Un fantasma recorre la Vuelta. No se trata de ningún crimen en el que Scotland Yard o Sherlock Holmes anden enredados; ni tampoco de algún asunto pendiente del IRA o de la independencia de Irlanda; como ese nombre parece sugerir; sino un enigma que ha instalado el corredor australiano Ben O’ Connor en el pelotón. Desde su proeza en la meta de Yunquera, donde sacó casi siete minutos a los favoritos, no cesan las especulaciones sobre si la importante renta obtenida será suficiente para que el australiano se lleve la Vuelta, o, como mínimo, acceda al podio. No olvidemos que es un gran corredor y que en su palmarés atesora un cuarto puesto final tanto en el Giro como en el Tour. No se sabe si estamos ante un nuevo caso Chiapucci, o en un caso Kuus. Si estuviéramos en un escenario como el que el diablo italiano propuso en el Tour de 1990, asistiremos a una Vuelta de desgaste en la que los principales candidatos, poco a poco, le irán limando la diferencia y al final, alguno le vencerá, como ocurrió en aquel Tour, donde sólo el estadounidense Lemond pudo arrebatarle el maillot amarillo el último día, en la contrarreloj. Si pasara lo que sucedió el año pasado con Kuus, vencerá O’Connor; como ya había ocurrido también en la Vuelta de 1990 con el italiano Marco Giovannetti. Son situaciones análogas a lo que ocurrió en la meta malagueña de Yunquera: un buen corredor al que permiten filtrarse en la escapada de un grupito, y luego, ese corredor, tocado en un día de gloria, despliega una actuación excepcional, sorprendiendo a todos, y haciendo inútil la reacción a destiempo de los equipos.
El Tour de Walkowiak
No es la primera vez que ocurre esto, ni será la última. Quizá la más famosa de la historia la protagonizó en el Tour de Francia de 1956 Roger Walkowiak, hijo de un minero polaco inmigrante en Francia. Gracias a una escapada consentida en la que sacó casi treinta minutos, consiguió el maillot amarillo, que logró llevar a la capital francesa. La prensa gala, queriendo vender otros héroes, difuminó su figura, acuñando un término peyorativo para esa forma de vencer, inesperada, sin ser el mejor, ganar a la Walkowiak. El director de la carrera, Jacques Goddet, no estuvo afortunado al declarar que los aplausos escuchados en París sonaron como un lamento. Esa falta de cariño o estima popular sumió a Walkowiak en una depresión. A la que se añadió una enfermedad contraída en África, lo que hizo que dejara pronto el ciclismo,y se empleara como obrero en la fábrica de neumáticos Dunlop, alejándose del ambiente ciclista y sin querer hablar nunca con la prensa. Tuvo que volver a escena, años después, Goddet, para aclarar el malentendido, diciendo que Walkowiak era su vencedor del Tour preferido, resaltando sus méritos, recordando cómo no era ningún ladrón, y cómo, tras alcanzar el maillot amarillo, lo perdió, y lo volvió a recuperar. Sólo entonces empezó a ser respetada su figura.
La guerra de desgaste a O’Connor comenzó en la etapa de Cazorla, con un final similar por otra de esas sierras andaluzas aptas para emboscadas, y con prestigio de maquis republicanos, con carreteras estrechas, repletas de subidas que, aunque no constan oficialmente como puertos en el recorrido, son durísimas; y donde Roglic limó casi un minuto a O’Connor; y siguió ayer en Granada con la vuelta a la escena principal de otros protagonistas, Adam Yates y Carapaz, que aparentemente habían quedado descartados por su mala actuación en la primera etapa montañosa, en Pico Villuercas. Lo de Adam Yates fue impresionante. Fue escapado desde el principio de la etapa y, a pesar de ser perseguido con fuerza por los gregarios de los equipos Bora y Decathlon, aumentó su ventaja constantemente respecto a ellos. En otros tiempos no políticamente correctos, hubiéramos dicho que se marcó un Floyd Landis, recordando aquella gesta del estadounidense en el Tour de 2006, bajo el calor sofocante, chorreando sudor, y en la que, a pesar del trabajo de varios equipos empeñados en su captura, fueron incapaces de cazarlo. Como la que se marcó el otro día O’Connor, descolgando uno a uno a todos sus acompañantes, sin atacarles, sólo con su poderoso ritmo en el áspero y muy duro recorrido por la sierra de Ronda.
La estrategia en las carreras
Estas dos situaciones vividas, con Yates ayer y con O’Connor, me desconciertan. Me da la impresión de que sin Pogacar o Vingegaard, es decir, sin los equipos UAE y Visma a su servicio, el resto de las escuadras se han olvidado de correr, del sentido táctico y estratégico de las carreras, acostumbrados a que éstas las hagan otros. Si no, no me puedo explicar que los equipos con aspirantes a vencer permitan escapadas en las que vayan O’Connor, Carapaz o Yates, corredores de sobrada y contrastada prestancia; y menos que les toleren alcanzar hasta los siete minutos de ventaja sin poner a todos sus corredores disponibles a tirar a bloque. Lo que es seguro es que la escapada de O’Connor nos va a brindar una Vuelta trepidante. Yo ayer, en Granada, con la emoción de la carrera, casi ni me acordé de Lorca en su tierra mágica, ni de su bicicleta empapada de inocencia, la de los hombres buenos, como decía el gran poeta.