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[A rueda] "Cara y cruz", por Miguel Usabiaga

[A rueda] "Cara y cruz", por Miguel UsabiagaKern Pharma

Si la etapa del jueves no hubiera terminado con el triunfo en Izki de Urko Berrade, cabría comenzar este artículo con el popular refrán que dice que nadie es profeta en su tierra. Era la sentencia, la maldición que se hacía pesar sobre Mikel Landa en su tierra alavesa. Donde más desearía lucirse, en el duro puerto de Herrera, se hundió. Escuchando sus declaraciones anteriores a la etapa, se puede sospechar que no estaba bien preparado mentalmente, pues al ser preguntado sobre lo que pensaba que sucedería, decía, muy convencido, que era una etapa para la fuga, y que entre los favoritos no habría diferencias en Herrera, pues, a pesar de ser una subida muy dura, quedaba lejos de la meta. Con esa idea en la cabeza probablemente se desmotivó, se descuidó. Empezó el puerto atrás del grupo, muy mal colocado, y, dado que no debía tener un buen día, con buenas piernas, en cuanto atacó Carapaz, perdió contacto con los favoritos, abriéndose un hueco que enseguida fue de medio minuto, algo que podía haber minimizado de haber comenzado en cabeza. Aquí se cumple otra máxima del ciclismo, y por ende del landismo: es diferente correr como gregario o asumir el papel de capitán. Landa ha hecho sus mejores carreras cuando ha sido gregario, en el Giro para Fabio Aru, para Froome en el Tour, o para Remco Evenepoel en el Tour de este año. Así ha brillado, y, motivado por el deber se ha visto obligado a tener una actitud más atenta en carrera. Cuando ha sido capitán, sin la obligación concreta de trabajar para otro, se ha descuidado, y ha aflorado una cierta debilidad mental. Eso sí, para el landismo lo de ayer fue otra pieza preciosa.

Buena actuación del Education First

Quien sí compitió muy bien fue el equipo de Carapaz, el Education First de nuestro Juanma Garate. En previsión del ataque de Carapaz en el puerto, envió a dos compañeros en la fuga, a quienes mandaron parar en la cima de Herrera, echando el pie a tierra, pues llevaban siete minutos de ventaja. Aguardaron así hasta que su director los puso en acción cuando Carapaz y el resto de favoritos se aproximaban, y en cuanto su jefe les alcanzó, arriba, se pusieron a tirar como posesos. Una buena táctica, que a punto estuvo de doblegar al líder O’Connor, que se descolgó poco antes de coronar el puerto, y de no ser porque también tenía a un compañero esperando no les alcanza, y habría sido otra víctima como lo fue Landa, o Seep Kuus, el otro damnificado ayer. La debacle de Kuus, vencedor de la Vuelta del año pasado, demuestra que aquello fue debido a su escapada consentida, y a su resistencia ulterior. Un caso análogo al de O’Connor en esta Vuelta, aunque la labor de desgaste y erosión harán que el australiano no gane la Vuelta, pues apenas conserva cinco segundos sobre Roglic; y quedan dos duras etapas de montaña, más una crono de 25 kilómetros el último día. Demasiado para esos escasos segundos. Y es probable que este viernes en Moncalvillo, Roglic se vista con el maillot rojo.

Landa, la cruz

La cruz fue la de Landa, la de no tener éxito precisamente donde más lo deseamos, donde más nos sentimos queridos, en nuestra tierra, algo que casi todos hemos experimentado en alguna faceta de la vida. A veces por un exceso de ganas que puede ser bloqueante; otras porque, hagamos lo que hagamos, a los nuestros siempre les parece insuficiente, debido a la envidia, que es a lo que parece aludir el refrán. Pero el navarro de Pamplona, Urko Berrade, puso la cara. Para decir, con su gran triunfo, que también puede ocurrir lo contrario, que la cercanía, la tierra, los seres queridos, pueden actuar a favor; estimulado el deseo y con él la potencia para superarse y saltar por encima de los pronósticos, a pesar de estar enrolado en un equipo pequeño, como el Kern-.Pharma, que ya ha conseguido el triunfo en tres etapas. Es, de nuevo, como aplaudía recientemente, un triunfo de los pequeños, de los humildes, de la fantasía sobre lo previsible. En una escapada colectiva, el pequeño equipo de Urko metió a tres corredores, que se desenvolvieron con la destreza de un poderoso equipo belga en una clásica. Contando con la mayoría numérica entre los escapados, secaron cada ataque de los adversarios para que Urko rematara, frente a gente de mucho nivel. Estoy seguro de que en la cabeza de Urko bullían, la víspera, esa noche, las ideas de victoria, las ganas de triunfo, igual que en las de Carapaz, mientras que en las de Landa estaba desactivada la fantasía, el deseo, y por eso ya estaba vencido de antemano. Aunque me repita, me gusta recurrir a una frase de célebre escritor francés, Saint-Exupery, el autor de El principito, y también, aunque esto no se diga mucho, un valiente aviador que puso su avión al servicio de nuestra República en la Guerra Civil. Él decía que si quieres construir un buen barco, antes de contratar a los mejores ingenieros, a los mejores diseñadores, a los mejores carpinteros, debes instalar en ellos el deseo del mar. Es decir, instalar la fantasía, el sueño; lo mismo pasa con la bicicleta: no hay nada tan motivador como las ganas, el deseo.