Síguenos en redes sociales:

[A rueda] "Adoquines, segunda parte", por Miguel Usabiaga

[A rueda] "Adoquines, segunda parte", por Miguel UsabiagaTERESA SUAREZ

Roubaix nunca defrauda. Es una carrera tan dura que la irregularidad del pavés desprecia las ventajas de ir a rueda, y hace irrelevantes las tácticas. Es la ley del más fuerte. Allí hace falta todo, piernas, pulmones, brazos. Es espeluznante observar los antebrazos de los corredores al terminar, rojos, por los capilares estallados debido a los temblores de los manillares sobre los adoquines. Esta edición se pudo ver cómo tenía Pogacar la muñeca, ensangrentada; neófito en la carrera no contempló los efectos del traqueteo de la bici, y la ruedecilla del reloj que llevaba en la muñeca le hirió. Las dos pruebas reinas del adoquín repitieron podio. Si en Flandes venció Pogacar por delante de Pedersen y Van der Poel; en Roubaix ganó Van der Poel, sobre Pogacar y Pedersen. Lo que nos indica que eran los más fuertes sobre el adoquín. 

Desde que Pogacar anunció que iba a disputar por primera vez la París-Roubaix no habían cesado las especulaciones. Nadie ponía en duda que se desenvolvería bien. Lo que se discutía era si su disputa ponía en riesgo su plan para volver a ganar el Tour, por el alto riesgo de caídas que tiene esta carrera. Si su participación en el demoledor pavés tiene consecuencias en su estado físico en julio, lo veremos. Pero aportó mucho al espectáculo. Como no quería que se llegara al esprint, fue el primero de los favoritos en atacar para desgajar al pelotón, y sus ataques contagiaron a Van der Poel, Pedersen, imponiendo un ritmo que a falta de más de noventa kilómetros ya había dejado la carrera en manos de seis corredores. A Pedersen lo eliminó un pinchazo en el momento clave, y Pogacar probó el sabor amargo de esta prueba, en la que además de buenas piernas hay que tener suerte. Cuando se había quedado en un mano a mano con Van der Poel, entró demasiado rápido en una curva del pavés y se cayó. Aunque se levantó y cambió rápido de bici, perdiendo sólo 15 segundos, ya no pudo alcanzar al holandés, que no le esperó. Las caídas por error del ciclista son un lance de esta carrera y así lo interpretó Van der Poel.

Última etapa de la Itzulia

Aún contagiado con ese temblor que se desplaza desde los manillares a las emociones, no quiero olvidarme de la etapa que puso fin a una gran Itzulia. Una etapa de gran ciclismo, lleno de alternativas en la carretera, donde todos se lo jugaron todo; y también atmosféricas, como si el clima quisiera emular aquello que hacían los ciclistas, enseñándonos un catálogo de sus variables, primero un sol espléndido, y lluvia al final, a ratos suave, y en otros, chaparrones intensos. Ese cóctel ayudó al ciclismo excitando la combatividad general. Atacó Enric Mas, en el nuevo papel de agitador que parece haber asumido desde el año pasado, ante la evidencia de no poder con las primeras figuras, Roglic, Vingegaard, Evenepoel y Pogacar en las pruebas por etapas, su especialidad. Se cayó el tercero en discordia, Lipowitz, e hizo una recuperación memorable. Healy, el irlandés tranquilo, casi borda otra cabalgada como la víspera, si no hubiera sucedido el ataque decisivo de Almeida, que se llevó a Enric a rueda. Y Schachmann, el primer líder, como vaticinamos, volvió a exhibir una resistencia férrea, se quedaba en las subidas y volvía milagrosamente al cabo de un rato. El portugués Almeida se ha confirmado con esta victoria, tenía triunfos puntuales pero le faltaba una ronda por etapas. Ahora el UAE tendrá un problema interno más, Almeida se postulará como una alternativa sólida frente a Ayuso, o Yates, las segundas espadas tras Pogacar. Y aunque hacia afuera muestren siempre una sonrisa, los egos van a crearles tensiones internas.

Los adoquines de Roubaix

En los años cincuenta, los del desarrollismo de la posguerra, los adoquines de la Roubaix estuvieron a punto de desaparecer. Se desató una iniciativa, dentro de un plan francés para la modernización de carreteras, para asfaltar esas viejas vías, y muchos tramos desaparecieron. Entonces la carrera no gozaba del prestigio que hoy tiene, y los campesinos, los vecinos de la zona, preferían tener mejores rutas. Quedaron apenas una veintena de kilómetros de pavés, lo que hería de muerte al espíritu de la prueba. Entonces apareció, para salvarlo, un gran corredor retirado, campeón del mundo en 1962, ganador de la Vuelta de 1958, Jean Stablinski, de origen polaco, que antes de ser corredor había trabajado como minero del carbón en esa zona, y conocía que, escondidos entre los bosques, había tramos de adoquines que él usaba para ir en bicicleta a trabajar en la mina. Entre esos tramos desconocidos, la larga recta del bosque de Arenberg, la más dura y famosa de la prueba. Lo comunicó a los organizadores, que vieron que Stablinski tenía razón, e incluyeron todos esos tramos en la prueba, salvándose así el infierno del norte.En 1968 nació una asociación para preservar los adoquines de la carrera, que se encarga de mantenerlos, sustituyendo las piedras que desaparecen. Hasta que hace pocos años fueron defendidos definitivamente, por la protección patrimonial pública. Envidio, como he dicho en otras ocasiones, ese cuidado con su memoria, por parte de los gobernantes, que echo de menos aquí con la nuestra, y añoro la vieja Cuesta de la Guitarra, tristemente olvidada, desaparecida, también bajo una presunta iniciativa de progreso.