Lo esperado sucedió, pero la emoción, la de asistir a un gran espectáculo, no desfalleció. Como cuando asistimos a una obra de teatro en la que sabemos lo que va a pasar, pero eso no menoscaba nuestro interés. E incluso, la posibilidad de que ese guion establecido sufra algún cambio porque todo sucede en vivo, le añade un aliciente. Así, lo esperado y la incertidumbre, pequeña pero no despreciable, se presentan juntas. Lo mismo sucedió con Pogacar y Van der Poel en el Tour de Flandes. Van der Poel, que estaba a rueda de Pogacar cuando éste desató su ataque a 18 kilómetros de meta, no pudo seguirle como lo hizo camino de San Remo. Las subidas de las colinas flamencas fueron determinantes. Pogacar atacó donde el Viejo Kwaremont tiene más pendiente, un 8 % que exige unas condiciones para la escalada; atacó con potencia y cadencia, sin ponerse de pie para no patinar sobre el adoquín. En el anterior paso por esa cota, a 50 kilómetros, el esloveno movió la carrera para desgastar a sus rivales, y sólo pudieron seguirle los más selectos, que no pudieron hacerlo en el momento decisivo. Estaban a su lado, no hubo factor sorpresa, sólo superioridad de un Pogacar sublime. Quizá Van der Poel acusó la caída que padeció a falta de 120 kilómetros y el golpe que se llevó en la espalda. Me alegró mucho ver en la disputa de la prueba a Van Aert, tras su mala suerte en el año 2024, y las duras críticas que ha recibido por su egoísmo al querer ganar A través de Flandes, otra carrera disputada esta semana pasada, haciendo perder la carrera a su equipo. Pero con su generosidad demostrada, tiene perdonada esa pequeña debilidad terrenal.
Final del primer asalto
Concluido el primer asalto de las dos pruebas más famosas de las que se disputan sobre adoquines; queda la Paris-Roubaix, que nos espera el próximo domingo. Dos carreras que han adquirido el rango de combate a dos asaltos por la carga que han ido poniendo los medios sobre ambos favoritos, a los que se considera que nadie puede hacer sombra en pruebas como éstas: Tadej Pogacar y Mathieu Van der Poel. Ellos no hablaban, pero se dejaban grabar rodando por los tramos más emblemáticos, como el Koppenberg, o el Viejo Kwaremont, y subían a Strava, esa red donde ciclistas y cicloturistas editan sus supuestos récords, muestras de que eran inalcanzables, superiores, mejores que ninguno antes en la historia. Este adanismo con el que se contagian los medios por el afán de titulares, empieza a ser alienante. Los días previos parecían los de la antesala de aquellas peleas míticas del boxeo, Cassius Clay contra Frazier, contra Foreman; o Tyson contra Holyfield. O los de una eliminatoria de fútbol a ida y vuelta, entre los dos más grandes. Una faceta que permite concebir estas dos pruebas como una misma pelea son sus características comunes por la presencia del adoquín en su forma más extrema y endiablada.
Los adoquines de Flandes y Roubaix
El adoquín, en Flandes y Roubaix, en el norte de Francia, tienen similitudes y diferencias, en su origen, y en su calidad como material de rodadura. En la segunda mitad del XIX, tras la Revolución industrial, el movimiento de gentes y mercancías aumentó notablemente, y con ello la necesidad de caminos y vías de comunicación rápidas. Sin coches, eran carros y bicicletas los medios de transporte, pero hacía falta un material resistente, al que no se le hicieran surcos con el uso, y que drenara bien el agua. El adoquín, que ya habían usado los romanos, parecía el ideal. Aún el asfalto no había hecho su aparición masiva. En Roubaix, una zona llana, la mayoría de los caminos eran de tierra y sólo algunos de ellos, entre granjas agrícolas, estaban adoquinados y con los piedras colocadas sin mucho esmero; en Flandes, con colinas, el adoquín se había impuesto en la mayoría de las carreteras, y por esas necesidades topográficas, las piedras estaban colocadas con menos irregularidades. Así que, los caminos de Roubaix, aunque planos, tienen un piso mucho más difícil, con surcos más grandes entre piedras, donde cabe una rueda de bici; mientras que en Flandes es más continuo, y son las subidas las que aquí le dan la mayor dificultad.
Las canteras de Lessines
Sin embargo, los adoquines de ambas carreras, Flandes y Roubaix, incluso los de los bulevares de San Petersburgo o de los Campos Elíseos parisinos, provenían del mismo sitio casi en su totalidad, de las canteras belgas de Lessines, de donde se extrajo esa piedra de pórfido, una roca ígnea formada por la solidificación de magma hace 500 millones de años, durísima, lo que lo hace ideal por su resistencia. Mientras veía la carrera, a los ases ciclistas, pensaba en esas canteras de Lessines, en cómo sus obreros habían ayudado a crear los mitos. Y recordaba una canción de Woody Guthrie, “My Daddy”, en la que una niña mira al cielo cuando pasa un avión y dice a sus amigos: “Mi papá pilota ese barco en el cielo”, a lo que otro niño contesta: “Mi papá construye esos aviones”, y otro niño pecoso añade, “Y el mío construye las pistas donde aterrizan”. Así que, gracias a los obreros de Lessines, tenemos la belleza y las leyendas de los ciclistas sobre los adoquines.