo este año en la Milán-Turín, y la Vuelta a Asturias en 2024, en profesionales. Mostrando una fuerza y un talento especiales.
En el Giro, hasta ahora, es el más fuerte y el más inteligente. Siempre marcha en cabeza, vigilante, y así se ha librado de todas las caídas, que han mermado la condición de sus adversarios, Roglic, Ayuso, o directamente los ha eliminado, como a Landa y Ciccone. Y en la montaña, saltando el primero a todos los ataques peligrosos, sean de Egan Bernal o de Carapaz, ha dado una sensación de comodidad y frescura insultantes.
Si observamos su estilo sobre la bici, cómo ataca de pie sobre los pedales, veremos que se parece mucho, en la forma de ejercer la potencia, a Pogacar. Ayuso lo tiene difícil, porque no sería elegante atacar a un compañero de equipo, pero es que, además, Del Toro no ha dado lugar a ninguna duda, pues se ha mostrado rocoso, sin fisuras. Las caídas siempre han tenido su importancia para decidir triunfos en el ciclismo. Recordemos, como ejemplo, aquel Tour de 1971 que debía haber ganado Ocaña frente a Merckx, y lo perdió cuando, llevándole más de siete minutos en la general, se cayó en el col de Mente y tuvo que abandonar.
Dicen que una de las virtudes de los grandes campeones es estar tocado la varita mágica de la fortuna, para no caerse ni sufrir averías en los momentos clave de la carrera. Y es cierto, Indurain, sin ir más lejos, nunca se cayó ni pinchó en sus cinco Tours conquistados. Pero me da la impresión de que en el ciclismo moderno las caídas son más determinantes. Y más frecuentes.
Se corre a mucha velocidad toda la etapa, no hay fases de relax cono antaño, y eso supone un estrés constante que deriva en una lucha feroz por las posiciones en el pelotón. Y cuando la carretera se estrecha, en algún paso urbano, u ofrece algún obstáculo, como quieren pasar todos en cabeza, se producen las caídas. Y en esos lances hay ciclistas menos amparados por la suerte, uno de ellos es Roglic. Que pese a tener un palmarés espectacular ha tenido que retirarse de algún Tour y de alguna Vuelta por caídas, cuando podía haber disputado la victoria. Es lo que le ha pasado en este Giro, se cayó en Siena, el día del sterrato, y se cayó, también, al entrar el Giro en su país, Eslovenia.
Por estas causas perdió tiempo en la general. No era demasiado, ni tampoco parecía muy malherido, pero en la primera etapa alpina, que no era muy dura, anteayer, no pudo seguir a los favoritos. Dice que tiene dolores y que no puede rendir al máximo. Veremos si sigue o abandona el Giro. Porque además, antes de la prueba italiana señaló que el Tour era su objetivo principal. Por eso yo no estoy del todo seguro de que su bajo rendimiento sea sólo por el efecto de las dos caídas, o porque anda a medio gas, preparando el Tour. Es la única grande que le falta y a sus 35 años las oportunidades que le quedan son contadas.
Aunque veo a Del Toro muy fuerte, hay que decir que todavía restan cuatro etapas de alta montaña. Y que en una de ellas se asciende un coloso, el colle della Finestre. Una bestia terrible, con 18,5 kilómetros de ascensión, con una pendiente media del 9,2%, con picos de hasta el 14%, y con los últimos ocho kilómetros sin asfaltar, sobre tierra y grava. Un puerto de aquellos en los que se pueden hacer grandes diferencias si alguno flaquea.
Como ocurrió en el Giro de 2018, cuando parecía que Simon Yates tenía la victoria en su mano, y llevaba una ventaja sobre Froome de 3:22 minutos. Pero faltaba la etapa del colle della Finestre. Los entrenadores de Froome tuvieron que mentalizarlo, la víspera, de que el sueño de desbancar a Yates era posible, y organizaron un ataque como si se tratara de un batalla militar. Colocaron un auxiliar cada kilómetro en los últimos seis de la subida, pertrechado con ruedas, agua y geles de avituallamiento. El equipo de Froome, el Sky, puso un ritmo frenético desde la base del puerto, y Froome aceleró a falta de siete kilómetros para la cima. Yates se hundió y cedió más de 38 minutos en meta.
Escribo sobre porcentajes y pendientes, que ahora se ven en la pantalla del ciclocomputador, ese aparato que llevamos todos en el manillar, pero hasta hace poco no era así. Tampoco había publicaciones con las altimetrías de los puertos. Entonces no había otra opción que calcular la pendiente matemáticamente, sabiendo la altura de dos puntos, que sí daban los primeros aparatos, y la distancia entre ellos. Así uno podía ir calculando la pendiente de cada tramo en su cabeza, mientras lo escalaba. La Finestre es el principal enemigo del mexicano y su revolución.